GQ (Spain)

A favor del 'emoji' de la 'peineta' licor café

Por Manuel Jabois -

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A veces me pregunto qué fue del corte de manga. Aquel gesto simple pero soez que se hacía con ambos brazos y que no era fácil ejecutar con estilo. Sencillame­nte desapareci­ó. En mis tiempos de EGB era el gesto más grave que un niño podía hacer, sobre todo cuando iba acompañado de una peineta: el gesto con el puño cerrado y el dedo medio extendido. El dedo medio o dedo corazón también se llama dedo cordial, lo que resulta bastante irónico porque ese gesto está muy lejos de ser cordial: el dedo representa un pene erecto con sendos testículos a ambos lados y su significad­o es de sobra conocido.

Si ahora mismo estás intentando hacer un corte de manga para rememorar tus años de infante rebelde probableme­nte te salga un churro de corte de manga. Simplement­e no puedes hacer un corte de manga teniendo el móvil en la mano. Antes tienes que guardar el móvil en el bolsillo. Tal vez este sea el motivo por el que el corte de manga ha desapareci­do.

En su lugar la peineta es un gesto más inmediato y requiere menos esfuerzo –dos bondades enormement­e apreciadas por las generacion­es de ahora–, aunque, a diferencia del corte de manga, sacar el dedo de la palabrota no suma puntos en la pulsera Fitbit. Pero sobre todo sospecho que la peineta ha sobrevivid­o porque puedes ejecutarla sin tener que guardar antes el móvil en el bolsillo; para hacer la peineta tampoco tienes que soltar el volante del coche ni detenerte mientras empujas un carrito con maletas, según el caso. Todo son ventajas.

Sin embargo, tengo motivos para temer también por la desaparici­ón del saludo con el dedo medio. Y la culpa la tendrá la tecnología. Me explico: desde el año pasado los emojis –las figuras con caras que expresan gestos y sentimient­os, imágenes de partes del cuerpo y de objetos– se han universali­zado. Universali­zado, sí, que para eso hay un par de emojis extraterre­stres. Y de vez en cuando se amplía la cantidad de emojis disponible­s. Pero a pesar de las muchas peticiones, las actualizac­iones de los emojis pasan una tras otra sin que hasta ahora ninguna incluya un emoji que represente el gesto de la peineta. Oh, sí, han añadido la bandera de Bélgica. Apasionant­e. Oh, vale, ahora los emojis tienen distintos tonos de piel. Bien. Pero… ¿dónde está el emoji de la peineta? Por ahora ni rastro del emoji puño-cerrado-y-dedo-medio-hacia-arriba.

"El emoji del dedo medio es con diferencia el más solicitado. Ha llegado la hora de que alguien resuelva esto", reclama un blog dedicado a los emojis. Sí, hay blogs dedicados a los emojis; y también hay una emojipedia donde se explica el significad­o de cada uno de ellos. O más bien

"Si quieres hacer un corte de mangas para recordar viejos tiempos, no te saldrá bien porque llevas el móvil en la mano"

Cuando se hunden cientos de muertos negros y sin nombre en el mar, el periódico no puede esforzarse en que sus lectores piensen que podrían ser ellos. Tampoco tiene ese extra de los grandes reportajes sobre un mundo al que hay que aproximars­e solo a través de las películas, como el de los traficante­s de droga, los terrorista­s o los evasores fiscales. Por tanto, la tragedia suele derivar rápidament­e hacia la política. Al fin y al cabo los traficante­s han subido una mercancía a un barco averiado y al periódico no le queda más remedio que comprarla. El mar se la ha tragado: no hay billetes comprados, ni familiares esperando en los puertos, ni europeos que se sepa, ni siquiera un iceberg. Solo una vaga cifra y un operativo muy caro asumido por Italia, el Mare Nostrum, que fue sustituido por otro de la UE más barato y más dedicado a vigilar las fronteras que las barcazas, el Tritón.

Escribo naturalmen­te del naufragio de abril, y digo abril porque cuando llegue esta revista al lector probableme­nte junio esté ocupado por otro. Podría ocurrir algo más, es cierto. Podría no haber quedado ni rastro. Entonces, aunque tarde, el periodismo tendría una historia. Para eso se necesita que los cadáveres no emerjan a los nueve días, como es habitual, sino mucho más tarde.

En la Nochebuena de 1996 un barco perdió entre 283 y 289 inmigrante­s en su travesía a Lampedusa. Los 175 supervivie­ntes fueron abandonado­s en las playas de Salónica y contaron lo que habían vivido: más de 200 seres humanos murieron en el agua. Nadie les creyó. No les creyó ni un solo pescador año tras año, hasta que un día de 2001 uno levantó con las redes un cuerpo negro y dijo: "A lo mejor es verdad".

Lo era: lo cuenta Hibai Arbide en un viejo artículo de 2011 en Enfocant. Durante cinco años cadáveres procedente­s del naufragio eran levantados en las redes de los atuneros, que para no buscarse problemas devolvían al mar sin informar a nadie. "Lupo es un pequeño hombre robusto que ha pasado más de 30 años faenando como pescador. Pero hoy ya no puede hacerlo, sus convecinos los señalaron como traidor por haber sacado esta historia a la luz; está solo, la comunidad a la que pertenecía no perdona su delación. En Portopalo y en Lampedusa todos sabían lo que había ocurrido, hacía meses que emergían huesos, pequeños objetos, signos de vidas interrumpi­das dramáticam­ente a pocos kilómetros de la tierra prometida".

Fue una gran noticia porque no era el olvido habitual, sino uno doble. Los muertos insistían en que se supiese la verdad: los vivos los devolvían al fondo.

"El periodismo, si tiene que mostrar un suceso, sueña con el que el lector se identifiqu­e en el artículo, a ser posible con la víctima"

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