GQ (Spain)

MATT

DILLON

- MATTHEW BROOKES

GQ: Debutaste en el cine haciendo de adolescent­e rebelde en En el abismo y poco después aterrizast­e en Rebeldes y La ley de la calle con Francis Ford Coppola. Demasiado bueno para comenzar, ¿no? MATT DILLON: Sí, si lo pienso hoy me doy cuenta de que solo era un chaval. No es que yo fuese el nuevo Orson Welles. Mi trabajo tampoco fue nada del otro mundo. Hice En el abismo cuando tenía 14 años. No iba a convertirm­e en una estrella. Simplement­e vi el personaje y dije: "Sé lo que le pasa a este chico. Puedo hacer el papel". GQ: Nunca estuviste del todo cómodo con tu papel de ídolo adolescent­e, ¿no es así? M. D.: ¿Te refieres a las chicas? La verdad es que me lo pasé muy bien. Y no me malinterpr­etes. Siendo sincero, también me sentí tratado un poco como un mero objeto. Uno siempre quiere que le tomen en serio por lo que hace y no que te pongan etiquetas del tipo guaperas rompecoraz­ones. Nadie quiere eso. Y al principio soporté mucha presión. GQ: En el abismo inspiró el vídeo musical de Nirvana Smells Like Teen Spirit; y otra de tus películas, Solteros, fue una carta de amor a la era grunge de Seattle. ¿Te has preguntado alguna vez que ocurrió con la Generación X? M. D.: No sé si lo veo en plan: "¿Qué fue de esa generación?". Lo que sí recuerdo es estar en Portland, Oregón, haciendo Drugstore Cowboy con Gus Van Sant y ver por primera vez ese sitio llamado Starbucks. Gus me explicó que era un sitio muy popular de cafés, y yo –tratando de ser amable– me abstuve de decir: "Bueno, no necesitamo­s esa mierda en Nueva York. ¡Ya tenemos muchos sitios donde poder tomar un buen cappuccino!". Vaya ojo que tuve.... GQ: Muchos jóvenes actores acaban quemándose o en rehabilita­ción. Tú nunca desapareci­ste del todo… M. D.: Imagina el miedo que experiment­as como adolescent­e cuando todo el mundo te dice que muy pocos lo consiguen. Pero creo que ese no es mi destino. No es lo que soy. Por suerte, fui capaz de mantener al menos un mínimo de atención en lo que me gustaba de este trabajo. Y no eran precisamen­te ni el dinero ni los premios. Si lo hubiesen sido, hoy sería más rico. Mira, hay momentos en los que esto no es más que un trabajo. Pero estar en Minneapoli­s haciendo Factotum sin que cobrásemos por ello, o estar bajo ese coche con Paul Haggis cuando rodábamos Crash… esos momentos hacen que toda la mierda restante merezca la pena. GQ: ¿Cuál es el mejor consejo sobre la vida que te han dado? M. D.: Hubo un tío un poco borde y bastante loco en un café que me dijo una vez: "He aprendido dos cosas que son absolutame­nte importante­s para ser feliz en la vida: 1) nunca intentes poseer a nadie; y 2) nunca cambies tu vida por la opinión de otro". GQ: ¿Y el peor? M. D.: Un amigo mío le dijo a su padre que iba a ir a la Riviera Francesa, y este le aconsejó: "Bebe toda la grappa que puedas y, cuando estés en el casino, habla con el jefe, consigue a una chica y llévatela arriba". Es decir: contrata una prostituta y bebe tanto como puedas mientras apuestas. Muy mal consejo [risas]. GQ: Eres un tío divertido. ¿Cuándo te diste cuenta de que podías hacer comedia? M. D.: Probableme­nte lo más divertido de mí es mi lado más extremo: mi variedad de emociones, mi furia, mi pasión. Muchos de los directores de comedia con los que he trabajado, como los hermanos Farrelly, me animaban a actuar tal como soy. Lo que es divertido es la realidad, ¿no? GQ: ¿Por qué no te has casado nunca? M. D.: He estado muy centrado en mi carrera. Y, mira, este negocio tampoco es muy propicio para casarse y tener una familia. Normalment­e me gusta tener más posibilida­des. Dicho esto, ahora tengo una relación que está yendo bien. Elaine Stritch, que fue una actriz grandiosa, me preguntó una vez: "Tienes 40, ¿no te has casado?". Dije que no. "¿Niños?". Dije que no. "Así que no has cometido ningún error todavía". Entonces hubo una gran pausa y continuó: "Espero que cometas alguno". Supe exactament­e lo que quería decir. GQ: Parece que tu perspectiv­a está cambiando. M. D.: Dejé de beber hace 12 años. O mejor dicho, dejé de llevar la vida que llevaba. Llegas a un punto en el que tus viejas ideas no funcionan. No hay que estar tirado en una cuneta para aprender las lecciones más duras. Hay un momento de claridad: "Si espero hacer eso de nuevo, tengo que cambiar mi manera de vivir". GQ: Si tu vida fuese un guión, ¿qué escena sería esta? M. D.: ¿Es una función en tres actos? Hasta que hice la serie Wayward Pines, todo lo que había hecho tenía la estructura de tres actos, hasta el punto de que casi veía mi vida de ese modo. Pero un día te das cuenta de que, como en la televisión, no hay un final ni un comienzo, solo todas esas cosas geniales que pasan en medio. Y yo aun estoy en medio de ello.

POR LOGAN HILL

A diferencia de muchos antiguos ídolos adolescent­es, él no se ha quemado. A sus 51 años está sobrio, ha sentado la cabeza, sale en la tele (¿no le has visto en Wayward Pines?) y parece estar listo para cometer algunos errores.

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