GQ (Spain)

El gafotas gambeteo

Por Montero Glez -

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Todos tenemos un gafotas en nuestras vidas. El gafotas no es alguien que lleva gafas, al menos no necesariam­ente. El gafotas es alguien un poco quisquillo­so que ha pasado demasiado tiempo en internet y que acumula una cantidad ingente de conocimien­tos a menudo poco útiles que está deseando compartir.

Así que, rebosante de datos, el gafotas es aquel que no puede evitar interrumpi­r una conversaci­ón para matizar una cifra, añadir una explicació­n o hacer notar un hecho que suele resultar irrelevant­e en el contexto. Sucede más o menos de esta manera:

Persona 1: ¡Oye!, ¿qué tal tu salto en paracaídas?

Persona 2: Espectacul­ar. Según me dijo el monitor antes de abrir el paracaídas estábamos cayendo a 200 kilómetros por hora. ¡Menos mal que abrió el paracaídas! Cuando se abre te…

Gafotas: Bueno, en realidad aunque el monitor no hubiera abierto el paracaídas nunca habrías caído a más velocidad porque 200 kilómetros por hora es la velocidad límite para un cuerpo humano y… Persona 1: (se ha ido). Persona 2: (quiere irse). No hay que confundir al gafotas con el cuñado. El cuñado habla de todo sin saber de nada y opina de oídas. De hecho, el cuñado es la némesis del gafotas.

El cuñado es un personaje cansino en términos absolutos, pero cómodo en algunas circunstan­cias. Por ejemplo, en las sobremesas el cuñado es capaz de mantener la conversaci­ón él solo mientras el resto de los parientes dormitan en los sofás o prestan atención a la pantalla de su móvil.

Pero la diferencia esencial entre el gafotas y el cuñado es que el gafotas suele participar desde la timidez y motivado por el deseo sincero de compartir ese dato que en realidad, cierto es, añade una valiosa exactitud al tema que se trata. En cambio el cuñado irrumpe con afán de protagonis­mo, fuertement­e motivado por llamar la atención. El cuñado busca sentirse aceptado e incluso admirado por el resto. Es la difícil competenci­a de la familia de sangre la que obliga a los cuñados a comportars­e como cuñados.

El problema del gafotas es que a menudo resulta inoportuno en sus intervenci­ones. Interrumpe el relato de alguien que está contando un chiste, una anécdota o una experienci­a, para insertar cuñas con datos fríos y detalles sin los cuales el relato habría sido igual de válido, además de más divertido y emocional. Válido para los demás, claro.

El gafotas a veces también mata las conversaci­ones y alumbra silencios incómodos. Porque una vez que el gafotas ha terminado su matización o corrección rara vez sabe cómo o por dónde continuar la conversaci­ón. Su valentía inicial se achica rápidament­e, en cuanto es consciente de que alguien le está prestando atención.

"El gafotas desea aplicar una valiosa exactitud al tema que se trata. El cuñado, en cambio, irrumpe con afán de protagonis­mo"

lo revive cada vez que nos asomamos a las páginas de su libro donde, ya dijimos, también denuncia las sombras que el mercado proyecta sobre futbolista­s como Ronaldo que, en ese mismo Mundial del 98, sufrió una tanda de convulsion­es nerviosas. Señala Galeano que la culpa la tuvo la presión de la marca deportiva Nike para que el futbolista hiciera de hombre anuncio exhibiendo el nuevo modelo de botas.

Con estas cosas, Galeano escribe y revive pases devueltos al toque, gambetas y chilenas que piropean a la pelota, pero también señala con su dedo acusador el negocio más grande del planeta, el bisne que explota la suerte de los chiquiline­s que sobreviven en el sur del mundo y que desde sus pueblos pasan a una ciudad del interior. "De la ciudad del interior –describe Galeano el itinerario– pasa a un club chico de la capital del país; en la capital, el club chico no tiene más remedio que venderlo a un club grande; el club grande, asfixiado por las deudas, lo vende a otro club más grande de un país más grande; y finalmente el jugador corona su carrera en Europa". Estas son algunas de las letras que incluye en su libro de fútbol. Sirvan hoy de ejemplo para recomendar­lo.

En El fútbol a sol y sombra Galeano nos presenta al guardameta, atrapado en su jaula, mientras Romario libera el marcador con goles de media vuelta, de chanfle y de taco. Eduardo Galeano escribe desde las favelas, las mismas que vieron crecer y jugar a Romario, que desde niño ensayaba la firma para los muchos autógrafos que le iban a pedir. La denuncia siempre está presente, la conciencia crítica que señala a la FIFA en su trono y corte de Zúrich, sin dejar de lado el Comité Olímpico Internacio­nal, que reina desde Lausana, y a la empresa ISL Marketing, que desde Lucerna hace sus trapis. Esta siniestra terna es dueña de los campeonato­s mundiales de fútbol y no precisamen­te porque lo jueguen, sino por todo lo contrario. De tal manera, Suiza queda convertida en un país que no se ha hecho famoso por sus futbolista­s sino por el secreto bancario. Eduardo Galeano arremete contra los falsos dueños del fútbol y celebra con soplos de aire a los verdaderos. Así fue hasta el último momento, cuando sus pulmones tenían ya más remiendos que un traje de payaso. Pelé, Maradona, Garrincha, Kempes, toda la pandilla de corrido hasta el otro día que Eduardo Galeano se nos cansó de soñar y agotó el tiempo basura, como él llamaba a esos minutos en los que el partido se sabe perdido pero, a pesar de todo, se sigue jugando, esperando que el árbitro no pite el final.

A todo pie de oro le llega la mala hora, cuando la estrella da por acabado su viaje desde el brillo hasta el apagón. Sin embargo, Eduardo Galeano no se apagará nunca. Para nada. Cada vez que un chiquilín coja un balón y se ponga con el juego bonito desde cualquier favela, suburbio o patio de vecinos, Eduardo Galeano revivirá. De esta bella manera, Eduardo Galeano seguirá siendo memoria viva del tiempo presente.

"Cada vez que un chiquilín coja un balón en cualquier favela, suburbio o patio de vecinos, Eduardo Galeano revivirá"

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