LA SERENIDAD DEL VETERANO
LUCAS OSSENDRIJVER, el discretísimo director creativo de la línea masculina de Lanvin, rompe su silencio para GQ y revela el secreto para resistir estoicamente al baile de sillas de la industria más caprichosa del mundo.
En un negocio tan acostumbrado a los cambios repentinos y las novedades constantes, resulta difícil encontrar casos como el de Lucas Ossendrijver (Amersfoort, Países Bajos, 1970). Durante 11 años ha dirigido la división masculina de Lanvin sin rectificar el espíritu prudente y elegante que impuso la fundadora de la casa, Jeanne Lanvin, allá por 1889. La elegancia funcional, el riesgo calibrado y la revisión de los códigos sartoriales han definido el trabajo de este neerlandés alérgico al relumbrón efectista y el aplauso fácil. Con el fin de conocer qué se esconde detrás de la figura del diseñador más enigmático de la actualidad, GQ ha conseguido arañar unos minutos a su ajetreada agenda.
Ossendrijver despierta un interés misterioso entre los insiders de la moda porque ha conseguido domesticar la ansiedad de los tiempos y los calendarios, un propósito que en la mayoría de los casos suele culminar en descalabro. Por su tozudez a la hora de defender las normas en las que cree, muchos lo consideran único en su especie. "La moda no es una actividad solitaria sino algo que precisa de un equipo y una comunicación constantes: en la última década ninguno de mis métodos de trabajo ha cambiado de forma sustancial, sigo rodeándome de los mismos profesionales que me acompañaron desde el principio", explica.
Nunca ha necesitado alternar con famosos o modelos celebérrimos para ganarse el respeto de los clientes. De hecho, incluso reconoce que carece de iconos que sustenten su universo creativo: "No tengo una musa o un actor que encuentre lo suficientemente fabuloso. La gente que conozco y con la que trabajo, las personas de la calle, son las que realmente me inspiran". Tal vez por eso lleva años imaginado hombres que visten trajes informales y zapatillas deportivas, referencias de uso común más propias de los fashion lovers que de los fashion victims. Esta inclinación delata la influencia de sus maestros, a quienes suele citar muy a menudo: creció en los talleres de Kenzo, maduró al lado de Kostas Murkudis y se consagró en Dior Homme, en la etapa de Hedi Slimane.
JEANNE, ALBER Y BOUCHRA
Junto con el ex-responsable de las colecciones femeninas, Alber Elbaz, quien abandonó la firma hace justo un año, Ossendrijver formó una de las parejas profesionales más envidiadas y duraderas de la moda contemporánea. En marzo de este año la diseñadora francesa Bouchra Jarrar ocupó el puesto vacante de Elbaz. El nuevo dúo creativo tiene, por consiguiente, la difícil misión de pilotar conjuntamente la nueva etapa de esta casa centenaria. "Los últimos cambios me han servido para recordar por qué amo la moda y la razón por la que me dedico a ella", asegura Ossendrijver.
Lejos quedan los días en que los artistas surrealistas tomaron posesión de París en los estertores de su decadencia, antes de que Nueva York heredara la capitalidad del planeta. En los años 20 y 30, la vanguardia dominante convivió sin problemas con el arte triunfante de Jeanne Lanvin, la primera diseñadora de la historia que llegó a ofrecer moda para todos los públicos y todos los momentos: femenina, infantil, masculina, pieles, vestidos de novia, perfumes…
Ese recuerdo ilumina hoy el camino de un creador disciplinado y comprometido con un pasado glorioso. "La moda no cambia, los hombres no cambian; nuestro estilo de vida lo hace", afirma. Ese planteamiento explica la serenidad de Ossendrijver, un tipo que nunca corre ni se agota.