Dos vidas en una
Una de las cosas más habituales que me ocurren con este artículo es que nunca lo entrego en plazo. Esta no es una frase original pues siempre que pregunto, todos los periodistas responden lo mismo: siempre apuran el plazo o se lo pasan. Lo que realmente me llama la atención es que cuando me olvido de verdad, cuando se me pasa el plazo a lo mejor dos semanas, ¡o tres!, el editor de turno me suele consolar diciendo: "Bueno, hubo uno que tardó más". Quiero decir que siempre hay alguien que, haga yo lo que haga, tarda más que yo, y yo empiezo a pensar que se trata de una de esas figuras inventadas tal que el amigo gay que utilizan de coartada todos los homófobos para pretender blindar sus opiniones.
Otra de las cosas más habituales, y de la que quiero escribir hoy, es la naturalidad con que escribo de madrugada y la naturalidad con que borro a mediodía. Que ocurre además especialmente con este artículo, no solo porque el tema sea libre, sino porque al lector lo supongo escandalizado en casa. Así que desde hace años yo escribo de noche unas cosas, a veces directamente al amanecer, y me voy a la cama dejando el texto en la pantalla. Cuando lo releo para enviarlo, lo borro. Por algo parecido al pudor, un sentimiento más bien de culpa por dejar abierta la ventana y resfriarme de noche cuando el día anterior me creía inmune.
Yo con la edad he ganado en vergüenza y he perdido en desparpajo, y la consecuencia es que siempre soy mejor articulista ocho horas antes. Esto no tendría nada de particular si no escribiese, pero yo escribo: veo lo escrito, y lo borro. Si el tiempo fuese para atrás, yo estaría borrando algún artículo anterior para escribir uno mejor, que borraría para etcétera. El tiempo, de momento, sigue su curso y yo el mío. Esto también tiene una consecuencia poética y bien interesante: hay un mundo paralelo a este en el que yo sigo escribiendo artículos demasiado pudorosos, demasiado sinceros (de hecho los escribo) pero la revista los publica porque yo no los borro.
"Por la noche encuentro el momento de escucharme a mí mismo en la mecedora, al borde de la locura pero sin estarlo"