GQ MANIFIESTO ¿Es el fin de la tele?
Netflix, HBO, Amazon Prime Video, plataformas en streaming de grandes grupos audiovisuales… Con tantísima oferta digital, ¿de verdad hay personas que todavía siguen pasando por el aro de las cadenas convencionales?
Qué significa la palabra televisión? ¿Si le preguntamos a tres personas de diferentes generaciones nos responderán lo mismo? ¿Es televisión ver una serie en tu teléfono móvil en el metro o solo es televisión vegetar en el sofá viendo (tal vez ver es un verbo demasiado optimista en este caso) un telefilme durante la sobremesa de los domingos? ¿Es televisión ver a Rajoy en streaming desde tu tablet o solo es televisión escuchar a un presidente hablándole a un país como hacía el general De Gaulle en Francia en los años sesenta? ¿Existe una televisión y una postelevisión?
Vamos a empezar poniéndole cifras al cambio. En marzo de 2017, Youtube hizo públicos sus datos de consumo: cada día se ve un billón de horas de vídeos alrededor del mundo. Es decir, cada día utilizamos un billón de horas para ver imágenes de mapaches robando comida o para escuchar música, pero también para informarnos. Esta cifra multiplica por diez la de visionados que había en la plataforma en 2012. En el Mobile World Congress de este año, el consejero delegado de Netflix, Reed Hastings, repitió lo que lleva tiempo vaticinando: "En 10 o 20 años todo el contenido de la televisión estará en internet". Hastings defiende esta teoría desde 2007, momento en el que olió en el streaming algo parecido al aroma del petróleo y empezó a ofrecer la visualización online de series y películas. Las cifras están ahí para refrendar una nueva realidad que ya todos hemos notado: ahora mismo existe una forma más personal e íntima de consumir televisión, un método diferente al que estábamos habituados, ese que básicamente consistía en sentarse en el sofá como Homer Simpson y hacer zapping sin parar. Hoy hablamos de una tele a nuestro gusto (como si de un bufé libre gigante se tratase).
No sabemos el tiempo de vida que le queda a la televisión tradicional, pero lo que es seguro es que tendrá que ofrecernos un valor añadido si quiere que sigamos con ella. No obstante, la moderna televisión a la carta también debe enfrentarse a sus propios retos, que son dos principalmente: 1) Los editores en línea ponen mucho esfuerzo en crear un contenido personalizado, pero nosotros estamos más desbordados que nunca. Elegimos una y otra vez. Elegimos en Netflix, en HBO, en Amazon, en Movistar TV, en Youtube y en las aplicaciones de las propias cadenas. Es un problema del primer mundo, uno muy común: es frustrante pasar 15 minutos (como poco) eligiendo qué demonios ver. Así que muchas veces –sobrepasados por la avalancha de opciones– terminamos por quedarnos con la televisión tradicional aunque no nos interese lo que pongan. 2) Cada vez va a ser más difícil coincidir con un amigo o un familiar viendo lo mismo en el mismo momento. Es decir, que está en riesgo el momento de mayor socialización, el de crear comunidad frente a una caja con cables, el de comentar un programa en directo o en diferido.
¿Os acordáis del tapete de ganchillo encima de la televisión? Igual el tapete de ganchillo es la propia televisión dentro de 10 o 20 años; o igual, en esta espiral de nostalgia en la que vivimos, hasta terminamos recuperando la figurita de la sevillana.