GQ (Spain)

Poetas entre Dios y el rebaño

- por Manuel Jabois - licor café

La poesía siempre lleva a escenarios imposibles. Me gustaba mucho esto de Dylan Thomas: "Veo a los muchachos del verano en su ruina convertir en eriales los dorados rastrojos". Tengo aquí el libro de Éluard de título magnífico, Capital del dolor, y el verso que dice: "Los mudos son embusteros". Breton escribe del poemario en la contra: "Este libro soporta y reclama las más altas comparacio­nes". De Breton hay una frase que la haría tatuar en un lugar que no se viese: "Je cherche l'or du temps".

Hay hombres de una sola poesía y hay hombres de un par de ellas. Empecé a leer con la vida de Neruda en un Confieso que he vivido editado por la Caja de Ahorros Municipal de Vigo que mis padres tenían por casa. Quise ser poeta cuando leí Veinte poemas y escribí un libro de título infame: Como una linterna apuntando al sol. Aún sigue entrando todos los años dinero de los royalties. Me lo publicó un señor barbudo muy amable y muy hippy, y fuimos con 18 años a firmar el contrato a Vigo dos amigos y yo. Bebimos tanto que nos metieron en un autobús que nos vació en Pontevedra a las diez de la noche. Por el camino nos peleamos con los marinos de la Escuela Naval, y uno de nosotros le arrancó del uniforme varios botoncitos dorados. Al bajar vomitamos y vomitamos, y yo le decía a todo el mundo que aquella vida insólita era la vida del poeta, que era la que yo había elegido, y que quizá empezase a vestir de negro, a pasar hambre y a tener de repente unos 23 años.

No sabía, aunque ya lo había leído, que ser poeta es hacer aquello tan simple que pidió Miguel Hernández y escribió Neruda: "Como no tenía de qué vivir le busqué un trabajo. Era duro encontrar un trabajo para un poeta en España. Por fin un vizconde, alto funcionari­o del Ministerio de Relaciones, se interesó por el caso y me respondió que sí, que estaba de acuerdo, que había leído los versos de Miguel y que lo admiraba, y que éste indicara qué puesto deseaba para extenderle el nombramien­to". Alborozado fue Neruda a decirle al gran poeta:

"Le decía a todo el mundo que aquella vida insólita era la vida del poeta, que era la que yo había elegido"

al fin tienes un destino. El vizconde te coloca. Serás un alto empleado. Dime qué trabajo deseas ejecutar para que decreten tu nombramien­to". Hernández se quedó pensativo. Dice el Nobel que su "cara de grandes arrugas prematuras se cubrió con un velo de cavilacion­es". Que dejó pasar las horas y sólo por la tarde contestó. "Con ojos brillantes del que ha encontrado la solución de su vida, me dijo: ¿No podría el vizconde encomendar­me un rebaño de cabras por aquí cerca de Madrid?".

Hay ambiciones como las de Hernández y otras como las de Lachièze-rey, que envió su nuevo libro a su profesor Jean Laporte recibiendo contestaci­ón inmediata: "Mi querido amigo, acuso recibo de inmediato de Le moi, le monde et Dieu. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarm­e con cierta ansiedad cuál será el tema de su siguiente obra". Lo cuenta Claude Lanzmann en un libro de título luminoso: La liebre de la Patagonia. También es un verso.

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Un ejemplar como éste animó a Jabois a escribir poesía: después llegaría la pelea con los de la Naval y el anhelo de una vida bohemia.
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