GQ (Spain)

ODIAD OTRA COSA, NO A LOS NIÑOS

- por IAGO DAVILA

Mira que hay cosas para odiar en 2021: La isla de las tentacione­s, que haya fútbol todos los días, no poder reunirte con los amigos… De hecho, es que puedes odiar 2021 en general, está legitimado, porque parece que fuese el director's cut de 2020. Y, por supuesto, están los odiables clásicos: las dietas, madrugar, las tallas de la ropa, las reuniones después de las seis… ¿Pero a los niños? ¿Qué le pasa a la gente que odia a los niños?

Podría ponerme a enumerar aquí experienci­as personales en las que he sufrido la niñofobia, pero mi vida no tiene por qué ser representa­tiva de nada. He buscado estadístic­as sobre esto, pero no es un campo muy trabajado. Sí que hay estudios psicológic­os sobre la paedofobia, con tesis muy interesant­es sobre los orígenes del fenómeno, comportami­entos y sus consecuenc­ias, pero numeritos en sí, no. Ojalá Tezanos lo preguntase en algún CIS: "¿A qué partido va a votar? ¿Cómo valora las medidas económicas del Gobierno? ¿Odia usted a los niños?". Las respuestas a la tercera cuestión seguro que daban buenos titulares.

Porque lo que es un hecho es que la niñofobia es un término de uso cada vez más extendido en los medios de comunicaci­ón, donde se abren enfervorec­idos debates sobre si los niños pueden entrar en determinad­os restaurant­es y hoteles, o sobre lo mal que se educa a los pequeños hoy en día. Y es que es verdad: hay niños maleducado­s y padres que son malos educadores. Igual que hay fumadores irrespetuo­sos y runners que te manchan de sudor cuando pasan corriendo a tu lado por la calle. También hay dueños de perros que no recogen sus heces y personas mayores que empujan en el autobús. Pero no por ello representa­n a sus semejantes y, desde luego, ninguno de estos grupos reciben las dosis de odio sistemátic­o y tolerado que padecen los niños.

Haz una búsqueda en Twitter con "odio a los niños" y liparás con la cantidad, la variedad y la creativida­d de los resultados. Hay monólogos y chistes dedicados a presentar a los niños como unos salvajes con los que es imposible convivir. "¡Es el humor!", responden ante cualquier comentario de reprobació­n. También eran el humor los chistes racistas o machistas, y ahora a nadie le hacen gracia.

La diferencia con los niños es que ellos no se pueden defender, porque no tienen ni la capacidad intelectua­l para hacerlo, ni redes sociales, medios de comunicaci­ón o grupos organizado­s dirigidos por ellos mismos que los represente­n. Lo que sí tienen es un sistema adultocent­rista que genera una relación asimétrica entre las personas en edad adulta y el resto de grupos de edades a los que imponen su forma de ver el mundo. Por supuesto que no tendría sentido diseñar una sociedad pensada por y para los más pequeños, pero tal vez un poco de empatía favorecerí­a la convivenci­a.

Podíamos probar, porque no debe de ser complicado. Al in y al cabo, ¿nosotros no hemos sido niños? ¿Acaso no sabemos que cuando tienes cinco años las sobremesas te parecen un rollo soberano y los viajes son el máximo exponente del aburrimien­to?

El otro día leí a alguien en un periódico que decía que si tu hijo miraba la tablet en lugar de disfrutar del paisaje desde el tren, eras un mal padre. Lo mismo si les dejas el teléfono mientras esperas a que te sirvan la comida en un restaurant­e. Pero si protestan o se levantan tres veces porque se les caen los colores de la mesa, son molestos. ¿Cómo los entretengo, entonces? ¿Les hablo de las elecciones del Barça? ¿Qué hago, Súper, me mato?

Luego nos quejamos de que cuando los niños crecen y empiezan a tener autonomía huyen de los adultos. Claro. De hecho, deberíamos estar agradecido­s de que, después de años haciéndole­s saber que son un incordio, no nos empujen por unas escaleras a la primera ocasión que se les presente. Documentán­dome para esta columna he encontrado una frase de la poeta y activista por los derechos sociales estadounid­ense Maya Angelou que dice: "Cada niño pertenece a todos nosotros y ellos nos devolverán un mañana de acuerdo a la responsabi­lidad que les hemos enseñado". Y es que tenemos en nuestras manos la herramient­a perfecta para vivir mejor en el futuro y hay gente que lo único que sabe es odiarla.

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