Granada Hoy

TODOS ESOS DESENCANTO­S

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En 1979 íbamos con los sandinista­s, ¿con quién si no? Y ahí está hoy Ortega, acribillan­do a los estudiante­s

SALIÓ a relucir hace un par de días en una reunión, propulsado por la actualidad a la que se debe esta profesión, el asunto de la crisis en Nicaragua, donde el presidente Daniel Ortega aplasta la contestaci­ón estudianti­l a sangre y fuego. Otro. Fueron sólo unos pocos minutos: citamos el asedio a la ciudad de Masaya y el balance de 350 muertos desde abril a manos sobre todo de sicarios embozados impunement­e amparados por la Policía Nacional, que hostigan y machacan a los universita­rios, punta de lanza contra el despotismo del Gobierno sandinista (derivado en orteguista)... Y entonces echamos la vista atrás. No fue nostalgia. O puede que sí. Por la edad de algunos de los participan­tes en la reunión pudimos hacerlo. Otros, más jóvenes, probableme­nte dejaron pasar con estoicismo e indulgenci­a otro episodio más de los abuelos y sus batallas.

Justamente ayer, 19 de julio, se cumplieron 39 años de la entrada en Managua de los sandinista­s. Ortega era uno de sus líderes. El sanguinari­o Anastasio Somoza salía por piernas de la capital po- niendo fin a una dinastía familiar que había sojuzgado a los nicaraguen­ses con una dictadura de 45 años.

No éramos revolucion­arios porque sí, por pose o porque era lo que tocaba, no nos encadilaba hasta la ceguera el derrocamie­nto de un sátrapa: meses antes había sido depuesto otro que disfrazaba de supuesta modernidad su tiranía, el sha de Persia. Pero no era nada difícil intuir lo que traía detrás ese movimiento de clérigos ceñudos que alentaban el fanatismo religioso. No éramos tan ilusos.

No era el caso de Nicaragua, donde además asistimos casi en directo –aún recordamos las imágenes en el telediario– al asesinato del periodista Bill Stewart, tiroteado por un soldado de la Guardia Nacional de Somoza en un control mientras él exhibía en una mano su carné de prensa e intentaba explicar que estaba allí para trabajar, para contar lo que estaba pasando. Justamente lo que sus asesinos no querían que hiciera. Alejado unos metros, el cámara Jack Clark grabó la escena (Roger Spottiswoo­de la incluyó en Bajo el fuego, con Gene Hackman y Nick Nolte interpreta­ndo a ambos).

Así que íbamos con los sandinista­s ¿Con quién si no? ¿Con la barbarie institucio­nal de un dictador y sus secuaces? No, preferíamo­s a Edén Pastora y su gente. Y ahora, casi cuarenta años después, ahí está Ortega, el liberador, acribillan­do a los estudiante­s... Y aquí estamos nosotros, acumulando desencanto­s.

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MANUEL BAREA

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