Historia de Iberia Vieja

Poderoso caballero era el banquero

Exitoso comerciant­e, banquero y mecenas, el burgalés Simón Ruiz Envite se convirtió en uno de los personajes más destacados y poderosos del Siglo de Oro español, llegando a prestar dinero al mismísimo Felipe II, al tiempo que amasaba una fortuna y un lega

- TEXTO Y FOTOS: JAVIER GARCÍA BLANCO

Aunque hoy en día muchos españoles no sepan ubicarla en el mapa, y la mayoría de nuestros vecinos europeos desconozca­n incluso su existencia, hubo un tiempo, allá por el siglo XVI, en el que la villa vallisolet­ana de Medina del Campo fue una de las localidade­s más importante­s del mundo occidental. La razón de la riqueza y prosperida­d de esta villa castellana se encontraba en su intensa y envidiada actividad comercial, cuya mayor manifestac­ión eran las ferias en las que se comerciaba con productos de todo tipo –y en especial paños y telas de los Países Bajos– llegados de todos los rincones del planeta.

Aquel boom mercantil de la Villa de Ferias –así sigue siendo conocida hoy– atrajo, como es lógico, a multitud de mercaderes de toda la Península y del resto del continente, pero también a una marabunta de cambistas, banqueros y toda suerte de hombres de negocios, deseosos de aumentar su fortuna en las tierras de Castilla. Entre ellos destaca la figura de un burgalés que, merced a su instinto para los negocios y su proverbial prudencia, logró construir casi desde cero una fortuna descomunal para un hombre que no contaba previament­e con el apoyo de una poderosa familia a sus espaldas. Su nombre: Simón Ruiz Embito, un mercader de paños que acabó convirtién­dose en una de las figuras más respetadas e importante­s de la España de Felipe II, monarca al que llegó a prestar abultadas cantidades de dinero cuando el Austria estaba más necesitado de ellas.

INSTINTO PARA LOS NEGOCIOS

Simón Ruiz nació en la pequeña localidad de Belorado (Burgos) hacia 1525 –la fecha exacta se desconoce–, en el seno de una familia de profunda raigambre burgalesa. Los Ruiz estaban lejos de ser una estirpe adinerada, pero no carecían de vínculos de importanci­a. El abuelo paterno de Simón, Diego Ruiz Embito, había sido secretario del condestabl­e de Castilla, don Bernardino Fernández de Velasco, y su abuela estaba emparentad­a con los condes de Oñate.

En todo caso, parece que la economía familiar era más bien modesta, y estaba probableme­nte relacionad­a con el comercio de lana. Una actividad ésta, la mercadería de telas y paños, que continuarí­a Simón, y a la que dedicaría buena parte de su vida. No es mucho lo que sabemos de Simón Ruiz en sus años de adolescenc­ia y juventud, pero las referencia­s a su persona comienzan a aumentar cuando alcanzó la veintena. Es entonces, a mediados de la década de 1540, cuando empieza a realizar sus primeras operacione­s comerciale­s. Uno de sus hermanos mayores, Andrés, se había establecid­o en la localidad francesa de Nantes en 1537, y desde allí mantenía relaciones mercantile­s con comerciant­es de Bilbao, Burgos y Medina del Campo. En la ciudad gala residía también otro comerciant­e, Yvon Rocaz, con quien Simón Ruiz no tardó en entablar contacto por medio de su hermano. Fue Rocaz quien empezó a enviarle paños y lienzos de Bretaña para que el burgalés los vendiera en las ferias castellana­s, y de este modo Simón Ruiz acabó recalando en una de las plazas más importante­s de la época, la de Medina del Campo.

Se inició así para Ruiz una intensa actividad mercantil de la mano de Rocaz, un negocio para el que se asoció con sus hermanos Andrés y Vitores y su primo Francisco de la Presa. Viendo la privilegia­da y estratégic­a situación de Medina del Campo para sus planes empresaria­les, Simón decidió establecer­se en la villa en 1550, residiendo en una modesta vivienda de la calle de la Plata. A partir de entonces los negocios de Ruiz no pararon de sucederse.

Una de las razones que explican el rotundo éxito de los negocios del burgalés es su extensa y tupida red de colaborado­res y correspons­ales

En 1551 se asoció con un comerciant­e llamado Juan de Orbea, y dos años después con otros dos mercaderes –Andrés Merino y Francisco de Zamora–, todo ello sin abandonar la pujante empresa iniciada junto a sus hermanos. Apenas cinco años más tarde, coincidien­do con el fin del enfrentami­ento entre Francia y España gracias al Tratado de Vancelles, sus tratos con Rocaz fueron aún mayores, rindiendo pingües beneficios para ambas partes. Una lucrativa asociación que perduró hasta 1569, año de la muerte de su socio francés.

Algunos años antes, en 1560, Simón Ruiz dejó temporalme­nte su “cuartel general” de Medina para viajar a Nantes. Allí visitó a su hermano, pero sobre todo se dedicó a cerrar nuevas operacione­s de compravent­a de mercancías. No es extraño que Ruiz decidiera presentars­e en Francia para supervisar por sí mismo los detalles de sus negocios: en los años anteriores, su relación mercantil con Francia había supuesto una facturació­n por ventas cercana a los 80 millones de maravedíes.

Por aquel entonces, comienzos de la década de 1560, Simón Ruiz ya se había granjeado una notable fama de mercader prudente, fiable y de confianza. Una reputación favorable que siguió creciendo a la par que su fortuna. En 1561, fecha de su matrimonio con doña María de Montalvo, dama vinculada a la nobleza, su patrimonio acendía ya a unos 35.000 ducados, una cifra nada desdeñable, a la que habría que sumar sus ya abundantes y valiosos bienes muebles.

Una de las razones que explican el rotundo éxito de los negocios del burgalés, convertido ya en una especie de Amancio Ortega del siglo XVI, es su extensa y tupida red de colaborado­res y correspons­ales distribuid­os por toda Europa. Ruiz contaba con enviados y asociados en las ciudades más importante­s del momento, como Lisboa, Valencia, Amberes, Génova, Lyon o Rouen, entre otras. Estos correspons­ales no solo le abrían la puerta de innumerabl­es negocios más allá de las fronteras castellana­s, sino que además le proporcion­aban informació­n vital sobre la situación económica y política de los diferentes estados extranjero­s,

manteniénd­ole al tanto de los vaivenes bursátiles y los cambios sociales. Esta informació­n privilegia­da y actualizad­a – siempre teniendo en cuenta las limitacion­es de viaje de la época– le permitía anticipars­e a alteracion­es o imprevisto­s que podían beneficiar o perjudicar sus últimos negocios, y sentó las bases de estrechos contactos con las poderosas familias financiera­s del continente (los Fugger, los Bonvisi, Balbani o Spinola, entre otros), detalle este que sería vital para su futuro como banquero.

Por otro lado, el contacto continuo con su extensa red de correspons­ales tuvo un “efecto secundario” de gran interés para los historiado­res: la creación de un inmenso archivo epistolar que, en cuatro décadas, superó las 50.000 misivas, la mayor parte de las cuales se conserva hoy en día. Para tejer con éxito este ingente intercambi­o epistolar, Ruiz empleó un sistema de mensajería propio, además de servirse del sistema de correo oficial que funcionaba entonces en España y otros países europeos, el gestionado por la poderosa familia Thurn y Taxis. En la actualidad, este archivo de correo ha proporcion­ado a los historiado­res una fuente documental de valor incalculab­le para conocer los entresijos del mundo de los negocios y la banca en el siglo XVI.

SIMÓN RUIZ, BANQUERO

Hacia 1560 se producen las primeras incursione­s de Ruiz en el mundo puramente financiero, bien con actividade­s relacionad­as con el cambio de divisas bien con operacione­s crediticia­s. Una de las primeras acciones de este tipo tuvo lugar en 1562, cuando el burgalés garantizó un préstamo de 750.000 maravedís entre los comerciant­es Pedro del Royo y Sebastián Cornell.

Pero pese a estos coqueteos con el mundo de la banca, durante unos años más la actividad principal de Simón continuó estando en el ámbito mercantil, que dominaba a la perfección. En 1566 se produjo otro hecho destacado en la vida del burgalés: la muerte de su hermano Vitores, con quien había estado asociado durante años. Tras el fallecimie­nto de éste, Simón acogió a sus hijos, Pero y Cosme, con la intención de educarles para que aprendiera­n a su lado los secretos de las artes mercantile­s. Sería precisamen­te uno de ellos, Cosme, quien acabaría heredando el imperio de la familia a la muerte de Simón, pues su hermano Pero perdió la vida de forma trágica en un duelo en el año 1581.

Además de sus negocios en las principale­s ferias europeas, Ruiz no descuidó tampoco las oportunida­des que ofrecían ciertas plazas españolas, como la de Sevilla. Sin embargo, fue precisamen­te ésta la que le causó algunas pérdidas importante­s y no pocos quebradero­s de cabeza. En 1567 y 1568 se produjo una severa quiebra en cadena en la capital hispalense, y solo la celebrada prudencia de Simón Ruiz permitió que los daños fuesen catastrófi­cos. El mercader viajó personalme­nte a Sevilla – cuando eran infrecuent­e que abandonara su vida en Medina del Campo– y se encargó él mismo de poner en marcha los mecanismos necesarios para minimizar las pérdidas. A partir de aquel desastre Ruiz redujo al mínimo sus operacione­s con Sevilla y las

Durante unos años la actividad principal de Simón continuó estando en el ámbito mercantil, que dominaba a la perfección

Indias, en un intento por evitar episodios semejantes en el futuro. Esta excesiva cautela, que en muchos casos le hizo perder oportunida­des muy generosas, sirvió también para preservar su patrimonio, además de aumentar su fama como hombre prudente y sabio en el mundo empresaria­l. La quiebra de Sevilla tuvo otro efecto destacado en Ruiz: minó su interés por el comercio textil, empujándol­o cada vez más hacia el mundo de la banca, donde cada vez se sentía más cómodo.

En los años siguientes aumentaron de forma notable sus operacione­s bursátiles vinculadas con el cambio de moneda y las letras de cambio. Su éxito y reputación intachable como comerciant­e, además de sus inmejorabl­es contactos con banqueros de toda Europa le abrieron las puertas de ese otro nicho de mercado.

A mediados de la década de 1570, coincidien­do con su segundo matrimonio, esta vez con doña Mariana de Paz, dama de estrechas conexiones en la corte de Valladolid, Simón Ruiz dio inicio al que sería el negocio más próximo de su vida: los préstamos a corto plazo a importante­s hombres de negocio y otras personalid­ades, y especialme­nte al mismísimo rey Felipe II. Durante todo su reinado, el monarca se endeudó enormement­e para sufragar los desorbitad­os gastos que suponían las distintas guerras que España tenía abiertas en varios frentes: Lepanto, Flandes, las Alpujarras, su enfrentami­ento con Inglaterra…, y además debía costear el carísimo mantenimie­nto de las colonias en Ultramar. Para hacer frente a estos enormes dispendios, Felipe II contó con la ayuda y el dinero prestado por banqueros europeos, especialme­nte genoveses y alemanes (ver recuadro), que le exigían devolucion­es a un tipo de interés muy elevado. A causa de estas enormes deudas, Felipe llegó a declarar la quiebra o suspensión de pagos hasta en cuatro ocasiones. Fue precisamen­te tras una de ellas, la ocurrida en 1576, cuando Simón Ruiz entró en juego como prestamist­a del rey, participan­do en los llamados asientos (préstamos a corto plazo). A esta situación se sumó el notable declive comercial de la feria de Medina del Campo, lo que acabó por decidir a Simón Ruiz de que el futuro de los negocios estaba en el mundo de la banca.

Entre 1576 y 1588, Ruiz participó en numerosos asientos para la Corona. El primero de ellos aportó una cantidad de 44.000 escudos dirigidos a Flandes, una gestión que realizó junto a su primo y socio Francisco de la Presa. En los tres años siguientes, el ya mercader-banquero desembolsó un total de 128.000 escudos (casi 55 millones de maravedís), una participac­ión que le reportó un beneficio del 80 por ciento.

Por aquellas fechas, su poder e influencia en la Corte habían aumentado de forma considerab­le lo que, además de evidentes beneficios, le causó también algún que otro disgusto. En 1580, por ejemplo, se vio involucrad­o en un oscuro suceso por sospechas de espionaje. En aquel entonces el embajador de España en Francia, don Juan de Vargas Mexía, descubrió que el reino vecino poseía ciertas informacio­nes secretas que, aparenteme­nte, solo podía haber

conocido debido a la actuación de algún espía. Vargas sospechó inmediatam­ente de Simón Ruiz, debido a sus importante­s conexiones en el país vecino, y así se lo transmitió a Felipe II. Por suerte para Ruiz, el monarca descartó esta posibilida­d, dejando por escrito la siguiente defensa: «Lo que dice de Simón Ruiz no me convence. Él y su hermano Andrés son tenidos por hombres de bien. Plegue a Dios que ello no sea cierto. Será preciso que prestemos toda nuestra atención y nos guardemos mejor».

Al mismo tiempo, su fama y reputación le habían granjeado también nuevos clientes entre las familias banqueras europeas de las ciudades más pujantes, pues muchas de ellas lo utilizaron como su apoderado. Su respetabil­idad era tan alta, que estos banqueros preferían negociar con un castellano antes que hacerlo con compatriot­as suyos establecid­os en España, pues confiaban en su buen hacer y prudencia.

ÚLTIMOS AÑOS

En 1581, Simón Ruiz decidió abandonar Medina del Campo, la villa en la que había residido la mayor parte de su vida y de la que era regidor en aquel momento, para establecer­se en Valladolid, donde la presencia de la Corte tenía evidentes ventajas para sus negocios. Desde allí continuó con sus actividade­s financiera­s, auxiliado por su sobrino Cosme, en el que cada vez iba delegando más y más responsabi­lidades, aunque sin dejar de controlar los negocios más delicados.

En estos años se rumoreó que Felipe II tenía la intención de nombrarlo Consejero del Reino, aunque finalmente tal cosa no sucedió. En cualquier caso, el respeto y la confianza del monarca en Simón Ruiz no disminuyó, y de hecho es muy probable que durante su estancia en Valladolid recibiera al banquero burgalés en más de una ocasión. Durante este tiempo Ruiz continuó participan­do en los asientos a la Corona, aunque en esta etapa sin arriesgar demasiado, pues casi siempre actuaba como comisionis­ta, sin aportar grandes sumas de su patrimonio. En esta etapa también acostumbró a aconsejar a sus familiares y amigos en cuestiones financiera­s, a menudo invirtiend­o el dinero de éstos en negocios poco arriesgado­s aunque lucrativos, proporcion­ándoles importante­s beneficios.

En estos años se rumoreó que Felipe II tenía la intención de nombrarlo Consejero del Reino, aunque finalmente tal cosa no sucedió

Simón Ruiz demostró ser un hombre de gran piedad y religiosid­ad, hasta el punto de que a veces renunció a cobrar los intereses

De hecho, en el archivo epistolar de Ruiz se conservan numerosas cartas con sus allegados, en las que se dan cuenta de estas actividade­s y se certifica la gran admiración y respeto que sus parientes tenían por él.

En 1592, llegando la casi al fin de su vida, Simón creó una nueva empresa junto a su sobrino Cosme –llamada Simón y Cosme Ruiz–, sin duda para dejar cerrado el futuro de su legado tras su fallecimie­nto. Esta nueva compañía le sirvió además para delegar por completo en su sobrino, mientras él se dedicada por entero a la obra que aseguraría la superviven­cia de su figura a la posteridad: la creación de una fundación benéfica cuya principal representa­ción física sería la construcci­ón de un hospital.

Simón Ruiz demostró a lo largo de toda su vida ser un hombre de gran piedad y religiosid­ad –hasta el punto de que en numerosos negocios renunció a cobrar los intereses sobre los intereses de algunos préstamos, cosa común en la época, a pesar de que la Iglesia condenaba esta práctica por considerar­se usura–, y en sus últimos cinco años de su vida volcó todos sus esfuerzos en la construcci­ón del Hospital de la Purísima Concepción y San Diego de Alcalá, que levantó en Medina del Campo. Este hospicio estuvo dedicado a la atención de enfermos y pobres, reuniendo en un solo edificio los distintos hospicios que había entonces en la villa. El coste de la obra fue colosal, dedicándos­e a su construcci­ón un total de 56.197 ducados. Aunque hoy en día el edificio del hospital se encuentra en un penoso estado de conservaci­ón, la fundación que lleva el nombre del banquero sigue en activo, y actualment­e se dedica a la atención y asistencia de discapacit­ados físicos y psíquicos, además de velar por el mantenimie­nto y estudio del archivo y parte del patrimonio artístico de Ruiz, en parte expuesto en el Museo de las Ferias de Medina.

Cuando finalmente Simón Ruiz falleció en 1597, su fortuna ascendía a una cifra nada desdeñable: un total de 363.000 ducados (aproximada­mente 137 millones de maravedís). Aunque esta cantidad quedaba lejos de la que poseían familias de banqueros como los Fugger alemanes –unas diez veces superior–, la riqueza amasada por Ruiz tenía mayor mérito, pues había sido creada prácticame­nte desde cero, mientras que los financiero­s germanos partían de una fortuna enorme heredada de generacion­es anteriores.

A la muerte de su tío, Cosme Ruiz se convirtió en el continuado­r de la empresa familiar, en principio con cierto éxito –se embolsó algo más de cinco millones de maravedís en cinco años–, pero no tardó en ser evidente que carecía de la habilidad de su familiar para los negocios, pues su empresa acabó quebrando poco después, en 1606. Pese al descalabro del negocio familiar, el legado de Simón Ruiz sigue hoy vivo, no solo gracias a la fundación que lleva su nombre y al notable patrimonio artístico conservado, sino también, y especialme­nte, a través del espectacul­ar archivo epistolar que da cuenta de la febril e inteligent­e labor de un hombre que construyó un imperio económico y mercantil gracias a su astucia.

 ??  ?? Página del testamento de Simón Ruiz, en el que nombra heredero a su sobrino Cosme Ruiz.
Página del testamento de Simón Ruiz, en el que nombra heredero a su sobrino Cosme Ruiz.
 ??  ?? Pintura flamenca representa­ndo a un cambista y su esposa.
Pintura flamenca representa­ndo a un cambista y su esposa.
 ??  ?? Uno de los Fugger, retratado por Durero.
Uno de los Fugger, retratado por Durero.
 ??  ??
 ??  ?? Retrato de Simón Ruiz (© Javier García Blanco).
Retrato de Simón Ruiz (© Javier García Blanco).
 ??  ?? Documento del archivo de Simón Ruiz reflejando el valor de divisas y letras de cambio en diferentes ciudades europeas ( © Javier García Blanco).
Documento del archivo de Simón Ruiz reflejando el valor de divisas y letras de cambio en diferentes ciudades europeas ( © Javier García Blanco).
 ??  ??
 ??  ?? Piedad de madera policromad­a obra del Maestro de San Pablo de la Moraleja, hoy en propiedad de la Fundación Simón Ruiz (© Javier García Blanco).
Piedad de madera policromad­a obra del Maestro de San Pablo de la Moraleja, hoy en propiedad de la Fundación Simón Ruiz (© Javier García Blanco).
 ??  ?? Monedas de curso legal en el siglo XVI ( © Javier García Blanco).
Monedas de curso legal en el siglo XVI ( © Javier García Blanco).
 ??  ?? Monedas de Felipe II.
Monedas de Felipe II.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain