Su primer maestro
LA INFANCIA del príncipe Fernando transcurrió en el ambiente acusadamente absolutista de la corte española, sometido a una estricta etiqueta, a un horario riguroso y a la vigilancia atosigante de su madre, la reina María Luisa. No recibió una educación brillante, ni sus maestros fueron los hombres de mayor mérito del reino para desempeñar su cometido, pero ni aquélla fue desdeñable, ni éstos carecieron de aptitudes.
El preceptor inicial de Fernando, esto es, el encargado de enseñarle las primeras letras y la gramática latina, fue el escolapio Felipe Scio de San Miguel, hombre culto que había realizado viajes de estudios por Francia, Alemania e Italia y llegó a palacio precedido de fama de gran pedagogo. Había aplicado el entonces prestigioso método del Colegio Calasancio de Roma en los establecimientos de enseñanza de su orden en Castilla, considerados los de mayor solvencia en la educación infantil tras la expulsión de los jesuitas. Su traducción de la Biblia del latín al castellano le valió el elogio de quienes deseaban renovar la religiosidad en España tomando como guía las sagradas escrituras y la doctrina de los padres de la Iglesia y, al mismo tiempo, le supuso no pocas críticas por parte de los defensores de la Iglesia tradicional.
En la segunda edición de su traducción de la Biblia (1794), incluyó una larga dedicatoria al príncipe Fernando en la que, además de instarle a guiarse por los principios de las sagradas escrituras, le exhortó a actuar como el príncipe y mártir san Hermenegildo, “el cual, renunciando al cetro y la vida, ofreció al cuchillo su garganta para no abandonar la verdad de los divinos libros, verdad que le hizo comprender el esclarecido Obispo y Doctor San Leandro”.
Felipe Scio había sido designado preceptor de los infantes en 1780 por el conde de Floridablanca, entonces secretario de Estado de Carlos III. Al nacer Fernando, aparte de sus dos hermanos gemelos, pronto fallecidos, vivían tres hijas del rey: Carlota Joaquina, de nueve años, María Amalia, de cinco, y María Luisa, de dos, de manera que la tarea del escolapio se centró en la educación de la primera, según todos los testimonios con gran éxito. Fue muy celebrada la solvencia con que Carlota Joaquina superó unos exámenes, al parecer muy duros, a los diez años, en vísperas de contraer matrimonio con don Joâo. En 1785 Felipe Scio acompañó a la infanta a Portugal, y aunque nominalmente siguió figurando como preceptor del príncipe, esta función la continuó su hermano Fernando, religioso de la misma orden. Felipe viajó con frecuencia a Madrid, por lo que cabe pensar que, a pesar de su ausencia, la educación del príncipe quedó en última instancia bajo su responsabilidad. En 1794 regresó a España y ejerció como preceptor único del príncipe de Asturias hasta el verano de 1795.