Historia y Vida

EL SANTUARIO DE LA HIGUERA

La realidad de una aldea que acepta su eterna vinculació­n al Che

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DE VALLEGRAND­E a La Higuera hay 60 km de carretera sinuosa. Nada que ver con el camino impractica­ble de los días de la guerrilla. La aldea sigue siendo pobre (arriba, campesinos con el retrato de Guevara), pero no luce la miseria con la que recibió al Che. Hace poco llegó la electricid­ad y, con ella, una sala de vídeo y televisión que, junto a la pequeña biblioteca, se alternan con la cantina en el ocio de los lugareños. Los cubanos han vuelto, pero para luchar de otra manera. Son médicos.

LAS MUESTRAS de admiración y culto a la figura del Che, latentes durante la larga etapa de gobiernos militares, han aflorado desde que Evo Morales llegó a la

presidenci­a y homenajeó al guerriller­o en La Higuera. Sus habitantes, quizá consciente­s de que deben su lugar en el mapa de la historia al Che, le han consagrado el pueblo, salpicando su reducida geografía de estatuas, retratos y consignas.

RARA ES LA CASA donde no ver su foto. Hasta la escuelita donde lo ejecutaron, la construcci­ón más reluciente de la aldea, es hoy un museo a su memoria. A pocos metros, en la única plaza, destaca un busto gigantesco del comandante con su boina estrellada. Justo al lado se alza una cruz. Símbolos irreconcil­iables en cualquier otra latitud, excepto en el santuario de La Higuera.

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