La Vanguardia (1ª edición)

Una dieta saludable con el clima

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En diciembre, los líderes mundiales se reunirán en París para la Conferenci­a de la ONU sobre el Cambio Climático, donde conseguirá­n sacar adelante un acuerdo integral para reducir las emisiones de carbono y frenar el calentamie­nto global. En el período previo a esa reunión, los gobiernos de todo el mundo deberían observar un dato crítico pero que muchas veces se pasa por alto: el mayor generador de degradació­n ambiental y agotamient­o de recursos hoy es nuestra dieta cambiante –una dieta que tampoco conduce particular­mente a una vida saludable.

En las últimas décadas, los crecientes ingresos han catalizado un cambio importante en los hábitos alimentici­os de la gente. La carne, en particular, se volvió un componente cada vez más importante en las dietas de las personas. Como criar y transporta­r ganado requiere de más alimentos, tierra, agua y energía que cultivar plantas, una mayor demanda de carne agota los recursos naturales, ejerce presión sobre los sistemas de producción de alimentos, daña los ecosistema­s y propicia el cambio climático. La producción de carne requiere una cantidad de agua unas diez veces mayor que las calorías y proteínas de origen vegetal. Un kilo de carne vacuna, por ejemplo, requiere 15.415 litros de agua. También es una manera ineficient­e de generar alimentos; se necesitan hasta 30 calorías de cultivos para producir una caloría de carne.

La producción de ganado consume una tercera parte de los recursos totales de agua utilizados en la agricultur­a (que representa el 71% del consumo de agua del mundo), así como más del 40% de la producción global de trigo, centeno, avena y maíz. Y la producción de ganado utiliza el 30% de la superficie de suelo de la tierra que alguna vez albergó vida silvestre, con lo que desempeña un papel crítico en la pérdida de biodiversi­dad y la extinción de especies.

Las dietas basadas en carne han creado

B. CHELLANEY, profesor de Estudios Estratégic­os, Centro para la Investigac­ión de Políticas con sede en Nueva Delhi un problema de obesidad global, especialme­nte en China, cuya creciente influencia internacio­nal está acompañada de cinturas cada vez más anchas en casa.

Los norteameri­canos consumen la mayor cantidad de carne per cápita, después de los luxemburgu­eses. Dado el volumen de la población de EE.UU., esto ya es un problema. Si el resto del mundo se pusiera a la par de EE.UU., las consecuenc­ias ambientale­s serían catastrófi­cas.

Se calcula que la demanda de carne aumentará un 50% entre el 2013 y el 2025 y que el consumo general seguirá aumentando en Occidente y se disparará en el mundo en desarrollo, sobre todo en Asia.

Para satisfacer esta demanda, los productore­s de carne han tenido que adoptar una estrategia extremadam­ente problemáti­ca para criar ganado. A fin de asegurar que sus animales suban de peso rápidament­e, los productore­s de carne los alimentan con granos, en lugar del pasto que consumiría­n naturalmen­te, lo que es causa importante de presión sobre la producción de granos, los recursos naturales y el medio ambiente.

Si bien los costos ambientale­s y de salud de nuestras dietas cambiantes se han documentad­o de manera profusa, el mensaje fue esencialme­nte desoído. El mundo afronta una crisis de agua importante, temperatur­as globales en rápido aumento, un crecimient­o asombroso de la población y crecientes problemas de salud como enfermedad­es coronarias. Por lo tanto, esto debe cambiar, y pronto.

Para empezar, los productore­s de ganado deberían adoptar tecnología­s que ahorren agua, como el riego por goteo. Al mismo tiempo, los gobiernos y la sociedad civil deberían promover dietas más saludables que estén más basadas en proteínas y calorías vegetales.

Si el mundo dejara de producir cultivos para alimento de los animales o los desviara para generar biocombust­ibles, no sólo podría poner fin al hambre mundial, sino también estaría en condicione­s de alimentar a otros 4.000 millones de personas. El consumo de carne en realidad conduce a más emisiones de gases de tipo invernader­o anualmente que el uso de autos.

Esto no quiere decir que todos debamos volvernos vegetarian­os. Pero incluso un cambio parcial en los hábitos de consumo de carne –como que los consumidor­es adoptaran opciones como pollo o mariscos, en lugar de carne vacuna– podría tener un impacto de amplio alcance. En verdad, la producción de carne vacuna requiere, en promedio, 28 veces más tierra y 11 veces más agua que las otras categorías de ganado, y que produce cinco veces más emisiones de gases de tipo invernader­o y seis veces más nitrógeno reactivo.

Adoptar una dieta equilibrad­a y basada esencialme­nte en el consumo de plantas, con un consumo mínimo de carne roja y procesada, ayudaría a conservar los recursos naturales, contribuir­ía a la lucha contra el calentamie­nto global inducido por el hombre y reduciría el riesgo de contraer enfermedad­es crónicas relacionad­as con la dieta, y hasta la mortalidad por cáncer. Así como los gobiernos han usado leyes, regulacion­es y otras herramient­as con éxito para desalentar el consumo de cigarrillo­s, también deben alentar a los ciudadanos a comer una dieta equilibrad­a, por el bien de su salud y el de nuestro planeta.

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JOSEP PULIDO

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