La Vanguardia (1ª edición)

Bolt agranda su leyenda con un tercer oro en 100 m

El sudafrican­o Van Niekerk fulmina el récord de Michael Johnson en 400 m

- SERGIO HEREDIA Enviado especial

Hay un ogro en el Estadio Olímpico de Río. El del Botafogo. Tiene que haberlo. Siempre lo hay.

Justin Gatlin no mira hacia arriba. El estadio le abuchea. –¡Booo! ¡Booo! Río abuchea a Gatlin (34). Le afea su doble positivo. El primero había llegado en el 2001, cuando era un júnior. Apareciero­n anfetamina­s en su organismo. Él dijo que las tomaba para combatir un problema de la infancia, un trastorno por déficit de atención. Le cayó un año.

El segundo se produjo en el 2006. Esta vez era testostero­na. Y ahí se ponía en juego un castigo de por vida.

Gatlin prometió que no volvería a hacerlo. También dijo que a partir de ahora lo contaría todo. Quién consumía qué y cómo. De dónde le llegaba el material. La justicia tomó nota y le rebajó la sanción a ocho años. Y luego, a cuatro. En el 2010, ya competía de nuevo.

Al público de Río, la exención le importa un pimiento. Gatlin es un ogro. Siempre tiene que haber uno. Por eso, le abuchea.

Luego sale Usain Bolt (29), y entonces todo son aplausos. –¡Bolt, Bolt, Bolt! Así vocean 50.000 gargantas. Como en el circo romano.

Bolt está cómodo. En su salsa. Lleva ocho años hecho un hombre-espectácul­o. En las semifinale­s, ha cruzado la meta sonriendo a la cámara. Hay un punto de arrogancia en él. Se gusta demasiado.

Todo comenzó en el 2008, el año de su explosión internacio­nal. Entonces, Bolt aún era un tipo flaco y muy alto que experiment­aba con la velocidad y se lesionaba con cierta frecuencia: su-

FINAL LENTA Un mal inicio lastró al astro, que hizo 9s81; en Pekín ganó con 9s69 y en Londres lo logró con 9s63 ÚLTIMOS PASOS Bolt no se plantea llegar a Tokio 2020; “Es duro ver cómo pasa el tiempo”, dijo a la prensa SEGUNDO RETO Hoy, el jamaicano arranca en su segundo reto: en los 200 m le esperan Gatlin y Merrit

fre escoliosis, una desviación de la columna que lleva locos a sus fisioterap­eutas. La escoliosis no le impedía manejarse en los 200 m. No hay tanta violencia en el arranque de la prueba: Bolt puede acelerar sin romper la caja de cambios. En la media vuelta, era el mejor del mundo. Otra cosa es lo que pudiera hacer en el hectómetro.

Para los 100 m, Bolt era demasiado alto (1,93). O eso se decía. Se interpreta­ba que tardaría un mundo en ponerse de pie.

Nadie, ni siquiera su entrenador, Glenn Mills, apostaba demasiado por un Bolt velocista puro.

En parte, tenía razón. Basta con ver su puesta en acción. Lleva las rodillas cruzadas, hay fuerzas oblicuas que se pierden hacia ángulos extraños. Un desperdici­o de energía. En Río, fue el séptimo en ponerse en pie.

Mills lo quería en la vuelta a la pista. Ahí duele.

Bolt se quería en el cien. Y así se lo dijo a su técnico.

–Primero, tendrás que batir el récord de Jamaica de los 200 m –le contestó Mills.

Don Quarrie había registrado 19s86 en 1968, en las alturas de los Juegos de México. Quarrie, la primera leyenda de la velocidad jamaicana.

Bolt se echó unas risas. No se dejó intimidar. Y luego aceptó el reto. Un mes más tarde, firmaba 19s75. Y un año más tarde, batía los récords mundiales de los 100 y los 200. De propina, también el del relevo corto. Eso era en Pekín 2008. El inicio de esta historia.

Aquellos fueron los Juegos de Phelps y Bolt. Y en eso estamos, ocho años más tarde.

Lo que pasa es que ese ciclo se acaba. Michael Phelps (31) se va a casar con Nicole Johnson y ambos se llevarán de luna de miel a Boomer, su bebé de cuatro meses. Hay paparazzi localizand­o vuelos. Darían media vida por averiguar dónde piensan esconderse.

Bolt no habla de retirarse. Aunque a Tokio no llega. No le llega para otros cuatro años.

–Es duro ver cómo pasa el tiempo –dijo en la rueda de prensa.

El tiempo corre en su contra, y eso se nota en los registros. La carrera fue floja. Salió mal y progresó hasta los sesenta metros. Se esperaba un acelerón final, pero no emprendió el vuelo. Cerró en 9s81. Su tercer oro olímpico fue el más lento de su vida. Había registrado 9s69 en Pekín 2008 y 9s63 en Londres 2012.

Da la impresión de que sus mejores días ya han pasado. También los de Gatlin. Bolt no irá a Tokio, pero aún está en Río. Come pollo y verdura en la Villa Olímpica. Y envía a algún compañero a la cola del McDonald’s, el único restaurant­e alternativ­o del recinto. Hay que esperar media hora a que te atiendan. Bolt no puede pasarse allí mucho tiempo. Los otros olímpicos no le dejan respirar. Todo son selfies.

Hoy vuelve a escena, ahora en los 200 m (16.50 h). Aquí le espera Gatlin, de nuevo. Y también LaShawn Merrit, otro fenómeno estadounid­ense, bronce en los 400 m. Otro que ha pasado vergüenza alguna vez. En el 2010, dio positivo por DHEA (dehidroepi­androstero­na), un medicament­o que se utiliza para el alargamien­to del pene.

–Cualquier sanción que reciba no ocultará la humillació­n que siento. He cometido un error tonto, inmaduro y egoísta –dijo. Le cayeron 21 meses. Y también está Bruno Hortelano, español, campeón de Europa.

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Usain Bolt se golpea el pecho al cruzar la meta por delante de Gatlin, De Grasse, Blake y Vicaut
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CAMERON SPENCER / GETTY La sonrisa del más veloz. Bolt corrió cómodo. Tanto, que parece sonreír al superar a sus rivales en semifinale­s. Después llegó el oro
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FRANCK FIFE / AFP

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