Verano político
Llegados al ecuador del verano, nuestros cuerpos ya se han ido acostumbrando a las altas temperaturas y al sol que no parece dispuesto a descansar ni un solo instante. Algo parecido ocurre con la política. Altas temperaturas y acuerdos políticos que son como ese horizonte serpenteante que contemplamos en el mar bañado por el sol y que nunca podremos alcanzar.
Nos preguntamos para qué sirve un gobierno si seguimos funcionando sin él después de tantos meses. Constatamos, una vez más, que la cosa pública y la cosa de nadie son la misma cosa. En verano el tiempo corre en dos direcciones contrarias pero convergentes: va muy rápido y a la vez va muy lento. Probablemente, esta doble percepción se deba al hecho de que somos nosotros los que gobernamos al tiempo.
A la situación política española le ocurre todo lo contrario. Los plazos se van produciendo inexorablemente sin que nadie sepa cómo dominarlos. Hacer gobierno es una urgencia tan inapelable para la política como nuestra siesta veraniega tras una copiosa comida.
Qué extraño resulta ver a los representantes de los partidos lanzar mensajes de gran afectación política en pleno verano, cuando los ciudadanos, aquellos que los han votado, se encuentran fascinados por una puesta de sol, o leyendo ese libro que no pudimos leer en el duro invierno. Las imágenes de la clase política española atrapada en Madrid recuerdan escenas del filme El ángel exterminador de Luis Buñuel, donde los protagonistas no pueden salir de una gran mansión, aunque nadie se lo impida.
Como señala el escritor italiano Elio Vittorini en su libro Conversación en Sicilia, “por lo que un verano terrible significaba: ni una sombra en todos aquellos kilómetros, las cigarras reventadas al sol, los caracoles vaciados por el sol, todas las cosas del mundo convertidas en sol. Era un verano terrible –dijo mi madre–”, también es un verano terrible para la política española que se halla a punto, bien de acariciar un gobierno moderado, como pide Rajoy, bien de convocar unas terceras elecciones, algo que nadie quiere hacer. Mientras, nosotros, en nuestro paraíso particular en el que hemos convertido las merecidas vacaciones de verano, nos aprestamos a dejarnos llevar tan lejos como sea posible del día del juicio de la política española que puede llevarnos el infierno.