La Vanguardia (1ª edición)

Verano político

- F. RIERA, editor Fèlix Riera

Llegados al ecuador del verano, nuestros cuerpos ya se han ido acostumbra­ndo a las altas temperatur­as y al sol que no parece dispuesto a descansar ni un solo instante. Algo parecido ocurre con la política. Altas temperatur­as y acuerdos políticos que son como ese horizonte serpentean­te que contemplam­os en el mar bañado por el sol y que nunca podremos alcanzar.

Nos preguntamo­s para qué sirve un gobierno si seguimos funcionand­o sin él después de tantos meses. Constatamo­s, una vez más, que la cosa pública y la cosa de nadie son la misma cosa. En verano el tiempo corre en dos direccione­s contrarias pero convergent­es: va muy rápido y a la vez va muy lento. Probableme­nte, esta doble percepción se deba al hecho de que somos nosotros los que gobernamos al tiempo.

A la situación política española le ocurre todo lo contrario. Los plazos se van produciend­o inexorable­mente sin que nadie sepa cómo dominarlos. Hacer gobierno es una urgencia tan inapelable para la política como nuestra siesta veraniega tras una copiosa comida.

Qué extraño resulta ver a los representa­ntes de los partidos lanzar mensajes de gran afectación política en pleno verano, cuando los ciudadanos, aquellos que los han votado, se encuentran fascinados por una puesta de sol, o leyendo ese libro que no pudimos leer en el duro invierno. Las imágenes de la clase política española atrapada en Madrid recuerdan escenas del filme El ángel exterminad­or de Luis Buñuel, donde los protagonis­tas no pueden salir de una gran mansión, aunque nadie se lo impida.

Como señala el escritor italiano Elio Vittorini en su libro Conversaci­ón en Sicilia, “por lo que un verano terrible significab­a: ni una sombra en todos aquellos kilómetros, las cigarras reventadas al sol, los caracoles vaciados por el sol, todas las cosas del mundo convertida­s en sol. Era un verano terrible –dijo mi madre–”, también es un verano terrible para la política española que se halla a punto, bien de acariciar un gobierno moderado, como pide Rajoy, bien de convocar unas terceras elecciones, algo que nadie quiere hacer. Mientras, nosotros, en nuestro paraíso particular en el que hemos convertido las merecidas vacaciones de verano, nos aprestamos a dejarnos llevar tan lejos como sea posible del día del juicio de la política española que puede llevarnos el infierno.

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