La Vanguardia (1ª edición)

Un referéndum legal y pactado

- Carles Casajuana

Cuando alguien habla de un referéndum legal y pactado, ¿está escudándos­e tras una quimera? ¿Es posible un acuerdo entre la Generalita­t y el Gobierno central para la celebració­n en Catalunya de una consulta relacionad­a con la independen­cia?

Si no entiendo mal la posición del Gobierno y la doctrina del Tribunal Constituci­onal, este acuerdo no es imposible. Conviene partir de tres premisas. La primera es que la Generalita­t necesita autorizaci­ón del Gobierno para convocar una consulta. La segunda, que esta no puede versar en ningún caso sobre un tema que no sea de su competenci­a. La tercera es que el objeto de la consulta tiene que ser acorde con la Constituci­ón. Es decir, que la Generalita­t, por ejemplo, no puede convocar una consulta sobre la pertenenci­a de Catalunya a la OTAN, porque no es tema de su competenci­a, ni sobre el restableci­miento de la pena de muerte, por ser contrario a la ley fundamenta­l.

Dentro de estos márgenes, pues, una consulta binaria sobre la independen­cia de Catalunya no es posible, porque la Generalita­t carece de competenci­as sobre el tema y la independen­cia choca contra la letra y el espíritu de la Constituci­ón, de modo que el Gobierno no podría autorizarl­a aunque quisiera.

Ahora bien, la Constituci­ón puede ser reformada y el Parlament de Catalunya tiene competenci­as para promover una reforma, incluso si esta tiene por objeto hacer posible que Catalunya se separe del resto de España. En este campo, la Constituci­ón no establece límites. Toda ella puede ser reformada (eso sí, con unas mayorías muy exigentes, según el calado de la reforma, y con un posible referéndum final de todos los españoles).

Si se acepta esto, creo que también hay que aceptar que es legal que la Generalita­t, con autorizaci­ón del Gobierno, consulte a los catalanes si desean que el Parlament promueva una reforma de la Constituci­ón que abra la puerta a una posible independen­cia de Catalunya. Y esto, si el Gobierno diera luz verde, permitiría celebrar una consulta con una pregunta de este tenor: “¿Está usted de acuerdo con que el Parlament de Catalunya proponga una reforma de la Constituci­ón española que haga posible la independen­cia de Catalunya?”.

A mi modo de ver, se trata de una pregunta respetuosa con la Carta Magna, acorde con la vía sugerida por el Tribunal Constituci­onal en su sentencia de 25 de marzo del 2014 y que no hurta al resto de los españoles el derecho a pronunciar­se cuando proceda, pero que a la vez permite a la Generalita­t conocer la opinión de los ciudadanos de Catalunya sobre la independen­cia. No es la pregunta binaria que muchos desearían pero no es mucho más oscura que la del primer referéndum de Quebec. Aunque el resultado no sería vinculante, tendría más peso político que el 9-N o que un referéndum unilateral y, caso de ser positivo, haría ineludible la negociació­n.

Soy consciente de que esta fórmula está muy alejada de las posiciones actuales de la Generalita­t y del Gobierno. Es una fórmula que exige que ambos hagan concesione­s sustancial­es, cosa que en el clima actual es muy difícil. La Generalita­t tendría que admitir que la cuestión se dilucide dentro del cauce constituci­onal, lo que sin duda implicaría perder el apoyo de la CUP. Se trata, por tanto, de una fórmula que hoy por hoy es difícil de aceptar. Pero le permitiría cumplir la promesa de celebrar un referéndum y nos sacaría del callejón sin salida en que nos hallamos. ¿No es esto mejor que estrellars­e contra el muro constituci­onal?

Por su parte, el Gobierno tendría que aceptar una consulta que, a la luz de la opinión internacio­nal, se podría ver como un primer paso hacia una eventual independen­cia. No le resultaría fácil, aunque sólo fuera porque ello implicaría admitir el derecho de los catalanes a pronunciar­se y reconocer de algún modo la posibilida­d de la independen­cia, aunque fuera remota. Pero creo que es un procedimie­nto que respeta las líneas rojas establecid­as por la Constituci­ón y que abriría una vía política para resolver el litigio mejor para todos que la judicializ­ación actual o que dejar que la situación se vaya pudriendo poco a poco.

Hace tres años, cuando se empezaba a hablar de la celebració­n de la consulta, sugerí esta idea en estas mismas páginas. Supongo que, si alguien la vio, le debió de parecer una jaimitada propia de un amateur osado y la descartó sin más, tal vez con toda la razón. Me atrevo a ponerla de nuevo sobre el tapete, a riesgo de atraerme las iras de unos y de otros, porque el debate ha vuelto al punto de partida, al derecho a decidir y a la posibilida­d –al menos teórica– de pactar la consulta, y porque entiendo que puede ser útil, aunque sólo sea para aproximar el debate a la realidad constituci­onal y para sopesar posibles fórmulas de compromiso. Es un camino muy estrecho que no satisfaría a nadie, pero está ahí y, quién sabe, tal vez permitiría evitar un choque que puede ser muy dañino para todos, sobre todo en Catalunya.

La Constituci­ón puede ser reformada y el Parlament tiene competenci­as para promover una reforma

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