Una conferencia
Un buen amigo me dice que no escriba este artículo porque puedo meterme en un jardín. Pero es esta prevención lo que me motiva a ir más allá de la corrección política, a menudo tan implacable cuando se trata de temas de esta naturaleza. Y como el tema es vitriólico, intentaré formular el debate en los términos más prudentes posibles. Entre otras cosas, porque oigo mucho ruido y estridencia pero no acabo de encontrar las razones.
La polémica viene a raíz de la conferencia que un tal Philippe Ariño dará hoy en la iglesia de Santa Anna, bajo el auspicio de la delegación pastoral de juventud del arzobispado de Barcelona. Según parece, este hombre, que es homosexual, cree que dentro de la homosexualidad hay infelicidad y aboga por la castidad. En la búsqueda rápida que hago del conferenciante no encuentro comentarios homófobos (en el sentido penal del término), pero sí un posicionamiento con respecto a la cuestión abiertamente incorrecto e, incluso, propio de un cierto autoodio. A partir del anuncio de la charla, los colectivos contra la homofobia se han activado, la Generalitat ha asegurado que abría expediente y el PSC ha llegado a convocar una manifestación ante la iglesia para impedir el acto, mientras caían sobre el arzobispado todo tipo de e-mails, mensajes y declaraciones atronadoras. Algunas, muchas, insultantes.
La pregunta es si la reacción ha sido apropiada o desmesurada. Por una parte, es evidente que la Iglesia tiene un problema por resolver con la homosexualidad y que, a menudo, hay personajes de la jerarquía que hacen declaraciones insultantes y lesivas contra el colectivo. Además, los homosexuales han sufrido siglos de persecución, menosprecio y estigma, y entiendo que estén al acecho cada vez que se pisan sus derechos. La conquista de la ley no ha sido un camino nada fácil. Al mismo tiempo, sin embargo, estos derechos y las leyes derivadas ¿deben llegar hasta el punto de impedir el pensamiento incorrecto? Es decir, ¿deben limitar la libertad de expresión? Porque las cosas están claras. Si este hombre profiere proclamas homófobas, es bien fácil: actuará la ley, que afortunadamente protege a los ciudadanos de la intolerancia.
Pero si sólo se trata de su mirada personal, su experiencia, y de las conclusiones que extrae, ¿realmente se puede impedir su libertad de expresión en nombre de la lucha contra la homofobia? Y esta no es una cuestión menor, porque tan peligrosa es la intolerancia de los intolerantes como la que se puede ejercer, por exceso de celo, en nombre de una causa o de un colectivo.
Puede no gustarnos nada lo que dice este señor, estar a favor o en contra del celibato, la religión o la fe o lo que quieran, pero ¿tenemos que impedir su opinión? Tengamos cuidado, porque no se pueden pisar derechos en nombre de otros derechos, y en el equilibrio en las diferentes miradas está la salud de una sociedad libre.
¿La lucha contra la homofobia debe impedir la libertad de expresión si la mirada es incorrecta?