La Vanguardia (1ª edición)

Bocaccio

- JOAN DE SAGARRA

Mañana se cumplen 50 años de la inauguraci­ón del Bocaccio, la mítica boîte del número 505 de la calle Muntaner. Cuando Oriol Regàs abrió el Bocaccio, yo era un mozo de 28 años que iba de enfant terrible y me ganaba la vida –es un decir– escribiend­o en los diarios. Guardo un buen recuerdo del Bocaccio. La barra y el servicio eran excelentes. Por aquel tiempo, solía alternar el ron de la Martinica con el whisky de malta escocés, y Oriol –nos conocíamos de niños– tuvo la gentileza de entregarme una tarjeta gracias a la cual mis copas y las de mis amigos me salían gratis, de lo que siempre le estuve la mar de agradecido, pues de otro modo no sé cómo se las hubiese podido pagar.

La música también era excelente. De la música se encargaba Xavier Miserachs. Con Xavi –también nos habíamos conocido de niños, en el Tècnic Eulàlia– habíamos coincidido en más de una ocasión en el Manhattan, la tienda de discos de la Diagonal, disputándo­nos los Sinatra de la Capitol que nos llegaban de Andorra. También guardo un buen recuerdo de las chicas del Bocaccio. Muchas de ellas eran casadas, malcasadas, jóvenes, que se desvivían por ligar. Se te acercaban a la barra y mientras tú apurabas tu copa de Saint James, te soltaban al oído: “Me han dicho que follas muy bien”. Te daban la llave de su piso y durante un tiempo –a veces un par de semanas– te convertías en su amante hasta que te cambiaban por otro. Pero amén de las copas, de la música y de las chicas, lo que más apreciaba del Bocaccio era la conversaci­ón con los amigos. Anteriorme­nte, yo había frecuentad­o el Jamboree, la cava de jazz de la plaza Reial, y Las Vegas, la boîte de la calle Aribau. Pero era distinto: en el Jamboree ibas a escuchar jazz y a Las Vegas a bailar –allí aprendimos a bailar el twist y el madison– o a escuchar las canciones francesas que nos cantaba Patrick Jaque. Pero no podíamos charlar. En el Bocaccio, sí, allí las conversaci­ones se hacían interminab­les. Podías pasarte la noche hablando de cine con Román Gubern y José Luis Guarner, del estructura­lismo francés con Cargenio Trias (los dos hermanos, Carlos y Eugenio), de T.S. Eliot con un par de novísimos (los poetas catapultad­os por el papa/papá Castellet), de Desiné con Perich, de Hannah Arendt con Félix de Azúa, de Lawrence Durrell con Terenci Moix, de la cocina vasca o de fútbol con Manolo Vázquez Montalbán, de las piernas de Cyd Charisse con Cèsar Malet, de Léo Ferré con el poeta Josep Elias... O aguantar, estoicamen­te, las interminab­les y gloriosas aventuras moscovitas de Octavi Pellissa –el “comisario Paliza”, como le llamaba Juan Marsé–, o consolar a “la nena”, a Anna Maria Moix, que no acababa de entender cómo un hombre tan generoso y tan educado como Manuel Ibáñez Escofet podía haber escrito aquel día algo tan feo sobre su querido Marcel Proust, al que echaba en cara su homosexual­idad, vamos, que lo trataba de maricón.

El Bocaccio fue, pues, un punto de encuentro. Para beber, para escuchar buena música y para ligar o, mejor, ser ligado, pero, sobre todo, para charlar. Muchos de los allí presentes ya se conocían –de las familias, de los colegios, de las universida­des, del veraneo– y los demás nos conocimos allí. Algunos nos hicimos amigos, otros no. Muchos de los míos –Xavi, Malet, Elias, Perich, Manolo, Terenci y su hermana, Pellissa, Guarner, los hermanos Trias…– ya no son de este mundo.

Àlex Milian escribe en El Temps (7 de febrero): “Si la ‘gauche divine’ hagués estat una religió, el Boccaccio (sic) hauria estat la seva església i Oriol Regàs el seu profeta”. Afortunada­mente, no era ninguna religión, la mayoría de ellos no eran creyentes, aunque algunos se creyeron “divinos” –de derechas, de centro o de izquierdas– y hasta hubo uno, arquitecto tenía que ser –entonces reinaban los arquitecto­s– que pretendía ni más ni menos que le nombrasen “príncipe de la gauche divine”.

Josep Maria Carandell –otro amigo, otro hermano muerto– tiene una frase que define bien aquella gauche divine y las noches del Bocaccio. Para Josep Maria, todo aquello era un sueño, “vam començar a viure –escribió– com si la dictadura no existís, i en això estava la gràcia, en tastar un món nou abans que s’acabés el vell”. ¿Qué queda de aquella gauche divine aparte de una tesina universita­ria o de un brillante y extenso artículo conmemorat­ivo como el que publica Marta Vallverdú en L’Avenç (n.º 431, febrero 2017)? Probableme­nte, un grupo de amigos y amigas octogenari­os que se encuentran de vez en cuando almorzando en el Flash-Flash o en una casa de Cadaqués, como cuenta Teresa Gimpera –qué bien se conserva esta mujer– en una deliciosa entrevista que publica El Temps.

Para mí, aquella gauche divine –fui yo quien la bautizó así en una de mis rumbas del Tele/ eXprés– no fue, como lo fue para otros, ninguna universida­d. Para mí, fue un local, el Bocaccio, en el que respiré un aire de libertad hasta las tantas de la madrugada. Era agradable ir al Bocaccio en aquellos años de juventud, tomarte una copa Cardhu, encender un habano y charlar con fulano de Paul Morand o de Buster Keaton, y más cuando llegabas de un diario en el que acababas de escribir un artículo sobre las viejas “queridas” de la burguesía barcelones­a, un artículo que tu jefe –Pedro O. Costa en aquella ocasión– te decía que no te lo iba a publicar, porque, me dijo, “yo no sé si el propietari­o del periódico tiene una querida y...”. Vamos, que vivíamos un sueño. Un sueño que en el Bocaccio se hacía soportable e incluso, a veces, muy agradable.

Para mí, fue un local en el que respiré un aire de libertad hasta las tantas de la madrugada

 ?? JOSÉ MARÍA ALGUERSUAR­I / ARCHIVO ?? Ilario, Regàs, Gimpera y Escayola, hace diez años, frente al lugar donde estuvo Bocaccio
JOSÉ MARÍA ALGUERSUAR­I / ARCHIVO Ilario, Regàs, Gimpera y Escayola, hace diez años, frente al lugar donde estuvo Bocaccio
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain