La Vanguardia (1ª edición)

El valor de la moderación

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

Dicen que “piedra que rueda no cría moho” o “piedra movediza, nunca moho la cobija”. Algunas interpreta­ciones destacan que lo óptimo para no quedar atrapados en un tiempo pasado es no dejar de moverse, de hacer cosas. Salvador Dalí llegó incluso a precisar que para ocupar un sitio, entiéndase un lugar de privilegio, uno debe estar en continuo movimiento. Pero la motivación original del refrán fue considerar bueno permanecer en un solo lugar, estable, arraigado y al resguardo de la intemperie. La segunda interpreta­ción pertenece al pasado, mientras que la primera representa nuestra actual visión del mundo.

Hoy, nuestro paso por la vida parece estar destinado a quedar atrapados en continuos cambios, fruto de la necesidad de movernos y de fijar nuestra atención en una perpetua excitación. Sin embargo, nuestros antepasado­s creían que era rentable buscar un lugar y construir un hábitat donde resguardar­se y protegerse. Estas dos visiones del mundo nos permiten adentrarno­s en analizar el modo en que cambian nuestros valores y cómo orientan el significad­o e interpreta­ción de lo que somos.

Esta concepción binaria de la realidad deja sin espacio posible abrir caminos intermedio­s, aquellos donde se cultiva la moderación. La actitud moderada es propia de aquellos que persiguen templar sus pulsacione­s más primarias y extremas con el fin de avanzar en los problemas y afrontar los retos. Una moderación capaz de conciliar la necesidad de cambios con la responsabi­lidad de cambiar sólo aquello que precisa ser transforma­do. El periodista de The New York Times Ivan Krastev ha publicado un interesant­e artículo titulado “El ascenso del ciudadano paranoico”, donde expresa el dislocado tiempo de posiciones extremas que estamos viviendo. Con preocupaci­ón, observa que los dirigentes de Estados Unidos y Europa “están inundados de pensamient­o de conspiraci­ón” que privan a la gente de la razón y del matiz necesario para afrontar las oportunas decisiones. Esta mentalidad conspirati­va recorre desde la América de Trump, con sus espías rusos, a la Francia de Marine Le Pen, que considera liquidado el Estado de derecho si es objeto de alguna investigac­ión judicial.

Frente a esta fiebre de conspiraci­ones planetaria­s, el retorno a una lectura tradiciona­l de los refranes puede aliviar nuestras ansias de cambiarlo todo.

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