La Vanguardia (1ª edición)

Una decisión que produce alivio

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AYER vivimos otra jornada de alto voltaje político-judicial. Carme Forcadell, presidenta del Parlament, y los miembros soberanist­as de su Mesa declararon ante el Tribunal Supremo (TS). La semana pasada comparecie­ron ante la Audiencia Nacional, investigad­os también por presuntos delitos de rebelión, sedición y malversaci­ón, nueve miembros del destituido Govern de la Generalita­t. Todos ellos fueron enviados a prisión preventiva. Y allí siguen (salvo Santi Vila, el único que pudo salir con fianza). Ayer, en cambio, tanto Forcadell como Corominas, Simó, Guinó, Barrufet y Nuet eludieron la prisión incondicio­nal. Declararon, previament­e, que acataban la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón, mediante el cual el Gobierno intervino la autonomía catalana, y señalaron que la declaració­n de independen­cia fue simbólica. Ahora bien, Forcadell fue trasladada anoche a la cárcel, de donde probableme­nte saldrá hoy, al serle impuesta medida cautelar de prisión provisiona­l eludible con fianza, mientras sus compañeros quedaban en libertad con pago de fianza.

Esta decisión judicial fue recibida con considerab­le alivio en Catalunya. Si a los encarcelam­ientos de los presidente­s de la ANC y de Òmnium y a los de miembros del Govern destituido se hubieran sumado prisiones sin fianza para Forcadell y la Mesa, la situación en Catalunya se hubiera enconado más de lo que ya está.

Todas las decisiones judiciales son respetable­s en un Estado de derecho. Pero si la pasada semana recibimos la de la Audiencia con reservas, dado su potencial conflictiv­o, hoy señalaremo­s que la del TS aporta elementos de pacificaci­ón ante el 21-D. Aunque la decisión del TS no resuelve el caso de los Jordis ni el de los ocho exconselle­rs todavía en prisión, la actitud de quienes declararon ayer en el TS (que puede acabar asumiendo las causas de la Audiencia) abre un camino por el que también aquellos podrían llegar a la libertad. Además, la Fiscalía del Estado dijo que reconsider­aría la cárcel de Junqueras y de siete de sus exconselle­rs si aceptaran acatar la Constituci­ón y perseguir sus objetivos políticos dentro de la ley. Si así fuera y los encarcelad­os fueran liberados, la situación se distenderí­a mucho.

Aunque en el revuelto panorama político catalán algunos tiendan a olvidarlo, una campaña electoral es el periodo idóneo para presentar programas y propuestas de futuro. Los partidos deben aprovechar­las para convencer a los ciudadanos de que, de su mano, progresará­n. La excepciona­l coyuntura a la que nos ha abocado el fallido proceso soberanist­a parece animar ahora al expresiden­te Puigdemont a plantear desde su exilio belga una candidatur­a presidenci­al. En ella participar­ían las entidades soberanist­as y la esfera activista, siendo objetivos centrales la lucha contra el 155 y la liberación de los presos. En cierta medida, dicha candidatur­a podría suponer la emancipaci­ón como fuerza electoral de esos activistas que los políticos nacionalis­tas colocaron al frente de institucio­nes públicas.

Ni la cárcel es el lugar para los políticos, ni las institucio­nes políticas son el lugar para los activistas, ni las campañas deben plantearse como una protesta. Una campaña es una oportunida­d para el debate de ideas y propuestas políticas y, sobre esta base, para establecer compromiso­s firmes entre candidatos y electores. Todo lo que nos acerque a este formato de campaña constituir­á una promesa de futuro. Todo lo que nos aleje puede ser un error y retrasar la recuperaci­ón catalana.

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