Deauville-Trouville
De Ibiza a Montauk, los lugares que se asocian con las vacaciones son también territorio abonado para la creación. En esta serie repasamos unos cuantos destinos que siguen dando mucho juego
Dicen que Deauville es a Cannes lo que Trouville a Niza. Las dos ciudades, condenadas a vivir para siempre unidas por un apóstrofe y separadas por el río Toques, comparten el aire formal del veraneo a la normanda, los imponentes hoteles neoclásicos y los cielos que enloquecieron a los impresionistas, pero mientras Deauville vive para ser vista, como cualquier ciudad que tenga un casino y un hipódromo como enseñas, Trouville sería la hermana discreta. Las dos tienen un pedigrí cultural de altísimo calibre cuyos méritos podrían debatirse y enfrentarse hasta las tantas apurando vasitos de calvados. Veamos:
Equipo Deauville
Alineación:
Coco Chanel, que puso aquí su primera boutique, en 1913, e impuso los gorros de paja, los pijamas de seda para la calle, adornados con camelias, las camisetas marineras y el suéter de punto para mujeres. Françoise Sagan, que llegó en 1959, buscando alternativas a un Saint-Tropez abarrotado y compró una casa a tocateja con lo que acababa de ganar en el casino. Siguió acu-
diendo hasta su muerte, visitando el Poney Club con sus hijos y pagando cuentas fabulosas en Chez Miocque y el Bar Soleil.
Claude Lelouch, que rodó en 1965 la mejor postal de Deauville, la película Un hombre y una mujer (dos Oscar, una Palma de Oro) y obligó para siempre a todos los que pisan la playa a tararear le pegadisima banda sonora: cha-ba-da-ba-da.
Equipo Trouville
Alineación:
Gustave Flaubert, que, con 15 años, se enamoró allí por primera vez de una mujer casada de 26, Elisa Schlésinger, recogiéndole la capa que se le había caído en la arena.
Marcel Proust, que estuvo allí con sólo 20 años hospedado en la Villa des Frémonts, inspiración para La Raspalière que aparece en A la búsqueda del tiempo perdido y más tarde se hospedó en el Hôtel des Roches Noires. Marguerite Duras, que compró un apartamento en ese mismo hotel, convertido después en bloque de viviendas, y a quien la marea baja de la playa le recordaba al Mekong. Escribió allí las tres novelas de su “ciclo indio”: El amor, El vicecónsul y El arrebato de Lol V. Stein. Un día llamó a la puerta de su pisito, en primera línea de mar, el joven estudiante Yann Andréa, que se convertiría en su último amor, y allí está enterrada, con una placa que dice “contemplar el mar es contemplarlo todo”.
Juegan en ambos equipos, según el día: Monet, Manet, Boudin y Berthe Morisot, que pintaron ambas ciudades, así como las vecinas Rouen y Honfleur.