Una mujer libre
Me pregunto si Cora existiría como es en el supuesto que Colson Whitehead no hubiese leído el libro
en el que Harriet Jacobs, bajo el seudónimo de Linda Brent, relató su lucha por la libertad. Había nacido en Carolina del Norte, asegura que “en torno” a 1813, hija de una esclava mulata propiedad de un tabernero, y de un esclavo mulato propiedad de un médico. Al morir su madre y el ama de su madre, Margaret Horniblow, pasó a depender del sobrino de esta cuyo padre médico, el doctor Norcom, la acosó sexualmente durante una década. Dos hijos que tuvo con otro hombre pasaron a ser propiedad de Norcom. Finalmente huyó y durante siete años ella y los hijos vivieron refugiados en el pequeño ático de su abuela. En 1842 pudo trasladarse en un bote a Filadelfia y más tarde a Nueva York, donde trabajó de enfermera con el abolicionista Nathaniel Parker Willis. Combatió sin desfallecimientos por la liberación de su pueblo que no le fue reconocida constitucionalmente hasta 1862. Su libro racialmente reivindicativo y feminista era ya un clásico de la narrativa esclavista cuando ella murió en Washington, en 1897.
Pienso que es difícil leer el libro (existía una traducción en Grijalbo Mondadori con el título de
1992), redescubierto en los sesenta por los defensores de los derechos civiles, y no dejarse influir de alguna manera por el hechizo de la mujer que experimentó la sobrecogedora aventura de vivir bajo una permanente humillación sin poner en riesgo la más elemental dignidad del ser humano. Su mayor logro, llegó a confesar, no fue tanto la protección de sus hijos cuanto haber conseguido sentirse una mujer auténticamente libre. Se supone que lo mismo afirmaría Cora una vez superada la última estación del ferrocarril subterráneo e instalada por fin en el norte soñado.