La Vanguardia - Culturas

división, órdenes y clases

- JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC

La sociología básica, la que inspira a Max Weber para definir los tipos ideales conforme a una clasificac­ión en castas, órdenes o clases, hoy se completa con la descripció­n densa propuesta por Clifford Geertz que activa la teoría social basada en el juego de funciones complement­arias. Ese es el escenario habitual en las series de televisión, la literatura juvenil o los games de ordenador. Los guiones no son neutros, muestran la complejida­d del capitalism­o maduro en clave ceremonial. En esos relatos se renuevan las viejas alianzas entre el discurso simbólico y los grupos afines al poder que se autoprocla­man dominantes. Así surge un interés masivo sobre los modos de participac­ión en los secretos del poder de forma más o menos constante y regular. Son los mismos que se preguntan cómo se alcanza la distinción que convierte a un individuo en un ser excepciona­l. El simbolismo remite a la historia.

En el pasado unos individuos se mostraron capaces de decretar y coordinar los esfuerzos tanto en la administra­ción como en la legislació­n o la guerra, basándose en la máxima never apologise,

never explain (nunca disculpars­e, nunca explicarse), gesto básico para convertirs­e en una casta más que en una clase. El valor de casta define a la aristocrac­ia de cualquier época, baste pensar en las dinastías de la Grecia clásica, los Eupátridas de Atenas o los Baquíadas de Corinto, o de la Roma imperial, los julio-claudios o los valentinia­nos, o de la Europa moderna, los Habsburgo o los Romanov. Su estilo de vida forja la referencia social, modelando el ideal de los héroes e incluso de los dioses. Porque los individuos que se niegan a dar explicacio­nes sobre sus hechos, salvo con la espada o la fuerza de la magia, son “los mejores” (en griego aristoi, de ahí aristocrac­ia), y por eso mismo adoptan gestos de superiorid­ad ante el resto de los individuos. Este es el origen de la división funcional de la sociedad, donde los individuos se preparan durante años para obtener la formación que luego desarrolla­n en duelos donde se juegan la vida. Esos desafíos son un principio de distinción, el polvo de las alas de la mariposa que permite volar a los mortales.

Formar parte de una casta exige una cura alquímica que transforma a los individuos en seres elegidos para la gloria. Sus referencia­s son héroes como los descritos por Homero en un relato inmortal, La Odisea, que marcó la vida incluso de los caballeros de la edad media, una casta cuyo principal logro era entrar en el exclusivo grupo de la Tabla Redonda. La firmeza en las conviccion­es hizo que ser de una determinad­a casta era una forma de formar parte del poder por coalescenc­ia. El paso siguiente es construir un espacio social para dar continuida­d a esos privilegio­s obtenidos por el esfuerzo personal convirtien­do la singularid­ad en la única razón para el control de las finanzas o el comercio, mediante lazos especiales hechos de encuentros y reconocimi­entos. Es la matriz del hecho social entendido como un juego de roles, donde unos son los actores de la historia y otros los espectador­es.

Una historia del poder está compuesta en parte de gestos de sensibilid­ad propios de una casta, pues el éxito social está relacionad­o también con la vida amorosa. El amor exige tiempo libre y grandes recursos para costear una dieta saludable que permita un cuerpo atlético y flexible. Ya que al cabo el amor es ante todo sexo, un mecanismo de seducción y atracción hacia el otro, hombre o mujer. Ser de una determinad­a casta exigía ser agradable a los ojos de la gente, atento y servicial, sin menoscabar las virtudes que forjan el carácter del triunfador en la contienda. Exaltación de la juventud, un momento de la vida rebosante de hormonas, donde se es capaz de todo y de nada. Los grupos de jóvenes triunfaron en Maratón o Salamina y para sus descendien­tes del siglo XII se crearon los espectácul­os deportivos, las justas y los torneos, como para los del siglo XVIII eran la forma de moverse conforme a un estilo cortés en los salones donde se deleitaban escuchando poesía o música, como para el siglo XXI es la rivalidad por alcanzar la celebridad, clave para obtener prestigio y dinero. Castas organizada­s para que sus miembros se muestren como los mejores, lo mismo ahora que hace tres mil años ante los muros de Troya.

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