La Vanguardia - Culturas

Charles de Gaulle

- JOAN DE SAGARRA

El pasado 9 de noviembre se cumplieron cincuenta años de la muerte del general De Gaulle. En Francia, los periódicos se ocuparon del personaje, aunque no tanto como era de esperar, probableme­nte debido a la pandemia y al asesinato, el degüello, del maestro Samuel Paty por un terrorista islamista que conmocionó a los franceses, precisamen­te cuando se cumplían cinco años de la carnicería de los mismos terrorista­s en el semanario Charlie Hebdo, el Bataclan… Por lo que me cuentan mis amigos de Nantes, el general se ha prodigado más en la tele que en los papeles. Al parecer hay varias series sobre el general, en las que la documentac­ión, las imágenes del general desde la resistenci­a hasta su retirada de la política en 1969, se mezclan con la ficción. Y es comprensib­le que así sea. A fin de cuentas, los que recuerdan, los que recordamos al general, conservamo­s de él una imagen, imponente, y una voz. La voz de 1940, del célebre mensaje desde la BBC, llamando a la lucha, a la resistenci­a contra Alemania, contra el nazismo –que yo no pillé: tenía dos añitos–, y la imagen del general, a finales de los cincuenta principios de los sesenta, en la tele. Esa sí la pillé, y recuerdo como si fuese hoy la cara de satisfacci­ón que ponía el president Tarradella­s cuando, después de cenar, en su casa de Saint-Martin-le-Beau, poníamos la tele para ver, escuchar al general dirigiéndo­se a los suyos, a su pueblo, por no decir a sus súbditos: “Français, françaises: les caisses (de los dineros) sont pleines!”. El president Tarradella­s sentía, al igual que su esposa, la añorada Antonieta, una debilidad por el general. Y es que De Gaulle se había apoderado de la magia del televisor que, en aquellos años, era todavía una novedad, muy reciente.

A De Gaulle yo lo descubrí en París, en 1947, con nueve años. El general llevaba un año retirado del poder, pero estaba presente en todas partes. Mi madre era una fan, sí, una fanática del general –mi padre lo veía más bien como un personaje teatral, más cercano a Rostand que a Corneille–. Cuando salíamos a pasear con mi madre, en más de una ocasión nos habíamos encontrado a una, dos, tres mujeres arrodillad­as en la esquina de una calle, depositand­o en el suelo unas flores, bajo una placa en la que había anotado un nombre y debajo de él esas cuatro palabras: “Mort pour la France”. Y mi madre me contaba que ese muerto era

el mes de Joan de Sagarra

Una aproximaci­ón a la figura del general francés, también desde su vertiente final como escritor, en el mes en que se cumple el cincuenten­ario de su muerte

Como le ocurrió a mi padre, el general se convirtió para mí en un personaje entre teatral y novelesco

un miembro de la resistenci­a asesinado en esa esquina por los nazis o por la policía de Pétain y acababa hablándome del general De Gaulle. Un general que también solía hacer acto de presencia cuando escuchábam­os a un grupo de gente cantar la Marsellesa en una plaza, una Marsellesa que finalizaba, aunque no siempre, y menos si eran comunistas, con el grito de “Vive De Gaulle!”, un grito al que mi madre le añadía y me invitaba, vamos, me exigía a sumarme a ella, un sonoro “Vive la France éternelle!”.

Al regresar a Barcelona yo seguí siendo gaullista como mi madre hasta que en 1954 se produjeron “los hechos” de Argelia y empecé a frecuentar la prensa francesa de gauche, descaradam­ente de izquierdas. A principios de los sesenta, cuando estudiaba en la Sorbona, dejé de ser definitiva­mente gaullista, si bien guardaba un respeto por aquel general de la resistenci­a que me había descubiert­o mi madre. La V

República Francesa, surgida con De Gaulle, impuesta por De Gaulle, semejaba demasiado una monarquía, una monarquía a la vieja usanza. Desde entonces, De Gaulle se convirtió para mí en un personaje, como le ocurrió a mi padre, entre teatral y novelesco, que acabó por hacérseme familiar, sobre todo a través de los escritos de gentes como el Mauriac del Bloc de notes o las Antimémoir­es de Malraux, que fue su ministro, primero de Informació­n y luego de Cultura, siempre a su lado, a la derecha del general, que hablaba de él como su “ami génial”.

Pero además de Mauriac, de Malraux y de media docena más de ilustres escritores, mi familiariz­ación con el general viene también de alguna excelente biografía, como es el caso de la de Jean Lacouture, en tres volúmenes (cerca de 3.000 páginas), y, sobre todo, de los propios escritos del general: sus Mémoires de guerre y sus Mémoires d’espoir, que están publicadas, con otros escritos suyos, en La Pléiade de Gallimard.

“Todo el mundo ha sido, es o será gaullista”, escribió el general. Puede que tuviese razón. Yo lo fui de niño, como fui deudor del Gegant del Pi –al que no descarto algún parentesco con el francés– y hoy lo soy con el escritor Charles de Gaulle. Un autor que, con motivo del cincuenten­ario de su muerte, bien se merecía la atención, ni que fuese una migaja, de la crema de la intelectua­lidad independen­tista. Un Charles de Gaulle que, hablando de la idea de la Francia, se complacía en afirmar que dicha idea “c’est le sentiment qui me l’inspire, plutôt que la raison”.

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ARCHIVO Lambert Wilson interpreta­ndo a De Gaulle en la película dirigida por Gabriel Le Bomin que acaba de estrenarse en las pantallas españolas
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