La Vanguardia - Dinero

Europa ante la insegurida­d

La crispación reinante en la actualidad recuerda los años previos a la Primera Guerra Mundial

- John William Wilkinson

El 14 de julio del año 1789, Luis XVI apuntó en su diario esta entrada: “rien” (nada). El rey de Francia ignoraba que la Ilustració­n y todo cuanto él representa­ba tocaba a su fin, dejando paso a un largo siglo marcado por el Romanticis­mo, que duraría hasta que Franz Kafka apuntara en su diario, el día 2 de agosto de 1914, lo siguiente: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Tarde, escuela de natación”. De esta manera, un escritor judío de Praga anunció sin querer el inicio del corto siglo XX en el que Europa haría lo posible para perder la hegemonía mundial de la que venía disfrutand­o desde hacía casi medio milenio.

El acoso al que los países dominados sometieron a las potencias imperialis­tas antes de estallar la Primera Guerra Mundial no era ninguna novedad. España, al perder sus últimas colonias en 1898, demostró lo vulnerable que podía ser una potencia europea. Entre 1898 y 1902, unos campesinos de origen holandés afincados en Sudáfrica, los bóers, pusieron al imperio británico contra las cuerdas. Entretanto, en China, unos rebeldes conocidos como los boxers se opusieron con violencia a la presencia de europeos en su país.

En 1905, Japón derrotó a Rusia y poco después 300.000 obreros se manifestar­on en los alrededore­s del palacio de Invierno de San Petersburg­o. El ejército abrió fuego y mató a un centenar de personas. En 1906, un anarquista arrojó una bomba contra la comitiva nupcial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Bat-

Los ciudadanos que creían tener asegurado el futuro ya no ven más que un porvenir oscuro e inseguro

tenberg. Tres años más tarde, en 1909, murieron 78 personas en Barcelona en los disturbios provocados por la guerra de África, que se conocieron como la Semana Trágica.

Por primera vez desde 1492, Europa se hallaba desorienta­da y confundida ante una situación realmente insólita: fuera de sus fronteras, ya no quedaba casi nada por descubrir, conquistar o expoliar. La única posibilida­d de conseguir una porción mayor en el reparto era quitarle a otro la suya.

Los ánimos se crisparon. Salvaguard­ar el honor –tanto daba que fuera en el ámbito nacional como individual– se convirtió en una obsesión. Pero había un problema: se había vuelto muy fina la piel de los caballeros que se pasaban el día sintiéndos­e ultrajados por cualquier memez, y la prohibició­n de batirse en duelo sólo servía para aumentar la frustració­n que les amargaba la existencia. Su hombría estaba en juego. Los números de mayor éxito en los teatros de music hall o varietés ensalzaban la gloria patria, entre un alarde de banderas. Los políticos se limitaban a ejercer de maestro de ceremonias ante un público enardecido.

Atinó Pierre Loti al observar que “la humanidad ve como su evolución se acelera con furia desbocada, al igual que se aceleran todas la caídas dentro del abismo”. Al cabo de cien años, cuesta no estar de acuerdo, ya que en Europa, una vez más, se extiende esa sensación de vértigo. Incluso los telediario­s de ahora repletos de catástrofe­s y crímenes tienen sus antecedent­es.

El día 4 de septiembre de 1913, un maestro de escuela de provincias alemán llamado Ernst August Wagner se levantó a primera hora y mató a cuchillazo­s a su esposa y sus cuatro hijos. A continuaci­ón, tras tomar una jarra de cerveza en la casa de su hermano, viajó en tren a Mühlhausen, un pueblo cercano, en el que prendió fuego a cuatro casas. Después de esto, sacó dos pistolas, con las que disparó contra una veintena de personas,

Los telediario­s de ahora, repletos de crímenes, tienen su antecedent­es en la prensa de la época

ocho de las cuales murieron.

Esta trágica historia la recoge Philipp Blom en Los años de vértigo: cultura y cambios en Occidente, 1900-1914 (Anagrama, 2010). Hoy, cualquiera la podía haber grabado con su móvil en esta Europa que vuelve a dudar, a sentirse ultrajada, vacía, insegura. Es como una enorme empresa que, aunque en constante declive desde hace un montón de años, si- gue funcionand­o a pesar suyo, sólo por inercia.

Otro diario al que echa mano Blom es abbé Mugnier, que en el verano de 1914 escribió sobre el juicio por asesinato de Henriette Caillaux, segunda esposa y antigua amante del ministro de Economía, Joseph Caillaux. Detalle que el diario francés Le Figaro ventiló mediante la publicació­n en sus páginas de cartas de amor entre la pareja, facilitada­s al rotativo por la primera esposa del ministro. Enfurecida, la calumniada segunda señora de Caillaux se personó en el despacho del director de la publicació­n, Gaston Calmette, en ausencia de éste. Cuando llegó, la señora sacó un revolver y lo mató.

EL CASO CAILLAUX

El abbé Mugnier cuenta que la asesina fue absuelta por haber defendido lealmente su matrimonio, y sólo al final de una larga defensa de la ultrajada dama, se le ocurrió añadir que Austria había declarado la guerra a Serbia. Una semana más tarde, ya casi nadie se acordaba del caso, ya que miles de jóvenes marchaban sonrientes y llenos de odio a su muerte en un monumental baño de sangre sin precedente­s.

Resulta que el editor Calmette hizo lo que hizo por una razón patriótica, puesto que, en 1911, siendo Caillaux primer ministro, firmó con Alemania un acuerdo que, a cambio de que respectara sus posesiones en Marruecos, Francia concedía al Káiser cien mil kilómetros cuadrados de cenagosos terrenos en el Congo. A ojos de Calmette y de otros muchos franceses a quienes aún les escocía la pérdida en 1871 de Alsacia y Lorena, lo de Cailloux fue una imperdonab­le traición. De ahí la publicació­n de las cartas de amor y el asesinato que estas provocaron.

Europa vuelve a dudar. Crece la angustia. De repente es lícito sospechar que los partidos políticos ya no cuentan. El aforismo de Bismarck que afirma que la política es el arte de lo posible ya no tiene sentido. Los ciudadanos que creían tener asegurado el futuro ya no ven más que un porvenir oscuro lleno de insegurida­d. Sin embargo, harían bien en recordar que hace cien años los sacrificio­s y esfuerzos de las sufragista­s que reivindica­ban sus derechos acabaron consiguien­do su objetivo. No del todo; ni siquiera hoy en día. Pero su ejemplo sigue vigente en la actualidad. ¿Cuál, si no, es la alternativ­a?

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EDDIE WORTH / AP/ ARCHIVO Un manifestan­te es detenido tras una carga de la policía en Londres en el año 1914

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