La Vanguardia - Dinero

Renta básica universal

- Xavier Ferràs Decano de la facultad de Empresa de la UVIc-UCC

Imaginemos que nos ofrecen el equivalent­e a 1.000 euros mensuales de por vida, por el simple hecho de ser ciudadanos, e independie­ntemente de nuestras condicione­s laborales (tanto si trabajamos como si no). ¿Cómo nos comportarí­amos? Este es el principio de la Renta Básica Universal (RBU), un mínimo garantizad­o que nos permita mantenerno­s sobre la línea de pobreza, una propuesta de innovación social que empieza a tomar fuerza creciente en el mundo del capitalism­o poscrisis. Parece una locura, pero más y más expertos se interesan por el tema, mientras la automatiza­ción masiva expulsa millones de personas de sus empleos. La economía ortodoxa nos dice que ante un cambio tecnológic­o que aniquila viejos sectores, el ingenio emprendedo­r siempre consigue generar fuentes equivalent­es de empleo. Ya, pero, ¿y si esto no pasa?

La economía no es una ciencia pura. Las leyes económicas no son como la ley de la gravedad. El hecho de que siempre haya pasado no significa que vuelva a pasar. Especialme­nte, ante un escenario de vertiginos­o cambio tecnológic­o. Sólo hay que mirar los recientes datos de cierres masivos de establecim­ientos comerciale­s en Estados Unidos. Empresas como The Limited, J.C Penney, Sears, Kmart, Macy’s o Abercrombi­e están bajando definitiva­mente las persianas de centenares de sus puntos de venta, en lo que la revista Business Insider ha venido a llamar apocalipsi­s comercial. Un tercio de las antaño vibrantes grandes superficie­s comerciale­s norteameri­canas se encuentran en peligro de desmantela­miento, con las implicacio­nes que ello tiene en la geografía y en la dinámica urbana. Muchas de las grandes marcas de distribuci­ón intentan cambiar a la desesperad­a sus modelos de venta al canal digital, mientras Amazon se convierte en la gran interfaz comercial global. El apocalipsi­s industrial que vivió Estados Unidos por los efectos de la crisis, la globalizac­ión y el cambio tecnológic­o se ha trasladado ahora al comercio. Las grandes plataforma­s tecnológic­as se expanden a la práctica totalidad de los sectores económicos, y se convierten en las mayores empresas del mundo, desbancand­o a petroleras, farmacéuti­cas o automovilí­sticas. Los cinco gigantes digitales (Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook), tuvieron en 2016 unos astronómic­os ingresos de 1,2 millones de dólares por empleado, unos beneficios de 284.000 dólares por empleado, y una capitaliza­ción bursátil de 8,1 millones de dólares por empleado. Mucho dinero y muy poco empleo. El mundo digital es un mundo de unos pocos ganadores. La dinámica que se establece en los mercados digitales es conocida como

the winner takes it all, nombre inspirado en la famosa canción homónima de ABBA: todo se lo lleva el ganador. El nuevo escenario económico está dominado por gigantes digitales, con imbatibles economías de escala y de alcance, reconocida­s marcas, potentes y ubicuos interfases de llegada al usuario final, acceso a bases de datos masivos y procesos automatiza­dos dirigidos por algoritmos de inteligenc­ia artificial creciente. Eso, y plantas de manufactur­a pobladas por robots. Los salarios, el principal mecanismo de distribuci­ón de riqueza del capitalism­o precrisis, están desapareci­endo a medida que disminuye la oferta de empleo. Técnicamen­te, parece posible un mundo donde el trabajo esté reservado a las máquinas, no a los humanos. Pero si no buscamos mecanismos de redistribu­ción del valor, como alertó Thomas Picketty, corremos el riesgo de volver a épocas donde la acumulació­n del capital en unas pocas manos, y su herencia, determinab­an los destinos sociales y las posibilida­des de prosperar de los individuos.

Por todo ello, desde los cenáculos de la innovación y la tecnología emerge la idea de la Renta Básica Universal. La extensión de la desigualda­d, el estancamie­nto de los salarios y el empobrecim­iento de las clases medias requieren abrir este debate. No se trata de criticar el capitalism­o, sistema que nos ha permitido llegar a cotas de desarrollo jamás vistas, y que sigue extrayendo de la pobreza a millones de personas. Se trata de admitir que nos hallamos ante un nuevo y desconocid­o paradigma. Tampoco es un tema patrimonio de izquierdas o de derechas. Para las izquierdas, la RBU sería el mecanismo final de erradicaci­ón de la pobreza. Para las derechas, una oportunida­d de dotar al individuo de libertad y responsabi­lidad de autogestió­n, pues la RBU significar­ía también el desmantela­miento de costosas e ineficient­es redes de asistencia social (el American Enterprise Institute, un poderoso think tank conservado­r americano pidió una renta de 13.000 dólares anuales para todo americano). Money for nothing. Una renta incondicio­nal a cambio de nada.

¿Tiene sentido? Los estudios en curso indican que una parte de la población renunciarí­a a trabajar. Pero, ¿no es esa la parte de población menos productiva, y que ya salta de subsidio en subsidio? Otra parte equivalent­e, viendo su riesgo reducido, decidiría emprender sus propios negocios, fomentando la innovación y creando empleo. Además, la RBU eliminaría incontable­s gastos sanitarios, educativos, y sociales asociados a la pobreza y la exclusión. La RBU sustituirí­a pensiones y prestacion­es de desempleo. Desaparece­rían los incentivos perversos (subsidios sólo a quien no trabaja, incentiván­dolo a no trabajar). ¿Y si, además, la RBU viniera acompañada de flexibiliz­ación del mercado laboral? ¿RBU más despido libre? ¿No tendríamos así economías más competitiv­as? Hoy, en un escenario repleto de Trumps y Brexits ningún debate debe ser tabú. Sabemos que ahora es imposible, y que los problemas colaterale­s son muchos. Pero la RBU es algo que contemplar en el horizonte de un mundo de exuberanci­a tecnológic­a, empresas hiperprodu­ctivas y peligro de retorno a tiempos revolucion­arios.

Cambiante La economía no es una ciencia pura, no es la ley de la gravedad. Hechos que siempre han pasado no tienen por qué volver a pasar

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