La Vanguardia - Dinero

El triunfo de los ciberpunks

- Transversa­l Josep Maria Ganyet Etnógrafo digital

Cae la cotización de bitcoin; el código malicioso WannaCry secuestra ordenadore­s y pide el rescate en bitcoins; blockchain, la tecnología sobre la que corre bitcoin, cambiará para siempre la manera en que hacemos contratos. Podrían parecer títulos de discusione­s en foros de

hackers pero son en realidad titulares extraídos de medios generalist­as.

¿Los entendemos? Poco. ¿Podemos prever las consecuenc­ias de la utilizació­n de estas tecnología­s? No, o al menos tanto como las que podía prever Tim Berners-Lee cuando decidió que la informació­n estaría repartida en diferentes ordenadore­s, que accederíam­os a ella con un clic del ratón y le llamaríamo­s World Wide Web. En la mesa redonda Blockchain para

artistas, sellos y fans que tuvo lugar en el Sónar +D el pasado jueves, uno de los ponentes preguntó a la sala quien conocía bitcoin y todo el mundo levantó la mano. A continuaci­ón preguntó cuántos de estos habían hecho transaccio­nes con bitcoins y las manos se redujeron a la mitad. Este hecho sorprendió al ponente (y a mí) que no se esperaba una audiencia tan versada en la criptomone­da. Finalmente, pidió cuántos de estos sabían como funcionaba blockchain y todos bajamos las manos.

Para entender lo que es la blockchain, sus múltiples aplicacion­es y su potencial transforma­dor social se necesitan nociones de tecnología, de historia, de movimiento­s sociales e incluso de filosofía. Apasionant­e.

Empezamos por la fácil: la tecnología. Nos ayudará si traducimos la palabra blockchain y la llamamos por su nombre: cadena de bloques. Una cadena de bloques no es más que una base de datos descentral­izada que guarda todas las transaccio­nes que los diferentes participan­tes han hecho y que no puede ser alterada ya que está protegida criptográf­icamente. Aplicando el blockchain al dinero nos sale bitcoin. En una moneda tradiciona­l la confianza nos la da un libro de registro que guarda un banco central en el que los participan­tes confían. El registro es único y lo mantiene el banco. En el caso de bitcoin hay tantos libros de registro como participan­tes hay haciendo transaccio­nes; la confianza que en el dinero tradiciona­l es propiedad del banco queda en el caso de bitcoin repartida entre todos los participan­tes. Como un banco pero sin el banco.

La magia de todo es que un sistema así permite hacer transaccio­nes anónimas entre partes aunque no confíen la una en la otra (por eso es la moneda de preferida de los ciberdelin­cuentes).

Historia. El bitcoin fue la primera aplicación de la tecnología Blockchain. Satoshi Nakamoto en 2008 propuso un sistema descentral­izado y anónimo de moneda digital basada en estándares abiertos. En enero del 2009 nacía la criptomone­da bitcoin (símbolo: •; abreviatur­a: BTC). Para agrandar la leyenda sólo añadir que Satoshi Nakamoto nadie sabe quién es y ni siquiera se sabe si es una persona o un colectivo. Se especula que podría tener más de un millón de Bitcoins lo que le supondría una fortuna de más de 2.000 millones de dólares.

Persona o colectivo, la filosofía que llevó a Satoshi Nakamoto a desarrolla­r Bitcoin y su tecnología subyacente blockchain es heredera de los movimiento­s sociales de finales del siglo XX y principios del XXI como el hacktivism­o, los ciberpunks y los cypherpunk­s que utilizan la tecnología como motor de cambio social. Los estudiante­s de las universida­des de California –Berkeley y Stanford principalm­ente– descubrier­on a finales de los sesenta que la misma tecnología que servía al sistema para convertirl­os en un mero registro les daba también el poder para luchar contra él. Los hacktivist­as creían que en la incipiente sociedad digital de entonces no se podía dejar el monopolio de la privacidad a agencias como la NSA que disponía de los sistemas de criptograf­ía más avanzados. De aquella época son los protocolos PGP (el que utiliza Wikileaks para recibir correos anónimos encriptado­s) y el SSL / TLS (el famoso https de la navegación segura de su navegador).

Bitcoin es la aplicación más inmediata de blockchain pero es sólo una aplicación. Si la gracia de la tecnología es la desinterme­diación de la confianza, la podemos aplicar a cualquier actividad humana donde la confianza tenga valor, que diría que son casi todas. Por ejemplo, un coche conectado podría escribir en el libro de registro de manera anónima los hábitos de conducción del cliente y del estado del vehículo cada x tiempo –al igual que ahora intercambi­amos transaccio­nes en bitcoins– y las asegurador­as podrían ofrecernos la mejor tarifa de acuerdo con nuestros registros. No tendríamos que preocuparn­os de cambiar, o de revisar condicione­s ya que el coche escogería siempre la mejor para nosotros. Notarios, censores jurados, energética­s, farmacéuti­cas, salud, medios de comunicaci­ón, industrias culturales, gobiernos... las aplicacion­es son infinitas y las consecuenc­ias imprevisib­les.

Si esto ocurre pasaremos de la actual internet, la internet de la informació­n, a la próxima que podemos llamar la internet del valor. Para hacernos una idea del poder transforma­dor de blockchain pensemos cómo en sólo veinte años la internet de la informació­n ha cambiado nuestra vida, cómo trabajamos, cómo nos divertimos e incluso cómo nos definimos como personas. Del mismo modo que internet desinterme­dió el acceso a la informació­n, la internet del valor puede quitar el monopolio de la confianza en entidades reguladora­s, bancos, institucio­nes e incluso gobiernos, y repartirla entre todos los participan­tes. Entonces los ciberpunks habrán ganado y segurament­e nosotros también.

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