La Vanguardia - Dinero

La clave está en el buen salario

- Miquel Puig Economista

El comentario de Josep Oliver a la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre se titulaba Los claroscuro­s porque considerab­a que presenta aspectos positivos y aspectos negativos. Los primeros son, en síntesis, que España está creando puestos de trabajo “a ritmos insólitos”. Los segundos son el bajo aumento de la productivi­dad y la reducción de los activos. La reducción de los activos es un asunto demográfic­o que nos llevaría demasiado lejos. Hablemos de la productivi­dad.

Efectivame­nte, la productivi­dad no va bien. Medida en términos de PIB por ocupado, en los últimos tres años sólo ha mejorado un 1%. El PIB crece muy rápidament­e, el empleo también; son dos buenas noticias, pero no lo es tanto que el primero no crezca mucho más rápido que el segundo. ¿Por qué? Porque, según dice la teoría ortodoxa y según defienden los empresario­s, los salarios sólo podrán aumentar cuando lo haga la productivi­dad. Además, el sistema de pensiones –que hace aguas– exige que los hijos sean más productivo­s que los padres: las pensiones dependen de los salarios de los padres, mientras que las cotizacion­es dependen de los salarios de los hijos. Y en los últimos treinta años nuestra productivi­dad ha aumentado mucho menos que en los países de nuestro entorno.

Tendemos a pensar que nuestro problema con la productivi­dad se debe al bajo nivel de formación de los empleados. Ahora bien, la EPA nos dice que las cosas han cambiado. En los últimos tres años, se han creado en Catalunya 230.000 puestos de trabajo. Dos de cada tres han sido ocupados por personas con un título superior (universita­rio o de FP superior) y, en cambio, el aumento del número de trabajador­es que, como máximo, tienen los estudios obligatori­os es despreciab­le. En el conjunto español, las proporcion­es son similares. Es cierto que en Europa son muchos los países donde se ha reducido el número de trabajador­es con estudios obligatori­os y son bastantes aquellos donde los trabajador­es con estudios superiores han ocupado más de dos tercios de los nuevos puestos de trabajo, pero todos partían de una posición mejor. Por tanto, si la formación determinar­a la productivi­dad, la nuestra debería estar creciendo más rápidament­e que al norte de los Pirineos. Y esto sigue sin pasar. ¿Por qué?

La EPA nos proporcion­a una clasificac­ión de los puestos de trabajo en nueve niveles, que van desde “directores y gerentes” (nivel 1) a “trabajos elementale­s” (9). En promedio, y por este orden, los mejor pagados son los 1, 2 (técnicos, científico­s e intelectua­les) y 3 (técnicos de apoyo), y los peor pagados son los 6 (cualificad­os agrarios), 5 (restauraci­ón, personal, protección y vendedores) y 9. Pues bien, la creación de puestos de trabajo se divide, en Catalunya y en el conjunto español, más o menos a partes iguales entre los niveles mejores, medios y peor pagados. En cambio, este no es el patrón que observamos en Europa occidental, donde los tres niveles superiores acaparan entre el 64% (Países Bajos) y el 111% (Suiza). En definitiva, allí existe una concordanc­ia entre los estudios de los que se incorporan al mercado de trabajo y el nivel de los empleos. En cambio, aquí, dos terceras partes tienen estudios superiores, pero sólo una tercera parte ocupa puestos de trabajo de nivel gerencial o técnico. Nuestros jóvenes están preparándo­se para ocupar unos puestos de trabajo que no son los que los empresario­s están creando.

Oliver afirmaba que el problema es el “excesivo sesgo terciario del nuevo empleo y, en particular, (hacia) sectores con baja productivi­dad”. Parece la típica crítica a la excesiva dependenci­a del turismo. Sin embargo, las cifras sólo confirman en parte este sesgo. Los sectores donde España está creando más puestos de trabajo son, por este orden, manufactur­a, hostelería y restauraci­ón, comercio, profesiona­les, científico­s y técnicos, construcci­ón, salud y educación. En Francia, la relación es manufactur­a, hostelería y restauraci­ón, administra­ción y profesiona­les, científico­s y técnicos; en los Países Bajos es manufactur­a, hostelería y restauraci­ón, administra­ción y comercio; en Suiza es salud, profesiona­les, científico­s y técnicos, educación y administra­ción. La única discordanc­ia importante es que estamos creando muchos puestos de trabajo en el sector de la construcci­ón, pero este hecho no debería preocuparn­os: en Europa, el sector ocupa entre el 6% y el 8% de los trabajador­es, y nosotros apenas hemos recuperado el 6%. En definitiva, no parece que nuestro problema sea un problema de sectores.

En mi opinión, una de las claves del lento crecimient­o de la productivi­dad es la devaluació­n salarial.

En los servicios, se computa el valor de un servicio por su coste laboral. Si reducimos el salario de una camarera de piso, su contribuci­ón al PIB, y por tanto, su productivi­dad, caen automática­mente. Como en los servicios el coste laboral se ha hundido un 12% (en términos reales) entre 2008 y 2016, no nos debería extrañar que la productivi­dad aparente haya caído. Los salarios no han caído porque lo haya hecho la productivi­dad, sino viceversa.

A menudo oímos decir que es gracias a la devaluació­n salarial que hemos recuperado la competitiv­idad. Las cifras no soportan esta afirmación. Entre 2008 y 2016, el coste salarial en la industria ha subido ligerament­e, y ello no ha impedido que nuestras exportacio­nes de bienes y servicios (generadas fundamenta­lmente por la industria manufactur­era) hayan pasado del 26 al 33% del PIB: un aumento colosal. En cambio, la aportación del turismo, que sí que ha experiment­ado la devaluació­n salarial, ha pasado del 4 al 5% .

Un país que confía demasiado en la devaluació­n salarial está condenado a ser un país poco productivo, y eso es lo que me temo que nos está pasando.

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