Un cóctel hormonal explosivo
La ciencia ha demostrado que el amor de verano tiene una importante base biológica. En esta estación el organismo genera un cóctel hormonal que hace que se disparen el deseo sexual y la predisposición al enamoramiento. La cantidad de testosterona del cuerpo, por ejemplo, varía depen- diendo de la luz: cuanto más largo es el día, más aumenta el nivel de testosterona. Según las universidades norteamericanas de Cornell y de Rutgers, la hormona del deseo sexual alcanza su nivel máximo en verano. Lo mismo sucede con la serotonina, un neurotransmisor que al calor del sol fortalece sus propiedades afrodisíacas, potencia el apetito sexual y aporta una mayor sensación de placer y euforia. Asimismo, las altas temperaturas y las actividades al aire libre hacen que la piel esté más descubierta y adquiera más importancia en la estimulación sexual que el resto del año: nuestra piel segrega más feromonas, moléculas que sirven para atraer, y también aumenta la oxitocina, molécula del amor. De hecho, para los meses de invierno en los que las hormonas reducen su actividad, existen perfumes de feromonas y sprays de oxitocina que aseguran funcionar como reclamo amoroso, aunque con dudosos resultados. También se suman al cóctel de la pasión las endorfinas. Se genera tras el ejercicio físico y los orgasmos, pero también es fotosensible, y en verano aumenta su presencia en el organismo.