EL LUJO
El amor al lujo es una extraña constante de la humanidad. En una tumba hallada en Sungir (Rusia), excavada hace aproximadamente 28.000 años, aparecieron tres cadáveres. Un hombre de unos 60 años decorado con 3.936 cuentas, brazaletes y un colgante al cuello. Un joven portando 4.903 cuentas y una chica que llevaba 5.274. No es un caso único, lo que plantea un interesante enigma al investigador. ¿Qué movió a nuestros antepasados a llevar a cabo un entierro tan lujoso? Definiré el lujo como la posesión de cosas que no aumentan la satisfacción corporal, sino la social. Tiene que ser público, porque sólo produce el placer de ser visto, y deriva de un afán de distinción. No es una necesidad real, sino simbólica. Un organismo tan poco poético como el Ministerio de Industria francés da una definición que subraya su carácter irreal: “Un objeto de lujo tiene dos componentes: un objeto o servicio, más una serie de representaciones, imágenes, conceptos, sensaciones que el consumidor asocia con el objeto y que, en consecuencia, compra al mismo tiempo que éste. Está dispuesto a pagar un precio superior al que aceptaría pagar por un producto de características equivalentes, pero que no tuviera asociadas esas representaciones”. Con referencia a los privilegiados, significa: “Soy como tú”. Con referencia a los parias, significa: “No soy como tú”. La historia del lujo forma parte de la historia de la cultura que estoy escribiendo. Frecuentemente ha sido observado críticamente, entre otras cosas porque fomentaba la envidia y los enfrentamientos sociales. En Roma, el antiguo código de las Doce Tablas prohibía los gastos excesivos en los funerales, lo que fue sistemáticamente incumplido. Más tarde, la ley Oppia prohibió a las señoras tener más de media onza de oro, llevar vestidos de color variado y servirse de carruajes, pero las mujeres consiguieron la abrogación de esta ley. Durante la edad media hubo intentos de reprimir el lujo. Enrique II de Francia limitó los vestidos de seda a príncipes y obispos, y una ordenanza de 1577 reglamentó los banquetes. En España hubo leyes contra el lujo para evitar que las familias se arruinasen por la ostentación. Al final, los estados siguieron el consejo de Catón, y crearon un impuesto sobre el lujo. En 1690, el economista Nicholas Barbon dio una explicación de tan extraña pasión. Distingue entre querencias del cuerpo y de la mente. Las primeras son limitadas, mientras que las segundas son potencialmente infinitas. Las querencias de la mente, indica, es lo que conocemos como deseos y estos son apetitos naturales del alma, tan naturales como puede ser el hambre como querencia del cuerpo. Son expansivos. “Las querencias de la mente son infinitas, el hombre desea naturalmente y en tanto su mente progresa, sus sentidos se vuelven más refinados y más capaces de deleite; sus deseos se amplían y sus querencias crecen con sus deseos, de manera que cualquier cosa rara puede gratificar sus sentidos, adornar su cuerpo y promover la comodidad, el placer y la pompa de la vida”. El lujo se ha vivido siempre como algo deseable, pero excesivo. La palabra procede del latín luxus, que significaba crecimiento desmesurado y dislocado de una planta (una vegetación lujuriosa). De esa raíz proceden lujuria, la demasía en las relaciones sexuales, y luxación, el salirse un hueso de su sitio. Una vez más, me sorprende la riqueza de significados que tienen la cosas más insignificantes.
EN ESPAÑA, SIGLOS ATRÁS, HUBO LEYES CONTRA EL LUJO PARA EVITAR QUE LAS FAMILIAS SE ARRUINASEN POR TANTA OSTENTACIÓN