EL TARRO DE LAS ESENCIAS
Kioto no es inmune al paso del tiempo, cambia de piel como muchas ciudades avanzadas. Aun así, la que fuera milenaria capital de Japón ha sabido abrazar la modernidad al tiempo que ha preservado intactas las raíces de la tradición nipona
Saber el grado de inclinación de espalda que corresponde al saludar en Japón es toda una ciencia, en especial para nosotros. Pero como nadie espera que sepamos decir nada en japonés, aprender unas palabras de cortesía será una actitud muy apreciada. De hecho, y en contra de un tópico muy extendido, en el país del Sol Naciente no abunda la gente que habla inglés. Y aún menos si nos alejamos de ciudades turísticas como Kioto. Durante más de mil años, esta fue la capital del Japón, hasta que el emperador Meiji Mutsuhito decidió trasladar la corte a Tokio. Por fortuna, su rico patrimonio histórico sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial al ser la única urbe que escapó a los bombardeos estadounidenses. Por eso Kioto se sabe depositaria de la tradición. Por su calles abundan jóvenes vestidas con el kimono tradicional, en particular cuando visitan templos como el pabellón Dorado de Kinkaku-ji o el mágico conjunto de Fushimi Inari, dedicado al dios de las cosechas y, por extensión, de los negocios. Cuarenta mil arcos torii de color rojo, típicos de los santuarios sintoístas, señalan el límite entre lo sagrado y lo profano a la vez que dan gracias al dios Inari por sus favores. Son tantos que forman un pasillo que serpentea por toda una montaña, comunicando un sinfín de templetes y de cementerios silenciosos que invitan a la meditación. Volviendo al tema de las buenas maneras, si se madruga un poco se podrá asistir al espectáculo de los dependientes de las tiendas de barrios como Gion o Higashiyama puestos en fila a la puerta de sus negocios, para saludar ceremoniosamente al día y a los compradores que pueda traer. La reverencia tendrá continuidad cuando de verdad entre algún cliente, momento en que será bienvenido con un arigato gozaimasu, agradecimiento que se brinda al huésped tanto si compra como si no. Si al final adquiere algo, el vendedor se quedará agachado hasta que haya cruzado el umbral de la puerta y lo pierda de vista. Higashiyama es el barrio donde mejor se capta la atmósfera del viejo Kioto, con sus calles empedradas subiendo y bajando por una colina para acercarse a pagodas de varios pisos como la de Yasaka. Del otro lado de Gion –barrio popular por su oferta de restaurantes y tiendas de recuerdos, quizá demasiado tendente a lo occidental–, desembocamos en Shimbashi, mil veces aclamado como el barrio más bello de toda Asia. La descripción le va grande, aunque hay que reconocerle el encanto de lo bien preservado y el atractivo de las geishas, ya que aquí todavía hay casas de té atendidas por artistas del entretenimiento. Muchas puertas no exhiben rótulo alguno, por lo que hay que echar un vistazo
para saber si se trata de un simple restaurante o de un bar de copas. Aquí no hay nada soez; al contrario, las casas de citas se concentran hábilmente en la paralela a Pontocho, callejón por el que transitan decenas de turistas en busca de cena en una terraza con vistas al río Kamogawa. Además de barrios atmosféricos, Kioto abunda en templos rodeados de árboles de ramas podadas con esmero y jardines kare-sansui de piedra y arena, imitaciones intelectuales de la naturaleza antes que una conquista de la misma. Podemos ver alguna de estas “pinturas en tres dimensiones” que potencian la reflexión a la entrada del Ginkakuji o pabellón de Plata, originariamente una villa de retiro del shogun Yoshimasa y ahora templo zen en el que tiene su inicio el fascinante paseo de los filósofos, sombreado de cerezos soñadores.
Una de las calles céntricas de Kioto, capital de Japón durante más de mil años
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1 La imponente estación de Kioto, uno de los centros de transporte más importantes del país
2 Las bicicletas son una buena opción para desplazarse por la ciudad
3 El templo de Fushimi Inari, dedicado al dios de las cosechas y de los negocios