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No hay semana que José Antonio Marina no sorprenda a propios y a extraños: una oda a la limpieza y a los que limpian
Esta sección está dedicada a una poesía de lo cotidiano. Las culturas han oscilado entre la simplicidad y el barroquismo, entre la austeridad y el lujo. La sabiduría está en encontrar lo grande en lo pequeño. No podemos liberarnos de la limitación, ni tampoco de nuestro afán de grandeza. Hoy me gustaría hablar de los quehaceres humildes, de las profesiones menos valoradas, de las empleadas domésticas, de los barrenderos o barrenderas de las ciudades. Son menesteres modestos e incluso desagradables si se tiene en cuenta el punto de partida –la suciedad o el desorden–, pero ¿qué ocurre si contemplamos el fin, es decir, la limpieza, el orden y la salud? Los filósofos franciscanos defendieron una poética metafísica. San Buenaventura decía que el componente último de las cosas materiales es la luz y que por eso brillaban cuando se las frotaba. Es cierto que el polvo envejece
CUALQUIER PROYECTO TIENE SENTIDO CUANDO DAMOS VALOR A NUESTROS ACTOS
los objetos como si fuera el incansable sedimento del tiempo. Y el discreto trapo del polvo los rejuvenece. Comprendo que haya personas que cuando están angustiadas o nerviosas busquen la calma ordenando o limpiando. Una de ellas –un hombre– me contaba la satisfacción que le producía planchar. Le comprendo, tal vez porque aún recuerdo el placer con que de niño veía planchar la ropa, doblarla y colocarla. Las sábanas en especial parecían renacer y el aire adquiría un aroma maternal.
Tal vez debamos aprender algo de la estética zen, en la que es tan sumamente importante para la plenitud del espíritu hacer concentradamente tareas humildes. Barrer el jardín puede convertirse en una acción que decora el mundo, de la misma manera que quien tira basura en un monte lo degrada. Un día vi a un anciano que decía a su nieto: “Ve y dale las gracias a aquel señor por lo bien que está barriendo nuestra calle”. El niño fue corriendo a decírselo, sin darse cuenta de la belleza de su acción. El conmovedor Miguel Hernández dedicó un poema a la escoba: “Coronad a la escoba de laurel, mirto, rosa / Es el héroe entre aquellos que afrontan la basura / Para librar del polvo sin vuelo cada cosa”. Y Neruda le encomendó una tarea universal: “¡Primavera, muchacha, te esperaba! / Toma esta escoba y barre el mundo! / Limpia con este trapo, las fronteras”.
Me gusta contar la historia de tres canteros y lo hago con frecuencia. Mientras se construía una catedral, un paseante curioso deambulaba por el tajo y llegó adonde trabajaban los canteros. Se acercó a uno y le preguntó: “¿Y usted qué está haciendo?”. El cantero, de mal humor, respondió: “Peleando con esta maldita piedra, harto estoy del sol que hace, y del cabrón del capataz, y del agua del botijo que está caliente. ¡Todo es un asco!”. Se acercó al segundo, que hacía lo mismo y le repitió la pregunta. “Lo que me han mandado. Que talle esta piedra para hacer un muro”, respondió. Por último, se dirigió al tercero. El cantero respondió con entusiasmo: “¡Estoy construyendo una catedral!”. Los tres hacían lo mismo, pero sólo uno estaba dando sentido a su trabajo. Su tarea era pequeña, pero el proyecto era grande. Es el proyecto el que da sentido a nuestros actos. Y el de limpiar la realidad es necesario y hermoso.