La pérdida de votos
Al día siguiente de las elecciones europeas, los partidos políticos mayoritarios dijeron lo mismo: hemos entendido el mensaje que nos envía el electorado. Pues no, no lo han entendido, porque esta frase se repite tras cada elección. Lo que deberían es preguntarse por las causas de este revolcón electoral que supone el descrédito de los políticos, que no de la política, la falta de limpieza y transparencia dentro de estos partidos, la frecuente aparición de casos de corrupción, casi estructural, que parecen quedar en la impunidad o la lentitud exasperante de los juicios que alargan hasta el infinito el final de estos procesos, las medidas económicas de recortes que asfixian a la clase media y que amplían cada vez más el grupo de los excluidos sociales, o los privilegios de los padres de la patria, muchos de los cuales parecen insensibles ante la situación por la que atraviesan sus conciudadanos. Entonces aparecen ideas nuevas, de combatir la corrupción, de solidaridad con el resto de ciudadanos, o de mirar por el bien común en vez de llenarse los propios bolsillos de manera indecente. No discutiré aquí si son utópicas, populistas o radicales algunas de sus propuestas. Es probable que algunas sí. Pero otras son las que está clamando la calle y que los políticos clásicos no quieren oír. La utopía es utopía hasta que se hace realidad: hace más de un siglo era utópico pensar que las personas pudiéramos vernos y oírnos a miles de kilómetros de distancia o trasladarnos volando dentro de un artilugio. Por eso lo que deberían hacer es meditar sobre por qué han perdido tantos votos y preguntarse: ¿podemos o no podemos hacerlo mejor? Si nos convencen, entonces nosotros decidiremos si queremos votarlos. O botarlos.