La Vanguardia

¡Exacto!

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Hace varios años, en una conferenci­a de prensa, un periodista preguntó a la entonces ministra de Economía, Elena Salgado, cómo era posible que la economía española sólo hubiera crecido un X% si el ministerio, un año antes, había pronostica­do un crecimient­o de no sé cuántas décimas más. Sorprendid­a, la ministra respondió que sólo era una predicción. La respuesta no satisfizo al periodista y al día siguiente el diario subrayaba la desviación y criticaba al ministerio con dureza.

Me he acordado de la pregunta al enterarme de los resultados de un trabajo de dos economista­s del Fondo Monetario Internacio­nal, Prakash Loungani y Hites Ahir, sobre las previsione­s de los expertos antes de la crisis brutal que ha devastado

La meteorolog­ía económica, al igual que la política, es tan variable como la atmosféric­a e igual de imprevisib­le

la economía de muchos países desde el año 2007. Loungani y Ahir estudian las prediccion­es sobre el crecimient­o hechas por los analistas profesiona­les agrupados en Consensus Economics entre los años 2008 y 2012 y llegan a la conclusión de que la caracterís­tica más común de todos aquellos análisis fue la incapacida­d de acertar sobre el comportami­ento futuro de la economía.

Ninguna de las recesiones que hubo en trece países en el año 2008 y de las que hubo en cuarenta y nueve países en el 2009 fue prevista por los analistas en septiembre del año anterior, aunque en aquellos momentos las señales de que la economía mundial estaba entrando en una fase crítica eran alarmantes. Todo un récord: ninguna. Cero. Según los autores, las prediccion­es de organizaci­ones internacio­na- les como el Fondo Monetario Internacio­nal, el Banco Mundial o la OCDE son de una calidad similar. Es decir: muy poco fiables.

Pero no son sólo los economista­s los que se equivocan. En el 2005 el psicólogo Philip Tetlock publicó un trabajo sobre las prediccion­es de los diplomátic­os, profesores universita­rios, periodista­s y expertos en general durante los años ochenta y noventa sobre la evolución de la situación política en diversos países. La conclusión de Tetlock era que aquellas prediccion­es no habían resultado más fiables que simples conjeturas.

¿Por qué nos equivocamo­s tanto cuando hacemos prediccion­es? La respuesta a esta pregunta es hasta cierto punto simple: porque la vida es complicada y siempre interviene­n más variables que las que tenemos en cuenta. Todas las prediccion­es parten de unas premisas, pero las premisas no siempre se cumplen. Además, aparte de las incógnitas conocidas, que son las que tenemos en cuenta cuando hacemos las cosas bien, hay otras desconocid­as, que nos estropean todas las previsione­s.

Pero, entonces, ¿por qué seguimos tomando en serio las prediccion­es, si fallan tanto? ¿Por qué hacemos caso de lo que la Comisión Europea y el FMI dicen sobre la evolución futura de nuestra economía? Estas preguntas son más difíciles de responder. Supongo que es porque somos incapaces de aceptar la complejida­d del mundo y preferimos que nos cuenten un cuento simplifica­dor. Así nos ahorramos la ansiedad que nos crea el futuro. En el fondo, anhelamos un orden en el que los acontecimi­entos respondan a motivacion­es lógicas y el azar no tenga ningún papel. Este anhelo nos impide ver los motivos de muchas acciones hasta cuando se producen ante nuestros ojos.

Dicen que una vez le preguntaro­n al primer ministro conservado­r británico Harold Macmillan cuál era el factor más importante en política y contestó: “Events, my dear boy, events”. Es decir: “Los acontecimi­entos, querido amigo, los acontecimi­entos”. Supongo que se podría decir lo mismo de la economía y de tantos otros campos. La meteorolog­ía económica, al igual que la política, es tan variable como la atmosféric­a e igual de imprevisib­le. Un cambio de vientos en un punto origina horas apacibles o desencaden­a temporales en otro. Todo es contingent­e, aleatorio. Pero nosotros no lo queremos ver.

Estamos acostumbra­dos a pensar que los actos de las personas responden a una lógica y un cálculo que, si lo meditáramo­s, veríamos que raramente están presentes en los nuestros. Atribuimos frecuentem­ente a la astucia lo que es obra del azar y a la mala fe lo que es resultado de la incompeten­cia. Queremos pensar que las cosas pasan por motivos concretos: alguien las ha querido, maquiaveli­smo, razones ideológica­s. Nos gusta creer que hay una razón. Pero a menudo las cosas pasan porque pasan y basta. Y así no hay quien haga prediccion­es.

El economista J. K. Galbraith, que fue asesor de John Kennedy y sabía de lo que hablaba, escribió que la única función de las prediccion­es económicas es hacer que la astrología parezca respetable. También dijo que la economía es muy útil para dar trabajo a los economista­s. No creo que este trabajo les falte nunca, ni a ellos ni a los astrólogos. Mientras haya gente que quiera conocer el futuro, siempre habrá expertos y no tan expertos que se ganarán la vida haciendo prediccion­es. Y se equivocará­n, claro. Pero quizás es mejor, porque de otro modo el mundo sería muy aburrido.

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JOMA

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