Nómadas
El diario Le Monde revelaba esta semana que algunos de los primeros ejecutivos de grupos franceses como Sanofi, Air Liquide, Essilor, Schneider o Danone, entre otros, ya no residen en Francia. El exilio de tanto ejecutivo es poco perceptible porque los afectados lo esconden. No les gusta que se sepa. Cuando se les descubre, suelen responder que el cambio de residencia obedece a motivos personales o se escudan en eufemismos tan redondos como “quiero estar lo más cerca posible del mercado”. En realidad, el principal motor de ese exilio es la fiscalidad de las rentas altas. Y dejar que esa tendencia se consolide no deja de ser un peligro: a menudo, detrás del ejecutivo puede acabar por irse la sede y, a veces, quien sabe si la actividad.
Comparadas con las preocupaciones del Eliseo, país que mantiene un largo historial de incidentes con la fiscalidad de las rentas altas, los desvelos de un Andreu Mas Colell, siempre preocupado por la “deslocalización” de ejecutivos a Madrid por diferencias en el IRPF, parecen una nimiedad. La capacidad de movimientos de los altos ejecutivos no se circunscribe al puente aéreo. Rebasa continentes. La internacionalización de los grandes grupos, la proliferación de centros y laboratorios en diferentes países, facilita esta clase de decisiones. Y refuerza el furor viajero de estos nómadas del capital: la residencia en Boston, la actividad en París, los niños en un colegio suizo y el fin de semana en Londres. Antes había que preocuparse por la movilidad del capital. Desde no hace tanto hay que preocuparse también por la movilidad de los altos ejecutivos. Y lo que ello supone.
La emergencia de estas élites, que por su capacidad de movimiento están por encima de las leyes de los estados y de los compromisos con los territorios en los que operan sus empresas, explica en buena parte la reacción de hostilidad que el libro de Thomas Pikkety sobre el incremento de la desigualdad – Capital in the Twenty First Century– ha recibido de parte de los medios que mejor reflejan los intereses de estos sectores.
Cada época tiene sus fantasmas. Y el fantasma menor de este tiempo es Picketty, hombre moderado, asesor de la también moderada Sególène Royal y un economista el trabajo del cual no es otro que el salvar al sistema capitalista de la deslegitimación. Pero nadie lo diría al observar las reacciones de ciertos medios. Financial Times ha movilizado a uno de sus mejores editores, Chris Giles, para erosionar la legitimidad de los trabajos del francés, a la búsqueda de errores en sus series estadísticas. La operación ha desbordado incluso a The Economist, que ha censurado suavemente la jugada. Pero quien se ha llevado la palma ha sido Bloomberg Business Week, publicación clásica de los negocios en Estados Unidos, que en su último número dedica una portada kitsch –simulando una revista para jovencitas (ver imagen)– para tratar la fiebre Picketty. La prensa nómada es cruel.