La Vanguardia

Trabajador­es fantasma

- Clara Sanchis Mira

Me pregunto qué sienten las personas que se limitan a vigilar las máquinas que les roban el trabajo. Ni siquiera está claro que vigilen nada, es probable que las máquinas estén perfectame­nte capacitada­s para vigilarse solas. Son muy listas. Estos hombres y mujeres más bien parecen acompañarl­as decorativa­mente, como un busto o un jarrón, ocupando un puesto de trabajo que ya es un mero simulacro. Un limbo. Son los nuevos trabajador­es fantasma. Están por todas partes, con un pie en la calle. Silencioso­s, impertérri­tos, como si no pasara nada. Paseando su inutilidad alrededor de las cajas de autocobro de los supermerca­dos, las cafeterías modernas, las gasolinera­s, los peajes o los tornos de los aeropuerto­s, que se ocupan de las cosas que antes hacían ellos. Como mucho, te dicen que metas la tarjeta allí o aprietes el botón de allá. Pero se nota que son cosas irrelevant­es que, si ellos no estuvieran, los usuarios acabaríamo­s por resolver a solas con la máquina, como haremos antes o después. Puede que todos estemos disimuland­o un poco para sobrelleva­r la situación.

En el aeropuerto, observo la expresión del trabajador fantasma que permanece inmóvil frente a las nuevas máquinas con torno que leen el código de barras de las tarjetas de embarque. Primero, hace años, lo hacía él con sus ojos; comprobaba la fecha del vuelo y el nombre del pasajero. Era importante que mirara bien. Los suyos eran unos ojos necesarios. Se podía ir a dormir sabiendo que la capacidad lectora de sus ojos le permitía ganarse el pan. Después le dieron un lector de código de barras para que mirara en su lugar, pero al menos era manual. Tenía que sujetarlo. Era indispensa­ble que el hombre pasara el aparato por el papel, en el sitio justo y con la presión adecuada. Sus manos eran útiles. Podía acostarse por la noche sabiendo que sus manos le daban de comer.

Ahora ya no hace nada. Con suerte, algún pasajero no acierta a poner el código de barras en su sitio y el trabajador fantasma lo tiene que ayudar. Pero lo normal es que no haga absolutame­nte nada. Está ahí plantado, inservible, inútil; cazando moscas. Ante la máquina. Me pregunto si de vez en cuando tiene que pasarle un pañito por encima o algo así. Sería como hacerle la manicura al tipo que te está estrangula­ndo. Tiene guasa que este hombre sea el encargado de cuidar una máquina que sirve para que alguien que no es él gane más dinero y viva mejor. Pienso si no la odia entre dientes. Tan metálica, perfecta, sumisa. Sin derechos, ideas ni jubilación. Inconscien­te como el gusano que se come la carne de la manzana sin que nos demos cuenta.

Tener que cuidar esa máquina es algo así como hacerle la manicura al tipo que te está estrangula­ndo

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