Rulos donde el martillo dijo adiós a la hoz
En el número 17 de la calle boloñesa de Tibaldi ya no hay revoluciones. Me imagino al secretario del Partido Comunista Italiano de los 80, Achille Occhetto, de espesa melena canosa, cruzando la puerta del Fashion Mania, una sencilla peluquería de paredes blancas infinitas y armarios abarrotados de champúes. Cuatro chinos le atenderían, ansiosos por saber si está interesado en el corte de pelo de mo- da, de lados rapados y parte superior frondosa, por ocho miserables euros.
Sobre las cutres estanterías de aluminio, un póster de L’Oréal muestra a dos chicas y un chico exuberantes, en blanco y negro, que con una guitarra parecen celebrar lo que pasó allí 27 años antes. El muro de Berlín había caído y días después, Occhetto, con un traje para las grandes ocasiones, había dado el pistoletazo de salida a la
svolta della Bolognina, debate que culminaría con el cambio del partido comunista más importante de Europa occidental hacia un partido socialdemócrata, el PD.
Esa propuesta revolucionaria, inesperada, fue una innegable consecuencia de la crisis del partido y del comunismo en Europa. Esa década el PCI había perdido, en 1985, el referéndum llamado scala mobile, que pretendía ganar para subir en tres puntos los salarios de los italianos y adecuarlos así a la inflación del país. Dos años antes, los comunistas ya se llevaron el primer varapalo. Bettino Craxi, del Partido Socialista Italiano, consiguió la presidencia del Consejo de Ministros y en la Unión Soviética, bajo los mandos de Mijaíl Gorbachov, se vivía una crisis profunda. El debate sobre la necesidad de cambiar el nombre no tardó en llegar, y uno de sus primeros exponentes fue Giorgio Napolitano, hasta el pasado enero presidente de la República italiana.
El día del anuncio, al lado del secretario, un cartel casi invisible ofertaba cursos de inglés. La utopía rusa se desvanecía. Ni ruso ni chino. Inglés, el idioma del capital, de la plusvalía, de la explotación. Algo, aunque fuera inconscientemente, se debían de intuir los listillos que colgaron el cartel sobre el inmediato devenir de la his- toria. “Debemos evitar los viejos caminos e inventar de nuevos”, dijo entonces Occhetto. Cuando un periodista de la sala le preguntó si eso presagiaba un cambio de nombre, el secretario respondió que “dejaba presagiarlo todo”.
El 31 de enero de 1991, un año después de la derrota en las regionales, donde el partido sólo logró el apoyo del 23,4% de los votantes, la formación celebró su último congreso en la ciudad de Rimini. La propuesta de Occhetto ganó de forma definitiva. Ese día la sala de la calle Tibaldi apagó las luces para siempre y nació el Partido Democrático.
Todo ha cambiado. Quién sabe si Occhetto, o si los militantes comunistas que en el 70 gritaban “China está cerca”, se imaginaban la revolución así, llena de rulos, tijeras y secadores de los mismos hijos de Mao Zedong. Ahora las manifestaciones de la ciudad icono de la izquierda italiana las secundan, si llega, una treintena de estudiantes. El resto, mucho más ruidoso, sobre todo porque hay muchos españoles, se pa- sa la tarde tomando cervezas en alguna de las decenas de terrazas que ocupan la vía principal, la calle Zamboni. Mientras tanto, esperan la llegada de la incesante noche boloñesa. La fiesta, la diversión, el desenfreno del 5 euros la copa. Precios populares, eso sí. Ahora es el símbolo.
En el histórico barrio del Fashion Mania, donde 17 militantes comunistas se enfrentaron a 900 nazis en 1944, ya no hay revolucionarios. Ahora las vías principales las llenan su
permarkets pakistaníes y alguna tienda de todo a un euro. A no más de cinco minutos puedes dar con el Lidl o la PAM, pero cuando preguntas en la calle, se forma una especie de solidaridad obrera. “Uf, los súpers están muy lejos. Pero por esta calle hay va- rias tiendas”. ¿Algo queda del espíritu de la Bolognina ?, me pregunto, ¿o es puro egoísmo étnico?
Del parabrisas de algunos coches cuelgan folletos de la peluquería china. Sus dependientes se ocupan de repartirlos por las calles del barrio puntualmente cada semana. Cortes de pelo, tintes y extensiones al mejor precio. Me acuerdo de cuando fui a cortármelo allí. Una amiga italiana me aconsejó acudir con una foto del corte que quería. Y mejor así, porque no entendían una palabra de italiano. Seguramente Occhetto enseñaría ahora una foto de Pierce Brosnan, mientras los dependientes intentan balbucear algo de la lengua de Garibaldi. Después, como con todos sus clientes, observarían atentamente el retrato durante no menos de un minuto, y el secretario, un poco incómodo, les miraría de reojo en el espejo y pensaría: “Esto es el cambio”. Después surgiría la magia. ¡ Voilà! Un Pierce a la italiana.
El ideal comunista ya es cosa de nostálgicos, pienso. Hace muchos años que el PD de Bologna se olvidó del barrio obrero de la Bolognina para instalarse en un punto de la ciudad mucho más a la derecha. Tan a la derecha como el primer ministro Renzi, el pijo progre del Smart, el iPad y la chupa Moncler, respecto a Gramsci. En el barrio que acabó con el PCI ya sólo queda un pequeño círculo del PD. En su página de Facebook van colgando fotos de los actos que convocan. Recuerdan a héroes antifascistas, organizan debates procomunistas... Y sobre todo cuelgan cartelitos en chino y árabe en los que anuncian cursos gratuitos de italiano. Pero en el Fashion Mania siguen sin hablar gota de italiano y siguen ofreciendo los precios más competitivos – y más capitalistas– del mercado.
Quién sabe si los comunistas italianos se imaginaban la revolución llena de tijeras y secadores