La Vanguardia

Rulos donde el martillo dijo adiós a la hoz

- JOSEP PRAT Barcelona

En el número 17 de la calle boloñesa de Tibaldi ya no hay revolucion­es. Me imagino al secretario del Partido Comunista Italiano de los 80, Achille Occhetto, de espesa melena canosa, cruzando la puerta del Fashion Mania, una sencilla peluquería de paredes blancas infinitas y armarios abarrotado­s de champúes. Cuatro chinos le atenderían, ansiosos por saber si está interesado en el corte de pelo de mo- da, de lados rapados y parte superior frondosa, por ocho miserables euros.

Sobre las cutres estantería­s de aluminio, un póster de L’Oréal muestra a dos chicas y un chico exuberante­s, en blanco y negro, que con una guitarra parecen celebrar lo que pasó allí 27 años antes. El muro de Berlín había caído y días después, Occhetto, con un traje para las grandes ocasiones, había dado el pistoletaz­o de salida a la

svolta della Bolognina, debate que culminaría con el cambio del partido comunista más importante de Europa occidental hacia un partido socialdemó­crata, el PD.

Esa propuesta revolucion­aria, inesperada, fue una innegable consecuenc­ia de la crisis del partido y del comunismo en Europa. Esa década el PCI había perdido, en 1985, el referéndum llamado scala mobile, que pretendía ganar para subir en tres puntos los salarios de los italianos y adecuarlos así a la inflación del país. Dos años antes, los comunistas ya se llevaron el primer varapalo. Bettino Craxi, del Partido Socialista Italiano, consiguió la presidenci­a del Consejo de Ministros y en la Unión Soviética, bajo los mandos de Mijaíl Gorbachov, se vivía una crisis profunda. El debate sobre la necesidad de cambiar el nombre no tardó en llegar, y uno de sus primeros exponentes fue Giorgio Napolitano, hasta el pasado enero presidente de la República italiana.

El día del anuncio, al lado del secretario, un cartel casi invisible ofertaba cursos de inglés. La utopía rusa se desvanecía. Ni ruso ni chino. Inglés, el idioma del capital, de la plusvalía, de la explotació­n. Algo, aunque fuera inconscien­temente, se debían de intuir los listillos que colgaron el cartel sobre el inmediato devenir de la his- toria. “Debemos evitar los viejos caminos e inventar de nuevos”, dijo entonces Occhetto. Cuando un periodista de la sala le preguntó si eso presagiaba un cambio de nombre, el secretario respondió que “dejaba presagiarl­o todo”.

El 31 de enero de 1991, un año después de la derrota en las regionales, donde el partido sólo logró el apoyo del 23,4% de los votantes, la formación celebró su último congreso en la ciudad de Rimini. La propuesta de Occhetto ganó de forma definitiva. Ese día la sala de la calle Tibaldi apagó las luces para siempre y nació el Partido Democrátic­o.

Todo ha cambiado. Quién sabe si Occhetto, o si los militantes comunistas que en el 70 gritaban “China está cerca”, se imaginaban la revolución así, llena de rulos, tijeras y secadores de los mismos hijos de Mao Zedong. Ahora las manifestac­iones de la ciudad icono de la izquierda italiana las secundan, si llega, una treintena de estudiante­s. El resto, mucho más ruidoso, sobre todo porque hay muchos españoles, se pa- sa la tarde tomando cervezas en alguna de las decenas de terrazas que ocupan la vía principal, la calle Zamboni. Mientras tanto, esperan la llegada de la incesante noche boloñesa. La fiesta, la diversión, el desenfreno del 5 euros la copa. Precios populares, eso sí. Ahora es el símbolo.

En el histórico barrio del Fashion Mania, donde 17 militantes comunistas se enfrentaro­n a 900 nazis en 1944, ya no hay revolucion­arios. Ahora las vías principale­s las llenan su

permarkets pakistaníe­s y alguna tienda de todo a un euro. A no más de cinco minutos puedes dar con el Lidl o la PAM, pero cuando preguntas en la calle, se forma una especie de solidarida­d obrera. “Uf, los súpers están muy lejos. Pero por esta calle hay va- rias tiendas”. ¿Algo queda del espíritu de la Bolognina ?, me pregunto, ¿o es puro egoísmo étnico?

Del parabrisas de algunos coches cuelgan folletos de la peluquería china. Sus dependient­es se ocupan de repartirlo­s por las calles del barrio puntualmen­te cada semana. Cortes de pelo, tintes y extensione­s al mejor precio. Me acuerdo de cuando fui a cortármelo allí. Una amiga italiana me aconsejó acudir con una foto del corte que quería. Y mejor así, porque no entendían una palabra de italiano. Segurament­e Occhetto enseñaría ahora una foto de Pierce Brosnan, mientras los dependient­es intentan balbucear algo de la lengua de Garibaldi. Después, como con todos sus clientes, observaría­n atentament­e el retrato durante no menos de un minuto, y el secretario, un poco incómodo, les miraría de reojo en el espejo y pensaría: “Esto es el cambio”. Después surgiría la magia. ¡ Voilà! Un Pierce a la italiana.

El ideal comunista ya es cosa de nostálgico­s, pienso. Hace muchos años que el PD de Bologna se olvidó del barrio obrero de la Bolognina para instalarse en un punto de la ciudad mucho más a la derecha. Tan a la derecha como el primer ministro Renzi, el pijo progre del Smart, el iPad y la chupa Moncler, respecto a Gramsci. En el barrio que acabó con el PCI ya sólo queda un pequeño círculo del PD. En su página de Facebook van colgando fotos de los actos que convocan. Recuerdan a héroes antifascis­tas, organizan debates procomunis­tas... Y sobre todo cuelgan cartelitos en chino y árabe en los que anuncian cursos gratuitos de italiano. Pero en el Fashion Mania siguen sin hablar gota de italiano y siguen ofreciendo los precios más competitiv­os – y más capitalist­as– del mercado.

Quién sabe si los comunistas italianos se imaginaban la revolución llena de tijeras y secadores

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ofrecen tintes, extensione­s y cortes de pelo a precios muy competitiv­os
GOOGLE por el de Partido Democrátic­o es ahora una peluquería china muy frecuentad­a por los vecinos, en la que ofrecen tintes, extensione­s y cortes de pelo a precios muy competitiv­os
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de la formación
ARCHIVO La sala donde el último secretario del Partido Comunista Italiano, Achille Occhetto, inició el proceso para cambiar el nombre de la formación

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