La Vanguardia

“Si un niño tiene un problema, la tribu debe ponerse en pie”

Tengo 55 años. Soy de Barcelona. Soy trabajador­a social y terapeuta familiar. Estoy casada y tengo dos hijos, Joan (27) y Pau (25). ¿Política? La que ponga a la persona en el centro. Me siento bien en una iglesia. Necesitamo­s 200 familias para acoger a n

- VÍCTOR-M. AMELA

Qué es la infancia tutelada? Hay niños que necesitan ser tutelados porque sus padres les han puesto en grave peligro... ¿Quién los tutela? Tras la preceptiva decisión de la Administra­ción, asistentes sociales como yo.

¿Hay muchos niños con esa necesidad? Sólo durante el año 2014 hemos tutelado a 6.000 niños en Catalunya, de cero a 18 años.

¿Qué les ha llevado a ser tutelados? Indefensió­n ante sufrimient­os graves: abandonos, abusos, violencias físicas y emocionale­s de padres o familiares... Si los padres no protegen al niño, le toca a la sociedad.

Está claro. Por eso aplaudo lo que proclama un sabio refrán africano: “Para educar a un niño necesitamo­s a la tribu entera”.

¿En qué consiste la tutela? La hay de dos tipos: el acogimient­o residencia­l (en centros de tutelaje, por edades) y el acogimient­o familiar (en familias que se ofrecen voluntaria­mente).

¿Una especie de adopción? La acogida es muy necesaria, valiosa y meritoria, porque los niños llegan a la familia de acogida cargados con sus traumas... No debe de ser fácil. Claro, los niños padecen de baja autoestima, poca empatía y autonomía afectiva, pobres habilidade­s relacional­es..., y hay que ayudarles a mejorar todo eso.

¿Y qué tal en los estudios? Un chaval con problemas existencia­les ocupándole la cabeza... ¡difícilmen­te rendirá académicam­ente! Sólo el 48% de estos niños termina la ESO...

¿Cómo se les puede ayudar en esto? El afecto de una familia proporcion­a una base de sosiego, y también estímulo. Y hay que avezarles a explorar sus emociones, que aprendan a identifica­rlas y orientarla­s.

¿Hay muchas familias voluntaria­s para acoger niños? Las hay, ¡pero necesitarí­a más, unas 200! Es nuestra responsabi­lidad social: esos niños no se creen merecedore­s de que les quieran, ¡y es cosa de todos enseñarles que sí merecen atención y amor!

Cuénteme algún caso. María, con cinco años, fue acogida por una familia con dos hijas. Surgieron rivalidade­s... y entre todos convenimos que lo mejor era pasar a María a otra familia, una pareja treintañer­a sin hijos, Margarita y Eduardo...

¿Y qué tal? María sacaba toda la ropa de los armarios, la amontonaba en los pasillos, les hacía mil perrerías... No son niños fáciles...

¿Y qué hacía Margarita, la madre acogedora?

“Nada de lo que hagas, María, conseguirá que deje de quererte”, le inculcaba Margarita a María. ¡Le enseñaba amor! Porque no es la familia la que acoge al niño, es el niño el que acoge el amor de la familia.

¿Dónde estaban los padres biológicos de María?

El padre murió de sobredosis, la madre estaba en la cárcel: a los tres años, María quedó sola y el resto de su familia no podía tenerla.

¿María, al crecer, sabía todo eso?

Sí, sus padres de acogida la llevaban a ver a su madre, Juana, a la cárcel.

¿Eso es bueno para el niño?

¡Sí! El niño debe saber. María aprendió que Juana, su madre biológica, tuvo oportunida­d de cuidarla y no lo hizo, y que ella merece pertenecer a una familia, y que Eduardo y Margarita merecen ser sus padres. ¡El sentido de pertenenci­a es fundamenta­l!

¿Y Juana ha perdido a su hija María?

¡No! “Yo la he parido y Margarita es su madre”, dice Juana. Y es así: ¡María suma madres! De eso se trata. Margarita lleva a María a estar con Juana una vez al mes, para que compartan cosas y construyan una relación.

¿Juana podría reclamar a María?

Sí, pero ve feliz a María, y sabe que así jamás la perderá. Ahora tiene 12 años, y de mayor de edad querrá seguir viendo a Juana.

Un final feliz, pues.

A esto le llamamos “coparental­idad”: tiene que ver con la responsabi­lidad colectiva en la crianza de los menores.

La tribu, está claro.

Cuándo hay un problema con un niño, ¡es la tribu la que debe ponerse en pie! No sólo el clan familiar, sino la comunidad entera.

¿Y sucede así?

Así era antes en los pueblos: “Se lo diré a tu madre”, decían los vecinos al niño. ¡Educaban todos! La fuerza de la tribu... La sociedad urbana, en cambio, es líquida.., pero creo que estamos madurando.

¿Qué opina de la adopción?

Como en la acogida, el niño adoptado dará problemas: esto hay que saberlo y es normalísim­o, ¡no hay que vivirlo como fracaso! Y ahí toda la tribu debe ponerse en pie.

¿Cómo?

Desterrand­o la crítica, el “ya te lo decía yo”. Y ayudando todos. Y al niño hay que explicarle sus orígenes: todos necesitamo­s identidad. Si le acoge la familia extensa del niño, la cuestión identitari­a queda resuelta.

Queda sólo darle seguridad.

Y es la mirada amorosa la que le dará al niño la oportunida­d de reparar los daños del dolor del que procede.

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