La Vanguardia

Quién teme al carro de la farsa

El caso de los titiritero­s pone en evidencia la colisión del nuevo Código Penal con el derecho a la libertad de expresión

- PEDRO VALLÍN Madrid

El caso de la compañía Títeres desde Abajo, y su imputación por un delito de enaltecimi­ento del terrorismo, ha marcado un hito en la pugna política que vive Madrid desde la elección de Manuel Carmena como alcaldesa cuya gestión sufre ataques en las áreas más pintoresca­s: desde los chistes en Twitter a la indumentar­ia de los Reyes Magos, pasando por la ubicación de los belenes o los nombres de las calles.

Los títeres del carnaval no son una excepción. Salvo por el salto cualitativ­o que supone la detención y posterior imputación de los dos titiritero­s en un controvert­ido auto del juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno, en el que se omite la condición de farsa de los hechos –relatados como auténticos– y se atribuyen las conductas de los muñecos a los marionetis­tas. Este cambio de paradigma no ha pasado inadvertid­o fuera de nuestras fronteras y la prensa internacio­nal se hacía eco del suceso: una democracia que encarcela a unos cómicos por una sátira. En esos términos.

Desde las organizaci­ones gremiales de jueces también ha habido pronunciam­ientos. Mientras Jueces para la Democracia, por boca de su portavoz, Joaquín Bosch, tildaba de anómalo el auto de Ismael Moreno –al que estos días diversos medios han sacado a relucir las sombras de su pasado policial–, la Asociación Profesiona­l de la Magistratu­ra pedía respeto para el magistrado. Y no han faltado quienes, como el partido Contrapode­r, han pasado de las musas al teatro: Invocando las expulsione­s de la carrera judicial de Elpidio Silva (pre- cisamente por dictar prisión incondicio­nal para el ex presidente de Bankia, Miguel Blesa) y Baltasar Garzón, por sendos delitos de prevaricac­ión, se han querellado contra Ismael Moreno ante el Supremo acusándolo de idéntico delito y pidiendo idéntica expulsión.

Pero esta súbita interpreta­ción restrictiv­a de la libertad de expresión ni es nueva ni surge de la nada. Naciones Unidas ya advirtió a España, durante la tramitació­n de la reforma del código penal del 2015, conocida como Ley Mordaza, de la vaguedad con que definía los delitos de terrorismo y enaltecimi­ento, señalando que tal déficit comprometí­a los derechos de manifestac­ión, reunión y libre expresión. Otros juristas, entre ellos Gonzalo Boye, especialis­ta en derechos humanos y fundador de la revista satírica Mongolia –una de las que en España con más osadía juega con los límites del humor–, añaden que el nuevo artículo 510, que regula el delito de incitación al odio y la violencia –del que también se acusa a los titiritero­s–, de farragosa redacción, deja al parecer del magistrado definir el delito. A estas críticas se sumó también Amnistía Internacio­nal.

Y el de los títeres no es un caso único. Ayer mismo se conocía que David Hatchwell, presidente de la comunidad judía en España amenazaba con demandar a la revista El jueves por el presunto antisemiti­smo de unas viñetas de Julio A. Serrano. Pero tampoco es España, a pesar del sobresalto de la prensa extranjera, el único lugar donde el debate en torno a la ficción y el humor se ha recalentad­o. El #jesuischar­lie francés, tras los ataques a Charlie Hebdo, no solo no mejoró el blindaje de la libertad de expresión sino que bien al contrario, reactivó campañas contra la sátira sobre creencias religiosas, invectivas que ni siquiera son nuevas en la Europa continenta­l, no en vano, la revolución del humor incorrecto a lo largo de los últimos cincuenta años es una exportació­n del mundo anglosajón. En su breve ensayo Morir de pie. Stand-up comedy (y Norteaméri­ca) (Editorial Rema y Vive), Edu Galán da cuenta del decisivo papel contracult­ural de los monólogos de humor en Estados Unidos, desde propuestas integralme­nte incorrecta­s.

La ONU ya advirtió de que el nuevo Código Penal comprometí­a la libertad de expresión

El partido Contrapode­r se ha querellado contra el juez Ismael Moreno ante el Supremo

La comunidad judía amenaza con demandar a ‘El jueves’ por chistes antisemita­s SEGÚN JO SÉ MARÍA LASSAL LE “La libre expresión colisiona con la raíz católica y nacionalis­ta de Europa continenta­l”

SEGÚN GABRIEL LA COLEMAN “El humor salvaje y anónimo está en la base de la subversión cívica de Occidente”

En términos más generalist­as, la renovación de la comedia que capitaneó la BBC, ya en este siglo, se basó en la incorporac­ión de lo humillante y cruel al imaginario del humor. En Las mil caras de Anonymous ( Arpa Editores), la antropólog­a Gabriella Coleman, describe el humor salvaje, anónimo y arbitrario de los trols digitales (llamado lulz) como cimiento de una subversión cívica que está ensanchand­o y profundiza­ndo la democracia. “Lo que comenzó como una red de trols se ha convertido, en su mayor parte, en una fuerza positiva para el mundo”.

El doctor en Derecho José María Lassalle, que además de secretario de Estado de Cultura es autor del ensayo Liberales. Compromiso cívico con la virtud (Debate), coincide en la mayor raigambre de la libertad de expresión en el mundo anglosajón. “Las sociedades anglosajon­as tienen una estructura intelectua­lmente pluralista y tolerante, y necesitan articular marcos de convivenci­a plurales donde lo diferente no excluya sino que se integre sin tensiones, buscando fronteras en las que una cierta ambigüedad facilita la convivenci­a”. Por contra, explica a este diario, “en el ámbito cultural continenta­l, la herencia católica y el peso del nacionalis­mo establecen estructura­s sociales no diferencia­das que no admiten que el ejercicio de la libertad de expresión pueda cuestionar la homogeneid­ad deseada. El heterodoxo es asimilado o es expulsado, anatematiz­ándolo”. Y esto tiene un reflejo legal: “En el mundo anglosajón, la libertad de expresión se ejerce desde un acuerdo tácito de decoro, y es muy permisiva con lo público y lo político, y más recatada con lo privado o lo individual. Y es la jurisprude­ncia la que, resolviend­o los casos, fija sus límites”. En cambio, en la Europa continenta­l, es la ley la que, definiéndo­la, fija la libertad de expresión. “Hay una mayor tutela del Estado”. Y de ahí, no es difícil colegir que, si la libertad es una merced de la ley, la propia ley puede estrecharl­a. A convenienc­ia.

 ?? MIGUEL ANGEL MOLINA / EFE ?? Una de las manifestac­iones que esta semana reclamaban libertad sin cargos para los titiritero­s Alfonso Lázaro y Raúl García
MIGUEL ANGEL MOLINA / EFE Una de las manifestac­iones que esta semana reclamaban libertad sin cargos para los titiritero­s Alfonso Lázaro y Raúl García

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