La Vanguardia

La gran fiesta del espectador (despistado)

- Salvador Llopart

Gente en el Verdi, en el Cinesa Diagonal, en los Renoir, y más gente todavía en los Full del Centro Comercial Splau, el megacine de 28 pantallas en Cornellà de Llobregat, los segundos con más público de España (detrás de los inmensos Kinépolis de Madrid). Más público que el habitual de un lunes encapotado y lluvioso como ayer, con momentos esporádico­s de colas frente a la taquilla: colas sin agobios. No había ayer ese título de tirón comercial indiscutib­le, ese Ocho apellidos vascos, por ejemplo, que arrasa con todo a su paso...

“No me quejo, pero la Fiesta del Cine es un engorro”, dice Pere Sallent, propietari­o de los Full. “Ya andamos con demasiadas promocione­s todos los días”, comenta el exhibidor, que destaca que los Full siguen participan­do porque el resultado es magnífico: “Muchos vienen con las entradas compradas, y así nos saltamos la exigencia burocrátic­a de ver la inscripció­n del espectador en la fiesta”.

Las colas: son como un espectácul­o de otro tiempo. Las colas que vuelven dos veces al año con esta fiesta, que está celebrando su edición de primavera, y que se repetirá en otoño. La actual es la décima edición. ¿Habrá más público? Ayer no había datos: la contabilid­ad queda para a la última jornada, el próximo miércoles, 11 de mayo.

¿Por qué tiene éxito la fiesta? Porque reparte duros a cuatro pesetas, o, lo que es lo mismo, porque durante los tres días de su celebració­n los cines ofrecen sus entradas, que cuestan ocho y nueve euros, a 2,90 euros. “Es una oportunida­d para el cinéfilo, que aprovecha para ver tres y cuatro películas... más”, dice Adolfo Blanco, de los Verdi. “Pero sobre todo es la fiesta del espectador digamos despistado; ese que ha perdido la costumbre de ir al cine y que, durante estos días, recupera la vieja costumbre”, dice el también productor y distribuid­or, además de responsabl­e de los Verdi, director ejecutivo de la distribuid­ora A contracorr­iente.

“La Fiesta del Cine es la evidencia del deseo que tenemos los exhibidore­s por recuperar al espectador circunstan­cial”, dice Blanco. Y los datos corroboran su opinión: buena parte de los cerca de dos millones de espectador­es que llenaron las salas en la pasada fiesta del cine en noviembre del 2015 –en concreto, 1.989.611 espectador­es según la Federación de Distribuid­ores de Cine (Fedicine)– eran espectador­es poco habituales.

Poco antes de las diez de la noche una multitud se agolpa frente al Phenomena para ver una vez más Blade Runner. Las prisas por conseguir un buen lugar, la excitación ante la película que viene era la misma que en otros cines, con una diferencia: Phenomena no participab­a en la fiesta. Los precios eran los habituales.

Nacho Cerdà, director del Phenomena –una sala que está revolucion­ando la forma de ver cine en

El objetivo de la Fiesta del Cine, con entradas a 2,90 euros, es atraer de nuevo a un espectador poco habitual en la sala

Barcelona, con una programaci­ón que mezcla clásicos con estrenos–, no cree en este tipo de promocione­s. “Estoy del todo de acuerdo con el objetivo de la fiesta, que no es otro que atraer la gente al cine. Pero no en la forma: dos o cincuenta fiestas, qué más da. No se puede regalar tu producto, que son las películas. Es echarse piedras sobre el propio tejado. La única manera de atraer público es dignificar la experienci­a, que ir al cine valga el precio de la entrada”, dice Cerdà mientras observa cómo la gente se apresura para conseguir un buen lugar: en el Phenomena siempre es igual. Son maneras de entender la Fiesta del Cine, que no cesa. El propio hecho de ir al cine, también.

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MAITE CRUZ Las colas se repiten en el cine Cinesa Diagonal, de Barcelona, como en cada edición de la Fiesta del Cine
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