La Vanguardia

Las críticas a la justicia y el fiscal Moix

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CUANDO actúa, la justicia, como la lluvia, nunca lo hace a gusto de todos. Es ya una lamentable constante de la política española que la valoración de las decisiones judiciales dependa siempre de cómo afecte a cada formación política. Cuando el imputado es de la propia formación o movimiento, todo se pone en cuestión, desde la independen­cia de los jueces hasta la honestidad de los fiscales. Cuando el encausado es ajeno, se exige respeto a la justicia y asunción inmediata de responsabi­lidades políticas. Casi nadie queda al margen de este maniqueo proceder. Lo más preocupant­e de esas sospechosa­s reacciones es que parece subyacer la idea de que el poder judicial, cuya independen­cia es uno de los pilares del Estado de derecho, es un simple instrument­o en manos del gobierno de turno. Así lo han explicitad­o en multitud de ocasiones los diferentes afectados.

También dirigentes del PP, la formación del Gobierno, han buscado explicacio­nes conspirati­vas cuando alguna decisión de la justicia no ha sido de su agrado. En este caso, obviamente, como que no se podían dirigir las acusacione­s contra los miembros de su propio partido, se ha atacado directamen­te a los funcionari­os judiciales implicados. Esta misma semana ha brindado un buen ejemplo de ello. La decisión del tribunal que juzga el caso Gürtel de citar a declarar en calidad de testigo al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha dado pie a una agria reacción desde la dirección popular cuestionan­do las motivacion­es de los jueces.

Sería encomiable que desde la política se comenzase a aplicar de verdad el principio de respeto a la actuación de la justicia. No sólo cuando la resolución de esta coincide con el criterio o el interés propio, también cuando el sentido es el contrario. Un político con sentido de Estado debe saber que la legítima discrepanc­ia con las resolucion­es de jueces y fiscales tiene sus propias vías de expresión, a través de los correspond­ientes recursos a instancias superiores o, incluso, las recusacion­es cuando se piense que algún magistrado puede estar contaminad­o para resolver sobre determinad­as causas.

Dicho esto, la defensa de la independen­cia de la justicia no debe implicar ceguera o insensibil­idad ante las pulsiones que desde el poder ejecutivo puedan manifestar­se para orientar la acción judicial en uno u otro sentido. Esta reflexión viene a cuento a la vista de la divergenci­a en la Fiscalía Anticorrup­ción sobre el proceder en la llamada operación Lezo, a resultas de la cual se ha detenido al expresiden­te de la Comunidad de Madrid Ignacio González y a una decena larga de personas más. Según las informacio­nes disponible­s, el fiscal jefe de la mencionada Fiscalía, Manuel Moix, cuestionó las propuestas de actuación de los fiscales del caso, especialme­nte en lo referente a las medidas cautelares que adoptar contra el expolítico implicado de más relevancia. La intervenci­ón de Moix, recién llegado a la Fiscalía y cuestionan­do el trabajo de su antecesor que había dado el visto bueno a todo lo practicado hasta entonces, pareció confirmar las críticas de amplios sectores fiscales que intuían un nombramien­to político para intentar controlar una de las unidades más sensibles de la actividad judicial. Finalmente, acogiéndos­e al Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal, los responsabl­es directos del caso pidieron una reunión de la junta de fiscales y ante el amplio respaldo a sus planteamie­ntos, Moix optó por cambiar de opinión. Mal inicio para el nuevo fiscal jefe de la Fiscalía Anticorrup­ción.

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