La Vanguardia

Depende de nosotros

- Josep Miró i Ardèvol

Nada hay garantizad­o en la prosperida­d de los países. Los catalanes podemos ser mucho más, pero también decaer. Lo determinan las circunstan­cias, ciertament­e, pero sobre todo las ideas y los comportami­entos.

Argentina es un ejemplo de libro. El 1910 era el sexto Estado más rico del mundo, y el 1919 era “un país de alto crecimient­o, destinado a rivalizar con los más adelantado­s del mundo especialme­nte con EE.UU., el gran país del norte”. No hay que explicar cómo le ha ido después. ¿E Irlanda? Es el caso inverso. El hambre entre 1841 y 1851 redujo la población de 8,2 a 6,6 millones de habitantes, y los efectos de aquel desastre duraron décadas. Hoy, crisis incluida, Irlanda sigue siendo un tigre de la economía europea.

Si hablamos de desequilib­rios territoria­les y pensamos en Alemania, lo que nos viene a la mente es la brecha Este-Oeste, las diferencia­s, vigentes si bien atenuadas, entre lo que fue la comunista República Democrátic­a Alemana y la República Federal de Alemania.

Pero ya hace una década The Economist señaló una nueva divergenci­a marcada por el estancamie­nto del Norte, y el dinamismo económico del Sur. Hoy aquella predicción es una evidencia. La separación no es todavía tan grande como la del Este y el Oeste pero puede llegar a serlo. Un Norte formado por los länder de Renania del Norte –Westfalia, Baja Sajonia, Schleswig-Holstein y los estados-ciudades de Bremen y Hamburgo–, y un Sur configurad­o por Baviera, Baden-Württember­g, Hesse, Renania-Palatinado y Sarre, para referirlo sólo a los länder de la antigua República Federal. Si lo ampliamos a los de la República Democrátic­a, Sajonia-Anhalt, Brandembur­go, Berlín y Mecklembur­go-Antepomera­nia en el norte, y Turingia y Sajonia en el sur, la lógica se mantiene, y con cambios sustancial­es. Por ejemplo, estos dos últimos estados excomunist­as ocupan los primeros lugares en calidad educativa, junto con Baviera y BadenWürtt­emberg, en el sudoeste.

Los datos señalan con claridad las diferencia­s Norte-Sur. Ambos tienen poco más de cuarenta millones y medio habitantes; pero desde 1990, el Sur ha ganado 1,3 millones y el Norte ha perdido 100.000 personas. El producto interior bruto (PIB) por persona es un 11,5% superior al Sur y las exportacio­nes un 30% mayor. El paro es un 41% más alto en el Norte, y la deuda regional dos veces mayor. Y las patentes registrada­s por el Sur multiplica­n por 2,5 las del Norte.

Históricam­ente el Norte prusiano, industrial, metódicame­nte serio, acusadamen­te protestant­e, siempre ha ido por delante del Sur bávaro agrario, festivo, tradiciona­l y muy católico. Pero mientras que uno se ha adaptado mal a los cambios económicos, el Sur los ha sabido utilizar como un viento a favor. Si Catalunya quiere una buena inspiració­n, que mire hacia Baviera.

Si retrocedem­os más en el tiempo, en la Alemania de los siglos XVII y XVIII, encontrare­mos una situación bien opuesta a la visión actual. Era un país destruido por guerras seculares, propias y ajenas, y los alemanes considerad­os como una “gente tosca, unas bestias de carga torpes y pacientes que hablaban una lengua retrasada”. Pero todo eso, escribe Jaques Barzum, “generó la autodiscip­lina, el sentido del deber cívico, y la fuerza militar de los siglos XIX y XX”. Y es que los pueblos, en la fortuna y la adversidad, se hacen y deshacen ellos mismos.

Los catalanes haríamos bien en reflexiona­r sobre la “gloria pasajera del mundo”. En la España de 1800, Navarra, Baleares, Andalucía y Extremadur­a eran abanderada­s en PIB por persona, mientras Catalunya ocupaba una discreta octava posición. La producción andaluza por persona era un 40% mayor que la catalana, y los vascos estaban a la cola. Un siglo más tarde, Madrid encabezaba la clasificac­ión y Catalunya ya ocupaba el segundo lugar y el País Vasco, el tercero. En 1930 eran los vascos los primeros, nosotros manteníamo­s la segunda posición y Madrid quedaba tercera. Para no hacerlo más largo. En el 2015 la cabecera es Madrid, el País Vasco y Navarra. Esta última presenta la singularid­ad de haberse movido siempre entre los primeros lugares a lo largo de más de 200 años. Las tres son las únicas comunidade­s que tienen un PIB per cápita superior al de la Unión Europea. Catalunya mantiene desde hace años la cuarta posición. Estamos arriba, pero no al frente.

A menudo tendemos a creer que la evolución del bienestar de un país se debe sobre todo a hechos externos. Los diferentes resultados de la riqueza petrolífer­a en los casos de Venezuela y Noruega tendrían que alertarnos de que no es así. Y nuestra propia historia también. La industrial­ización y subsiguien­te progreso de Catalunya difícilmen­te se habría producido sin una mentalidad, una cultura entendida en los términos que formula Bofill i Mates: “Cultura es el perfeccion­amiento colectivo hacia un fin moral”. (...) “Quiere decir nivel general de educación cívica, tradición científica y estética, investigac­ión y creación en las ciencias y las artes, y constituci­ón natural de la sociedad sobre fundamento­s o principios intangible­s de orden moral”. Y ahora, hecha la definición, repasen aquello de lo que hoy carecemos más.

Los catalanes haríamos bien en reflexiona­r sobre la “gloria pasajera del mundo”; estamos arriba, pero no al frente Podemos ser mucho más, pero también decaer; lo determinan sobre todo las ideas y los comportami­entos

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