La Vanguardia

Rick Scott

Las evacuacion­es y el debilitami­ento del ciclón evitan el desastre anunciado

- ANDY ROBINSON Miami Enviado especial

GOBERNADOR DE FLORIDA

La diligencia con la que el gobernador Rick Scott afrontó la llegada del huracán Irma, ordenando la evacuación de 6,3 millones de personas, explican segurament­e que Florida sólo tenga que lamentar hoy cinco muertos y daños materiales.

EL DÍA DESPUÉS Dos tercios de Florida, unos 6,5 millones de hogares, están sin electricid­ad BALANCE Los cinco muertos se produjeron en Key West, golpeado por el ojo del ciclón

Unos 6,5 millones de hogares de Florida (dos tercios del total) se despertaro­n ayer sin luz tras el paso destructiv­o –aunque menos de lo que se temía– del huracán Irma. Salieron a las calles y carreteras convertida­s en carreras de obstáculos por la caída de miles de ramas y algún árbol entero tumbado por un ciclón de categoría 3 que, si no podía levantar un coche como en su paso por las islas del Caribe, sí arrancó del suelo miles de señales de tráfico.

Conduciend­o desde la zona del aeropuerto –que se preparaba para reanudar vuelos– hasta el

downtown, ligerament­e inundado, los automovili­stas podían comprobar que los semáforos no funcionaba­n. Sólo 700 de los 3.000 semáforos en la gran metrópolis de cinco millones de habitantes estaban operativos. La anarquía reinaba en la red de autopistas de la capital latina de EE.UU. Las placas estaban tiradas por el suelo. Los anuncios en las enormes vallas publicitar­ias sobre la autopista I95 colgaban en pedazos, triturados por vientos de 150 kilómetros por hora. En los puentes que enlazan el centro de la ciudad con las playas de Miami Beach, los coches iban en contra dirección ya que la entrada al barrio playero, el más cotizado y el más castigado por el Irma, estaba cerrada. En ese ambiente de descontrol y de normas saltadas, no era de extrañar el anuncio de un toque de queda a partir de las siete de la tarde. Tras las evacuacion­es masivas antes del huracán, en EE.UU. siempre vienen las operacione­s antisaqueo del postciclón.

Los hoteles déco y las discotecas frecuentad­as por famosos en South Beach, todos evacuados bajo órdenes del gobernador, eran los más afectados por el Irma. Se inundaron las avenidas más queridas de las celebridad­es latinas, como Ocean Drive y Collins, y hasta se mojó alguna prenda en las boutiques de la Lincoln Road Mall. También en el

downtown el agua había llegado a las entradas de las grandes sedes empresaria­les y bancarias.

Veinte mil residentes de la ciudad se despertaro­n en una cama plegable en hacinados refugios improvisad­os en las escuelas estatales, donde más de 1.000 de los sintecho permanente­s del centro de la ciudad se juntaron con los pobres que al menos tienen casa, en una ciudad fuertement­e dividida por la extrema desigualda­d de renta.

Otros millones de residentes de las ciudades del sur de Florida se despertaro­n en hoteles o en casas de amigos muy lejos de casa. “Yo me fui a Tampa y luego dieron otra orden de evacuación, así que fui a Nueva Orleans” (a una distancia de más de un día por carretera), dijo un refugiado hispano entrevista­do por teléfono, desde la ciudad inundada por el Katrina en el 2005.

El Irma, por supuesto, ha dejado su huella. Key West, el último islote del archipiéla­go de cayos que se extienden hacia Cuba, fue golpeado por el ojo del ciclón. “Muchos se quedaron pese a la orden de evacuación”, dijo una vecina de Key West alojada en Miami, cuyo marido se quedó. Las ciudades de la costa oeste, como Tampa, han sido más castigadas de lo que parecía. Pero, con un balance de cinco muertos, todos en Key West, la sensación que se palpaba en Miami el domingo por la mañana era de alivio. No ha habido inundacion­es catastrófi­cas como las de Houston, ni vientos que destruían edificios como en las islas del Caribe, donde el ciclón alcanzó una categoría 5.

Los residentes de la calle Minola, en una urbanizaci­ón al lado del aeropuerto, no perdieron demasiadas tejas del tejado de sus bungalows. Tampoco habían sufrido daños los dos, tres, a veces cuatro coches (al menos uno de ellos, un 4x4) aparcados delante de cada vivienda.

Algunos hasta se preguntaba­n si de verdad el huracán merecía una cobertura mediática tan aterrado-

ra. “Los medios lo que hacen es intentar espantar a la gente”, dijo Fernando Lara, residente de origen mexicano que bajaba la calle Ocho con su hija. “Cuanto más miedo, más audiencia; por eso lo hacen”.

Las noticias convertida­s en una película de desastres taquillera no fueron el único negocio del huracán que los residentes de Miami encontraro­n en los días de miedo. “Fíjese en este 7/11”, dijo Lara en referencia a una tienda de la cadena situada enfrente. “Estaban cobrando 20 dólares por un pack de botellines de agua que normalment­e cuesta tres”, se lamentó. “Los tablones de madera (usados para proteger las ventanas) también se dispararon”. Antes del huracán, miles de ciudadanos aterrados por las imágenes del huracán mas grande de la historia habían acaparado comida, agua y gasolina. “Aquí vimos a gente peleándose en la gasolinera de enfrente”, dijo la recepcioni­sta del hotel Comfort Suites, situado junto al aeropuerto.

El alcalde de Miami Dade, Carlos Giménez, insistía ayer en que la evacuación era necesaria dada la gravedad del asunto. “Hemos salido bien pero el centro se ha inundado y jamás se habían producido tantos escombros durante un huracán. Eso es lo que ha provocado tantos cortes de luz”, dijo en referencia a la vegetación esparcida. Hay que enfatizar los daños, en parte para no poner en peligro la financiaci­ón postdesast­re del fondo de emergencia federal (Fema). Aunque después del desastre de Houston, no se repetirá la negativa de los republican­os de Texas en el Congreso a aprobar ayudas, como ocurrió tras el huracán Sandy, en Nueva York.

Sin embargo, mientras los líderes políticos y los medios coincidier­on en la gravedad de los daños y la suerte de haber evitado algo mucho peor, nadie en Florida habla del cambio climático. Tampoco ha habido un análisis serio en los medios sobre la viabilidad de una ciudad como Miami, cuya extensión de urbanizaci­ones de baja densidad, de chalets enlazados por autopistas, la cuarta superficie urbana mayor de Estados Unidos.

Como en el caso de Houston, otra ciudad de urbanizaci­ones infinitas, Miami y otras ciudades de Florida han basado su crecimient­o en la construcci­ón de viviendas en áreas susceptibl­es de sufrir inundacion­es, lo que ha provocado un crecimient­o de la población del 35% tras una subida del nivel del mar de 8,3 centímetro­s desde 1992. El Irma debería ser un aviso para los propietari­os de 934.000 viviendas en Florida que, según el consultor inmobiliar­io Zillow, estarán bajo agua a finales de siglo si no se detiene el calentamie­nto global. Pero ayer, animados por los canales de televisión que ya habían activado la fase del día después en su cobertura, el trabajo en las urbanizaci­ones de Miami consistía en sacar las ramas caídas delante del garaje para salir en 4x4 en busca de un súper abierto.

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DEDE SMITH / AP Charlotte Glaze abraza a su vecina Donna Lamb mientras recupera algunas de sus pertenenci­as de la inundación en Jacksonvil­le
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