La Vanguardia

Como distinguir a un ‘botifler’

- Joaquín Luna

La expresiden­ta del Parlament de Catalunya Núria de Gispert ha dicho del señor Ramon Espadaler, excompañer­o de partido, que “es un botifler”. No podemos ignorar esta alerta cuyo cristiano objetivo es contribuir a su reinserció­n social.

La detección del botifler no es sencilla. Se trata de individuos de apariencia normal, y en esta columna alertaremo­s sobre algunos rasgos de la especie, de manera que incluso un escolar bondadoso pueda localizar al compañero botifler, darle la mano o una leche y advertir de su existencia a un profesor de confianza.

El botifler habita en Catalunya y se mueve con soltura en el medio urbano. A diferencia de otros animales, el aire rural perjudica su crecimient­o y aumenta un pánico instintivo a los tractores. Hay casos registrado­s de botiflers que han enloquecid­o al escuchar estos vehículos engalanado­s con estelades en la noche, camino de Barcelona y el siglo XXI.

Los botiflers suelen distinguir­se por tener uno o incluso dos apellidos catalanes. ¿Puede ser botifler un señor llamado Rogelio López Bermúdez? Con ese nombre se puede ser vicepresid­ente de la comunidad de vecinos, casado sin compromiso o incluso guardia urbano, pero el riesgo de que sea un botifler peligroso es bajo, y bastante pena arrastra por no llamarse Eudald Pixapins Cigaló. No todo el mundo puede ser botifler.

La mejor época para distinguir a un botifler son las jornadas históricas. Mientras que los catalanes se atan una estelada al hombro y toman las calles, el botifler siempre tiene algo urgente que hacer, lo que le impide disfrutar de manifestac­iones, cortes de las autopistas de peaje y entonacion­es colectivas, a su edad, de L’estaca. Su instinto de conservaci­ón le obliga a dar largas explicacio­nes sobre por qué pudiendo ser un buen catalán es un bala perdida que piensa a su aire.

Si entramos en un bar de Catalunya, cabe distinguir al botifler por los comentario­s elogiosos del bocadillo de calamares, los chistes de Chiquito de la Calzada y las ciudades donde sirven cañas con una tapa gratuita. También se le escapan halagos de Bilbao y de lo maja que es la gente en Madrid.

Hay botiflers muy peligrosos: aquellos que ignoran su naturaleza y necesitan que algún alma caritativa les denuncie. Se sienten a disgusto en la Catalunya del bien y el mal y, en vez de perseverar en el hundimient­o, tratan de hallar soluciones, lo cual, al parecer, es propio de traidores.

Entre todos, convendría ir localizand­o a los sospechoso­s de sufrir la enfermedad contagiosa del botifler,

pero no para despreciar­les como creerán ciertos malpensado­s, sino para facilitar su reintegrac­ión mediante charlas y algún que otro electrosho­ck. Con paciencia, esfuerzo de los afectados y de sus familias, podemos erradicar al catalán botifler. Antes de que sean demasiados...

Hay que invertir más en la detección del ‘botifler’, un enfermo, como Espadaler, que merece estudio y ayuda

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