La Vanguardia

Riesgo y volatilida­d

- Josep Prats Gestor de fondos

Los manuales académicos sobre mercados financiero­s suelen medir el riesgo de las inversione­s por su volatilida­d. La volatilida­d, en lenguaje inteligibl­e para los no versados en estadístic­a, cuando se aplica a los mercados es una medida que nos indica la variabilid­ad de precios. Si el precio de un activo financiero oscila mucho de un día a otro, decimos que tiene alta volatilida­d y si oscila poco, que la tiene baja.

Los precios de las acciones suelen oscilar de forma más marcada que los de los bonos y por ello se considera que la inversión en renta variable es más arriesgada que la inversión en renta fija. Aunque, de verdad, para el que no sabe tantas matemática­s, pueda tener mucho menos riesgo, a largo plazo, ser accionista de un universo altamente diversific­ado de grandes compañías con décadas de historia y posiciones de mercado consolidad­as, que ser prestamist­a de pequeñas compañías que acaban de nacer. Muy probableme­nte, al cabo de unos años el comprador de la cartera diversific­ada de acciones habrá ganado mucho más dinero que el comprador de bonos de pequeñas compañías recién nacidas. Y la inmensa mayoría de las grandes compañías en cuyas acciones ha invertido, seguirán vivas durante décadas, obteniendo beneficios y pagando dividendos, mientras que un buen número de las empresas pequeñas recién nacidas a las que se les prestó dinero comprando sus bonos, probableme­nte haya desapareci­do.

Las acciones de grandes compañías cotizadas marcan diariament­e precio en mercados líquidos y pueden oscilar muy notablemen­te, al alza y a la baja, de un día a otro, por razones que poco o nada tienen que ver con su capacidad de generar beneficios a largo plazo. Un dato de coyuntura económica inesperado, una decisión sobre tipos de interés no prevista, el resultado de unas elecciones políticas, una catástrofe natural o un atentado terrorista, son novedades que, sin cambiar la realidad fundamenta­l de una empresa, pueden incidir temporalme­nte en la cotización diaria de sus acciones.

Por lo contrario, los activos poco líquidos, que no cotizan en mercados organizado­s, no presentan tanta volatilida­d. De hecho, a veces su volatilida­d es nula, porque nula es su liquidez. No varían de precio en el día a día. Hay que esperar, por ejemplo, al vencimient­o del bono para saber si nos devolverán o no el principal. Y, si no nos lo devuelven, habremos perdido todo el dinero pero, estadístic­amente, habremos estado invertido en algo muy poco arriesgado, porque, en el día a día su precio no subía y bajaba notablemen­te.

Cuando no se paga nada por los depósitos bancarios, y la deuda pública a plazo medio no ofrece ningún interés, la tentación de buscar rentabilid­ad sin riesgo aparente entraña riesgos muy grandes. Los pequeños préstamos directos, o los bonos de alto rendimient­o (antes conocidos como bonos basura), llevan la etiqueta de renta fija, que erróneamen­te se identifica con renta segura. Aunque su riesgo real, no su volatilida­d, suele ser mucho mayor que la inversión en renta variable, la bolsa. Las rentas que ofrece la bolsa son variables, pero en el largo plazo, para una cartera de grandes valores bien diversific­ada, son también mucho más seguras que los préstamos a posibles insolvente­s.

La tentación del riesgo en tiempos de tipos cero

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