La Vanguardia

Un equipo de exiliados

Cuando hace 15 años el dueño del Wimbledon trasladó el equipo a Milton Keynes, sentó las bases de una peculiar rivalidad

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La decisión ahora hace 15 años de trasladar el equipo de fútbol del barrio londinense de Wimbledon a la localidad de Milton Keynes ha dado pie a una rivalidad total con el AFC Wimbledon, el club nacido como sustituto del anterior y que actualment­e trata con el máximo desprecio a los dons.

España no reconoce a Kosovo, la mayoría de países de la Liga Árabe no reconocen al Estado de Israel, y podría decirse que la comunidad internacio­nal no se ha volcado en apoyo de la República Catalana. Pero no es sólo un problema de derecho internacio­nal. También pasa en el fútbol, como es el caso del Milton Keynes.

En los tiempos de la política identitari­a (Trump, Brexit, auge de los nacionalis­mos...), el Milton Keynes tiene un grave problema de identidad. Tanto es así que su escudo debería ser un diván rojo y la cara de Freud, y en vez de los dons deberían llamarse los psicoanali­zados. Nació en el 2002, cuando Pete Winkelman, el propietari­o del Wimbledon londinense, decidió llevarse el club ochenta kilómetros al norte, a la americana, como si fueran los Dodgers de Brooklyn o los Lakers de Minnesota (ambos acabaron en Los Ángeles). La cosa no es habitual por estos lares, tanto es así que antes la mayor mudanza la había hecho el Arsenal cuando abandonó el barrio de Woolwich para instalarse en Islington. A pesar del pollo que se montó, la federación dio su bendición al traslado.

Milton Keynes es una de las llamadas nuevas ciudades inglesas, creadas en los años sesenta para responder a los desafíos demográfic­os. Parece una especie de Brasilia o Pretoria en miniatura, aséptica en su modernidad, una serie de amplios bulevares con centros comerciale­s, espacios culturales o de ocio y edificios administra­tivos, todos de la misma altura y forma, a ambas aceras. Hasta que llegaron los dons hace quince años, era la localidad más poblada del país (200.000 habitantes) sin un equipo de fútbol.

La directiva ofreció a los segui- dores transporte gratuito en autobuses desde el sur de la capital los días de partido, pero sólo consiguier­on seducir a unas cuantas decenas para que siguieran apoyando al equipo. El resto se volcó en un proyecto alternativ­o, la creación del AFC Wimbledon, que empezó su singladura hace catorce años en la división más baja del fútbol inglés, casi sin dinero. Y ahora, tras numerosos ascensos, milita en la Liga 1 (tercera división), la misma que el Milton Keynes. Hay rivalidade­s con trasfondo político, étnico, territoria­l, de clase o incluso religiosa, porque un jugador cambió de camiseta o un entrenador de banquillo. Pero esta es por razones de identidad. Ser o no ser.

Durante una década ambos militaban en divisiones tan diferentes que nunca se vieron las caras. Lo hicieron por primera vez en el 2012, en la Copa, pero ahora que se encuentran en la misma categorías sus derbis se han convertido en rutina, y en cierto modo son los más exóticos por lo menos del fútbol británico. Para los hinchas del AFC Wimbledon, el Milton Keynes es el diablo mismo, el club que al irse voluntaria­mente al exilio le robó su nombre, su posición y su historia, sinónimo de la avaricia corporativ­a, el dinero y los intereses comerciale­s.

La animosidad es tan grande que, cuando se enfrentan en Cherry Road (Londres), el nombre del Milton Keynes no aparece ni en el programa ni en el marcador, y es referido tan sólo como “el equipo visitante”. Pasados quince años desde que ocurrieron los hechos, las dos directivas no se hablan, y el presidente de los exilados no es bienvenido en el palco y ha de ver el partido de pie, junto con los hinchas forasteros. Varias veces ha amenazado la federación al AFC Wimbledon con sanciones, recordando que los artículos 3.4 y 3.5 de sus estatutos (no todo va a ser el 155) prohíben “desacredit­ar, humillar o criticar sin motivo a otra entidad”. Viceversa, cuando los capitalino­s se desplazan al terreno rival (un moderno estadio con capacidad para 20.000 personas), algunos fans van vestidos en trajes especiales contra la contaminac­ión, como si el ambiente fuera tan fétido que pudieran pillar cualquier enfermedad. Desde las gradas, cantan where were you

when you were us? (¿dónde estabais cuando erais nosotros?), una tonadilla que parece sacada de un libraco del filósofo existencia­lista Soren Kierkegard. La reconcilia­ción no parece probable.

El exilio genera odios que ni siquiera un partido simbólico de fútbol podría arreglar. En un equipo jugarían Napoleón, Bhutto, Marcos, Perón, Trotsky, Idi Amin, el Sha de Persia, el Dalai Lama, De Gaulle, Mobutu y Eduardo VIII, con Simón Bolívar, Thabo Mbeki, Haile Selassie y el espía Kim Philby de suplentes. En el otro, Casanova, Dietrich, Ovidio, Hemingway, Séneca, Dante, Víctor Hugo, Neruda, Brecht. Polansky y Assange, con Noriega, Voltaire, Snowden y Rushdie de suplentes. P.D: Los exilados a partir del 1 de octubre pasado carecen de ficha federativa.

El AFC Wimbledon no cita el nombre de su rival ni en el programa ni en el marcador de Cherry Road

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ALEX PANTLING / GETTY Un aficionado del AFC Wimbledon, el pasado septiembre durante un derbi contra el Milton Keynes
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