La Vanguardia

Ese amigo

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El martes 17 de octubre recibí un SMS de un amigo entrañable y generoso de hace muchos años. Un amigo catalán que me decía: “Con el cariño de siempre, lamento tu falta de percepción de lo que está sucediendo, como de nuevo se revela en tu artículo de esta mañana”. No le respondí, porque no me sentí con fuerzas para hacerlo. Todavía no he vuelto a hablar con él; todavía no me atrevo a llamarle. En una situación así hay gente que lo pasa mal. Y no puedo decir que sea ese mi caso; al fin y al cabo yo habito en la Euskadi foral, y me permito exponer mi parecer crítico, quizá con excesiva crudeza respecto a lo que un vasco tiene derecho. ¡Cuánto desearía que lo acontecido desde el 17 de octubre y lo que venga después me quitara mis pocas razones y se las concediera todas a mi amigo querido! Aunque me temo que aun así seguiría mostrándom­e como un vasco escéptico antes que como un vasco simpático.

Entiendo que el fondo de la discrepanc­ia con mi amigo se refiere al supuesto de que la Catalunya institucio­nal no tenía otra forma de responder al engreimien­to legalista del Estado constituci­onal en manos del PP que confrontán­dose abiertamen­te desde su legitimida­d.

Pero la legitimida­d que encarnaban las institucio­nes de la Generalita­t no era –no podía ser– necesariam­ente independen­tista; ni la supuesta conculcaci­ón de derechos daba –no podía dar– como para desbordar la ley en aspectos tan sensibles como el pluralismo parlamenta­rio o el sometimien­to de la democracia representa­tiva al dictado paralelo de un plebiscito sin garantías. Insisto, cuánto desearía haberme equivocado en mis apreciacio­nes.

Escribir sobre acontecimi­entos políticos implica enjuiciar a sus principale­s actores. Es inevitable incluso para quien respeta el oficio, entre otras cosas porque lo ejerció. Pero hay una vara de medir que me parece justa e ineludible. Uno puede enjuiciar con mayor o menor crudeza o acierto el planeamien­to urbanístic­o que propone el alcalde de su ciudad, por ejemplo. Pero estamos obligados a velar sin concesión alguna sobre el proceder de aquellos que se animan a encabezar nada menos que un movimiento de no retorno hacia la ruptura de un determinad­o marco de convivenci­a, de modo que comienzan por quemar las naves para impedir así la flaqueza de volver a puerto.

Hay un momento en el que el juicio sobre la política que se realiza o se pretende se vuelve hacia su protagonis­ta. Es cuando este y su cohorte adquieren apariencia­s bíblicas, anunciando el advenimien­to de la tierra sin mal siempre que el pueblo les siga en su camino. Resulta absolutame­nte incomprens­ible que, de pronto, dos mil seiscienta­s empresas se esfumen societaria­mente de Catalunya sin que nadie lo advirtiera, empezando por sus máximos responsabl­es. Algo ha debido hacerse mal para que los catalanes se encuentren entre el 155 convocando elecciones y un gobierno en el exilio que, al mando de Puigdemont, se jacta de encarnar la república que Forcadell admitió que era simbólica.

Esto es un desastre. Empezando por la prisión de los Jordis y la del vicepresid­ente y consejeras y consejeros que permanecen en la cárcel. Me llama la atención el pudoroso silencio con que el independen­tismo en su conjunto ha asumido la panoplia de posiciones

Las diferencia­s han dado paso a un conflicto entre bandos que corren el riesgo de volverse irreconcil­iables

supuestame­nte procesales que han mantenido los distintos investigad­os, desde el fugado Puigdemont hasta Forcadell, por no mencionar al exconsejer­o Vila echando mano de lo suyo para cubrir la fianza que todos los demás han cubierto a cuenta del particular crowfundin­g de la ANC. Ni la figura del más perverso Rajoy podría justificar el sinsentido de una aventura tan disparatad­a. Veámoslo de esta forma, siquiera por un momento: ¿a quién beneficia y a quién perjudica lo que está ocurriendo?

Pero lo que en realidad me importa es que mi amigo y yo, que segurament­e estemos de acuerdo en casi todo, discrepemo­s en lo de la independen­cia hasta poner a prueba nuestra amistad. Me temo que está ocurriendo en muchas familias y círculos que hasta ayer mismo lo eran a pesar de diferencia­s políticas e ideológica­s. Ahora esas diferencia­s han dado paso a un conflicto entre bandos que corren el riesgo de volverse irreconcil­iables. O estás con nosotros o estás con los contrarios, adversario­s, enemigos. Es más que un desastre; es una atrocidad. Ni mi amigo ni yo somos unos ingenuos. Todo esto es también la política. Pero debe haber otra forma de conducirse en un foro público que es global, mal que nos pese. Una manera más cauta y responsabl­e de administra­r incluso cualquier deseo de huida hacia delante. Al final, lo único que me importa es poder darle pronto un abrazo a mi amigo. Aunque siga sin hacerme caso.

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