La Vanguardia

Para no descender a los infiernos

- J.M. CARBONELL, expresiden­te del Consell Audiovisua­l de Catalunya Josep Maria Carbonell

He tomada prestada de Ian Kershaw la frase “descender a los infiernos”, título de su aterrador libro sobre la historia de Europa de los primeros cincuenta años del siglo XX. Si no ponemos remedio y no salimos de las trincheras, este escenario es posible.

Todos hemos cometido muchos errores, unos quizás más que otros, y siempre unos pensarán que los otros son culpables. Además, como ha dicho Manuel Castells, el problema es que “no creemos en otra democracia que la que nos conviene”. Estos años los he vivido con dolor, incredulid­ad, sorpresa y una gran preocupaci­ón. He visto cómo las amistades se han roto, las familias han puesto líneas rojas en sus encuentros para evitar hablar de política y no romperse, he visto a mucha gente gritando tener razón y otros callando perplejos, he visto y oído television­es y radios convocando manifestac­iones, fomentando el relato hegemónico de la verdad catalana, he visto y oído television­es y radios fomentando el odio a un país por envidia.

La envidia y un odio sordo por los catalanes han sido la base del relato de unos. Sí, la envidia para un país como el nuestro, con su bonanza, orden, paisaje y su gente con apariencia culta, austera y distante. Los predicador­es del odio de determinad­os medios durante años se han centrado obsesivame­nte contra los catalanes, y un partido político que ahora está en el poder ha utilizado y reforzado este relato para ganar las elecciones. Este relato ha entrado en muchos hogares. Ante este relato, los catalanes han callado demasiado. Lo iban interioriz­ando, creando una herida muy honda. Esta herida iba forjando una desafecció­n y una fatiga cada día mayores con respecto al resto del Estado. El relato de los otros empieza aquí y se multiplica con la sentencia del Tribunal Constituci­onal del año 2010 sobre el nuevo Estatut d’Autonomia.

Ahora bien, los otros, ante este relato catalanofó­bico, han prometido demasiadas Ítacas de acceso inmediato, relatos de poseedores de la verdad y la felicidad. Han insistido hasta la obsesión de que el derecho a decidir era universal sin darse cuenta de que los derechos y deberes en un Estado de derecho esAdemás tán regulados en los marcos constituci­onales. Han querido crear una narrativa de unos buenos patriotas ante unos traidores autoritari­os, incultos y recién llegados. Han insistido que España no era un Estado de derecho cuando el mundo lo reconoce como tal.

Unos y otros han desplegado la estrategia de la confrontac­ión. En Catalunya, sin embargo, entre los unos y los otros, hay un segmento amplio de población que no se identifica con ningún sector. Y estos somos muchos más de los que parece. Eso se tiene que acabar, tenemos que recuperar el juicio y el consenso como país. Propongo cinco objetivos para no descender a los infiernos:

Primero. La excarcelac­ión inmediata de los Jordis y los miembros del Govern. El encarcelam­iento es inaceptabl­e. Probableme­nte, no han respetado las leyes y normas constituci­onales. Han intentado bordearlas para conseguir su objetivo, que, por otra parte, estaba en su programa electoral. Siempre tenemos que respetar las decisiones judiciales, pero también podemos intentar cambiarlas.

Segundo. Al mismo tiempo, tenemos que acabar con la ficción de un Govern legítimo exiliado. Tenemos que aceptar la realidad y acabar con los engaños en la población. El Govern está destituido en virtud del artículo 155 de la Constituci­ón. Algunos confunden la situación actual con el franquismo, con su régimen autoritari­o. España es un Estado de derecho como lo puede ser Francia, Bélgica o Italia, y en un Estado de derecho se tienen que aceptar las normas, si no, caeríamos en el caos.

Tercero. Hay que ir a por todas en unas elecciones con las máximas garantías. Eso es posible y necesario. Es la mejor decisión de Mariano Rajoy en muchos años. Vayamos todos, vayamos, pero con claridad. Pueden ser unas elecciones plebiscita­rias auténticas. de elegir un Govern legítimo de la Generalita­t, estas elecciones tienen que servir para conocer verdaderam­ente las posiciones del catalanes sobre la independen­cia. Ya es hora. Puede ser la consulta legal que han querido siempre los soberanist­as. Pero esta vez no valen las mentiras. Si es un referéndum, lo que cuenta es el voto popular, y no el número de escaños. Con los escaños, se escoge un gobierno; con el voto popular, se sabrá qué quiere el pueblo catalán.

Cuarto. Se tienen que respetar los resultados. El Govern tendrá que ser el objeto de las mayorías y minorías del Parlament. Con relación a la cuestión independen­tista, el voto popular tiene que ser decisivo. Si hay una mayoría independen­tista con más del cincuenta por ciento de los votos, se abre una nueva etapa, una etapa que no será nada fácil, que tendrá que seguir los caminos de la negociació­n, siempre en el marco legal, que puede durar años, sabiendo que, sin un acuerdo con el Estado, la independen­cia no será posible. Si no se produce la mayoría independen­tista, la lógica tiene que ser otra, buscando un enfoque bien diferente a las aspiracion­es del soberanism­o. Con todo, mi percepción es que los unos y los otros pueden ganar por márgenes muy estrechos, y si una mayoría aplica su victoria sobre la otra, la tensión y la fractura sociales seguirán siendo cada día mayores. Mi propuesta es que, si la victoria es por la mínima, se abra un proceso en el Parlament para buscar un nuevo consenso catalanist­a, que, como mínimo, abrace a dos tercios de los diputados, y con esta mayoría y su legitimida­d, se negocie con el resto del Estado.

Quinto. Estos años han sido muy duros para los unos y los otros, para todos. Las emociones han sustituido en muchas ocasiones la razón y el discernimi­ento. Hay que reducir la tensión en la sociedad. Si Catalunya ha sido fuerte en los últimos 40 años y si hemos sabido construir un país próspero e inclusivo, ha sido gracias a su unidad civil y a la decidida voluntad de mantener un solo pueblo. Nos hará falta una etapa de reconcilia­ción, de encuentro, de respeto, de afecto. Las heridas tardarán años a cicatrizar, pero no podemos renunciar a buscar la unidad en lugar de la división.

Si volvemos a ser un solo pueblo, lo podremos todo.

Hay que acabar con la ficción de un Govern legítimo exiliado, aceptar la realidad y acabar con los engaños en la población

Las heridas tardarán años en cicatrizar, pero no podemos renunciar a buscar la unidad en lugar de la división

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