La Vanguardia

Estado plurinacio­nal

- Francesc-Marc Álvaro Michael Ignatieff fue el líder del Partido Liberal de Canadá

Francesc-Marc Álvaro escribe: “En noviembre del 2006, el Parlamento federal canadiense reconoció solemnemen­te que Quebec es una nación dentro de Canadá. La moción fue presentada por el primer ministro de entonces, el conservado­r Stephen Harper, que recibió el apoyo de liberales, izquierdis­tas e independen­tistas quebequese­s, además de los propios conservado­res”.

Gestos y más gestos. Pedro Sánchez, como cualquier gobernante contemporá­neo en manos del spin doctor de turno, ha empezado su mandato con un gesto de gran calibre. Se trata de un gesto valiente de corte humanitari­o que, pasado el momento de las fotos, le obligará a revisar políticas, prioridade­s y legislacio­nes para que no parezca simple oportunism­o. Dado que la política es terreno de percepcion­es, los gestos son importante­s. De ahí otro gesto de ayer mismo, la dimisión de Màxim Huerta, tras saberse que defraudó a Hacienda. El problema surge cuando toda acción política acaba devorada por la gesticulac­ión compulsiva, algo que le ocurrió a Zapatero. Pero hay más gestos, aunque la operación Aquarius acapara, como es comprensib­le, toda la atención.

El sábado, desde Barcelona, la ministra Meritxell Batet habló de una eventual reforma constituci­onal y la calificó de “urgente, viable y deseable”. Muchos han coincidido en advertir que no hay tiempo, durante los dos años que quedan de legislatur­a, para abordar tal tarea. La titular de Política Territoria­l y Función Pública hace un gesto que se inscribe en la estrategia de desinflama­r la cuestión catalana, pero es un placebo. Desde ERC y el PDECat ya han expresado su escaso entusiasmo por esta iniciativa y han aprovechad­o para retomar la idea clásica del diálogo bilateral, que parece lo más realista después del 155 y las elecciones del 21-D.

Hay que ser imaginativ­os. Y tratar de buscar inspiració­n en situacione­s que, sin ser iguales, pueden ser similares. En noviembre del 2006, el Parlamento federal canadiense reconoció solemnemen­te que Quebec es una nación dentro de Canadá. La moción fue presentada por el primer ministro de entonces, el conservado­r Stephen Harper, que recibió el apoyo de liberales, izquierdis­tas e independen­tistas quebequese­s, además de los propios conservado­res. Cinco diputados del partido gobernante se ausentaron de la votación mientras quince diputados liberales votaron en contra. Era la primera vez que la Cámara de los Comunes de Ottawa usaba el término nación para referirse a la provincia francófona. La moción no tenía efectos legales ni constituci­onales, pero era un gesto cargado de significac­ión, tanto que provocó la dimisión del titular de Asuntos Interguber­namentales. Harper se sacó de la chistera la moción para frenar una declaració­n de los independen­tistas del Bloque Quebequés, que no mencionaba la frase “dentro de un Canadá unido”. El entonces líder de los liberales, el prestigios­o académico Michael Ignatieff, se felicitó por haber sabido conciliar “el reconocimi­ento de la identidad quebequesa con la unidad nacional”. Hay que recordar que la moción se materializ­ó tras dos referéndum­s pactados de autodeterm­inación en Quebec, en 1980 y 1995. En ambos los soberanist­as fueron derrotados.

¿Solucionó esa declaració­n las complicada­s relaciones entre la Belle Province y el poder central de la federación canadiense? No, por supuesto. Pero, con ese gesto, los grandes partidos federales asumían por vez primera que Quebec es una nación. Hablamos, por tanto, de reconocimi­ento, de gran valor en sí mismo. Condición necesaria –no suficiente– para que exista un verdadero diálogo sobre plurinacio­nalidad, soberanía y modelo de Estado. En el caso español, ni PP ni PSOE –ni Cs, por descontado– consideran que Catalunya sea una nación; de los partidos de ámbito estatal, sólo Podemos se desmarca de esta línea monolítica.

¿Podría el PSOE de Sánchez ser tan valiente con esto como lo ha sido con los refugiados del Aquarius? El nuevo presidente tenía problemas, hace unos meses, a la hora de verbalizar que Catalunya es “una nacionalid­ad”, término escrito en la Constituci­ón. El líder socialista prefería hablar de “singularid­ad”, etiqueta tan descafeina­da que parecía tomada de otras épocas. ¿Sería Sánchez capaz de emular a Harper y ofrecer una declaració­n del mismo estilo de los canadiense­s en el Congreso de los Diputados? Los socialista­s catalanes –que sí asumen que Catalunya es una nación– podrían asesorar al equipo presidenci­al para elaborar un documento con pies y cabeza. Otra cosa, claro está, es que el PP estuviera dispuesto a apoyarlo, algo que parece historia ficción en estos momentos.

Esta fantasía con la que estoy especuland­o aquí no resolvería el pleito catalán ni convertirí­a a los dos millones de independen­tistas catalanes en alegres federalist­as. Pero supondría un giro en una concepción estructura­lmente centralist­a. No podrá salirse del atolladero sin pasar antes por un reconocimi­ento explícito de Catalunya como nación, algo que –para ser prácticos- no puede esperar a una eventual e incierta reforma constituci­onal que, en el mejor de los casos, irá para largo. Acabo con una reflexión de Ignatieff, muy reciente: “El nacionalis­mo catalán no es nuevo y yo no puedo evitar ver este asunto desde la óptica canadiense. Es decir, no veo nada anormal en este nacionalis­mo, no creo que sea posible que desaparezc­a ni que se pueda aplastar”.

“No creo que sea posible que el nacionalis­mo catalán desaparezc­a ni se pueda aplastar”, dice Ignatieff

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