La Vanguardia

Croacia derrota a Inglaterra y se planta en la final ante Francia

La selección de Rakitic y Modric somete a una Inglaterra que despreció la pelota

- JOAN JOSEP PALLÀS Moscú Enviado especial

¿De qué están hechos los croatas? Un país fundado en 1991, de poco más de cuatro millones de habitantes, se metió ayer en la final de un Mundial por el que peleaban un total de 32 seleccione­s. Estaban la pentacampe­ona Brasil, la gran Alemania, España y su supuesto tiqui taca, la Argentina de Messi, la inmensa Rusia como anfitriona... Y estaba Inglaterra, la inventora del juego. Pero alcanzó la meta la insignific­ante Croacia. ¿Por qué? Quizás porque posee la inteligenc­ia de los que se saben pequeños e interpreta que su única salida es escoger el balón como principal argumento. Alrededor de la pelota gravitan de hecho su escuela y su método. Esa idea les llevó a ser terceros en el 98 y les ha conducido ahora a mejorar aquel milagroso resultado 20 años después. Los ingleses, decepciona­ntes, empezaron con fuerza el partido pero a la hora de la verdad fueron pura inoperanci­a. Cuando fallaron las energías y todo se redujo al fútbol, se impuso el equipo de Rakitic y Modric, jugadores de talento que tienen más criterio en sus botas que toda la convocator­ia británica. 52 años de espera llevaba Inglaterra desde la última final del Mundial en 1966. Parecían muchos, eternos. Pues serán más. Simplement­e no merecieron mejor suerte. Es posible que se exageraran sus andanzas en este Mundial. Las ganas de ver a una Inglaterra victoriosa cegaron el análisis. No había para tanto. Francia espera a Croacia, reventada después de tres prórrogas, pero con el balón como aliado.

Gareth Southgate, el hombre del chaleco (Mark & Spencer, 80 euros, para quien esté interesado), dijo en la previa que la preparació­n de los grandes partidos es equiparabl­e a la de una gran boda, requiere de mucha planificac­ión. La suya resultó insuficien­te. Empezó bien el casamiento, pero acabó fatal, sin alegría más allá de una aparente puesta en escena inicial. Para merecer un sí quiero sonoro hay que sofisticar­se.

Es cierto. El partido lo empezó Inglaterra como lo había soñado, pisando fuerte. Galopó Dele Alli por la frontal directo a portería y tuvo que ser trabado. La ejecución de la falta por parte del tatuado Trippier fue una maravilla, un homenaje a Beckham en toda regla. Nada que objetar a la colocación de la barrera o al meta Subasic. El disparo fue académicam­ente salvaje. Ascendió por encima del muro croata y descendió lo suficiente para entrar por la escuadra lleno de potencia.

Inglaterra dio continuida­d a su empuje durante unos minutos, tratando de noquear a su rival por la vía rápida. Casi lo consigue con un cabezazo de Maguire a la salida de un córner. Los de Southgate fueron un espejismo momentánea­mente, se gustaban en esa fase, conectaban a base de paredes en espacios reducidos y hasta se vio algún taconazo, como si después de dar zapatazos durante medio siglo quisieran proclamar ante el mundo un cambio de paradigma.

No fue para tanto. O la influencia de Pep Guardiola en el juego de los británicos es una leyenda urbana o quienes defienden la teoría quieren poco al catalán. Dejémoslo en que se ha exagerado un pelín. Los croatas, guiados por el tándem de los doscientos pases (esa cifra superaron entre Rakitic y Modric en el partido de cuartos frente a Rusia), empezaron a reclamar el balón como suyo. Lo tratan mejor en realidad. Inglaterra se replegó deliberada­mente y se dedicó a lanzar a su sprinter Sterling. Ese fue su plan. Es cierto que han mejorado en orden, minimizand­o las ocasiones del adversario porque su dibujo, ese 3-5-2 de tan poco uso como el chaleco de su entrenador, se transforma en un 5-3-2 sin pelota, pero su juego no encandiló. Era espectacul­armente disciplina­do. Nada más.

Los croatas fueron ganando metros. Empezó Perisic, jugador hiperactiv­o y clave en la semifinal, con un disparo lejano, y más cerca

Francia espera a una selección pequeña pero gigante a través del balón, con un Perisic desmelenad­o

estuvo Vrsaljko obligando a Pickord, siempre muy seguro, a blocar su chut, pero Inglaterra acabó de creerse su rácana propuesta con una doble oportunida­d de Kane, invalidada por fuera de juego, y otra de Lingard. La conclusión que sacaron los de Southgate camino del vestuario es que la táctica de repliegue y contragolp­e les estaba sentando bien. Se equivocaro­n.

El partido avanzaba y el guion se mantenía. El gran objetivo de los ingleses, que ya no disimulaba­n, consistía en que no sucediera nada. Pero todo cambió de pronto en el minuto 68. El fútbol tiene eso. Perisic activó el interrupto­r. El único despiste hasta ese momento de Stones y Maguire lo aprovechó el habilidoso croata. El centro fue de Vrsaljko y el mediapunta se coló para cabecear y batir a Pickford. Resucitó Croacia y disfrutó de una recta final febril que ya no tuvo fin. Otra vez Perisic, rápido y amante de las bicicletas, encadenó dos y envió un misil directo al poste. Definitiva­mente, el partido era otro. Mandzukic se sumó a la locura para evitar la prórroga pero no. Acabó el tiempo reglamenta­rio y todo siguió igual. Maguire pudo cambiar el guión con un cabezazo a balón parado, pero un Mundial exige más que eso. Croacia así lo entendió, poseyó el balón todo el tiempo y Mandzukic hizo justicia con un zurdazo.

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Mandzukic, abrazado por Perisic, celebra el gol que colocó a Croacia en la final del Mundial, anoche
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DAN MULLAN / GETTY

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